Miami
Otra vez. Nos volvimos a equivocar. No aprendimos bien la lección de Nicaragua. Y nos caímos en un hoyo negro en los Estados Unidos.
Otra vez, los periodistas confiamos demasiado en las encuestas y nos ahorcamos con sus rollos de papel. En las pasadas elecciones presidenciales del Martes siete de noviembre en los Estados Unidos los periodistas le dimos la mano a las exit polls (o encuestas que se realizan a las afueras de las urnas) y nos quemamos. No una sino dos veces.
Todos sabíamos que la contienda electoral entre los candidatos presidenciales, Al Gore, del Partido Demócrata, y George W. Bush del Republicano podría ser una de las más reñidas de norteamérica. Pero a pesar de eso no tomamos las precauciones necesarias. En una elección tan cerrada nos debimos haber concentrado en resultados, no en predicciones o proyecciones. Ese fue nuestro error. Jugamos al pitoniso y nuestra credibilidad quedo manchada en el intento.
La noche del martes siete de noviembre será recordada como una de más tristes en la historia de los medios de comunicación de Estados Unidos. En dos ocasiones la embarramos. Big time. Les cuento.
Eran por ahí de las ocho de la noche hora del éste (de Estados Unidos) cuando todas las cadenas de radio y televisión del país, tanto en inglés como español, declararon que el vicepresidente Al Gore era el ganador del estado de la Florida. Este resultaría, con sus 25 votos electorales, el estado clave para llegar a la Casa Blanca. Por lo tanto, darle a Gore la Florida era casi como darle la presidencia.
Pero después de las nueve de la noche, tras las insistentes quejas y solicitudes de revisión por parte de la campaña de George W. Bush, ocurrió lo impensable. Una por una, las estaciones de radio y televisión con más recursos económicos de todo el mundo -es decir, las estadounidenses- empezaron a retractarse de su información. Que siempre no, que no podemos decir con certeza que Gore ganó la Florida, que probablemente nos aceleramos, que la contienda está muy cerrada. Perdón.
Error número uno.
Nunca antes los medios de comunicación de Estados Unidos habían tenido que reconsiderar un resultado al aire. Nunca. La mayoría de las cadenas radiofónicas y televisivas reciben su información de las encuestas a las salidas de las urnas de una organización que a lo largo de los años se ha ganado una merecida reputación de infalibilidad y precisión. Pero la noche del siete de noviembre esa organización aparentemente se equivocó y, como la fábula del flautista, todos la seguimos y nos caímos al mar.
El segundo error fué mucho más grave. A las dos de la mañana con 16 minutos, ya del miércoles ocho de noviembre, nos volvimos a caer en el mismo lugar. Ahora el favorecido era el gobernador de Texas, George W. Bush. Pero no sólo lo estábamos declarando ganador del estado de la Florida sino que también lo coronábamos como el vencedor de las elecciones presidenciales.
!Miércoles! por no decir otra cosa.
El error tuvo tales repercusiones que los seguidores de Bush en Austin, Texas, se pusieron a celebrar mientras que los de Gore en Nashville, Tennessee, empezaron a llorar la gota gorda. Y no sólo eso. El propio Al Gore habló por teléfono con George W. Bush para reconocer su derrota.
Es más, Gore estuvo a segundos de pronunciar un discurso a nivel nacional aceptando el triunfo de Bush. Pero uno de sus asistentes lo detuvo con un reporte sorprendente: las proyecciones que daban al gobernador de Texas como ganador podían estar equivocadas. Los resultados parciales mostraban una contienda increíblemente cerrada. Gore volvió a llamar a Bush, se disculpó, y dijo que aun no podía reconocer públicamente el triunfo del texano.
Y todo porque los que trabajamos en los medios de comunicación nos olvidamos de lo básico; que en unas elecciones lo que realmente cuanta son los votos no las encuestas o exit polls. Por eso hicimos un papelazo. Locutores radiales gritaron por todo lo alto el nombre del presidente electo de Estados Unidos, conductores de noticieros presentaron la biografía del nuevo inquilino de la Casa Blanca, los titulares de algunos diarios no podían ser más claros: Bush wins, Bush gana.
Pero todo fue un error de cálculo. A las cuatro de la mañana con seis minutos del miércoles, el portavoz de la campaña de Gore, William Daley, declaró que las encuestas que ponían a Bush como ganador eran aun muy prematuras. Y a las cuatro y 27 del mismo día Don Evans, portavoz del gobernador de Texas, lo confirmaba: Bush sí llevaba una ventaja de 1,210 votos en la Florida pero todavía no era definitiva.
El resto, como dicen por ahí, es historia.
Es cierto que Estados Unidos tiene un sistema de conteo electoral anticuado y barroco. Funcionaba bien hace dos siglos pero no ahora en la época de los celulares, satélites y la internet. Pero eso no es justificación para que los reporteros nos olvidemos de que nuestra labor fundamental, la de pico y piedra, es dar información verídica, confirmada, precisa.
En fin, creí que habíamos aprendido la lección de las elecciones presidenciales de Nicaragua en 1990 cuando los periodistas, en su gran mayoría, pronosticamos un triunfo del sandinista Daniel Ortega -basados, claro, en encuestas- para luego rectificar, ya con los resultados en la mano, y reconocer el triunfo de Violeta Barrios de Chamorro. Pero no. Nos volvimos a caer con la misma piedra. Y ésta vez, tengo que decirlo, duele más. Mucho más.
El martes siete de noviembre fué la noche más larga…