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LA PAZ DE PASTRANA

Miami

Cualquiera diría que Andrés Pastrana, el presidente de Colombia, tiene pocas razones para sonreir. Pero la noche que me lo encontré en una cena durante su reciente visita a Miami, su inconfudible bigote –tupido y aun más negro que canoso- no paraba de subir y bajar. Andrés Pastrana todavía se sabe reir.

Y eso llama la atención particularmente porque Andrés Pastrana tiene el trabajo más difícil del mundo. ¿Qué mandatario se tiene que enfrentar, al mismo tiempo, a los narcotraficantes más poderosos del orbe, a la guerrilla más antigua de América Latina, a una economía que mira al piso, a una sociedad caracterizada por la violencia, los asesinatos y el secuestro, a unos niveles de popularidad que sólo caminan al sur y a una población que está a punto de enterrar la esperanza de vivir en paz?

Quizás tengo una visión de Andrés Pastrana distinta a la de la mayoría de la gente. Tanto así que a veces, ya como presidente, se me olvida hablarle de usted. Pero es que lo conozco desde hace tiempo y sé que si de algo ha pecado Pastrana es de optimismo y de querer la paz para Colombia, más que cualquier otra cosa. No cuestiono sus intenciones aunque en ocasiones no coincido con sus estrategias.

Lo conocí cuando dejó un noticiero de televisión para convertirse en alcalde de Bogotá. Desde entonces nunca le he perdido la pista. Cuando surgieron las denuncias de que Ernesto Samper había llegado a la presidencia con la ayuda del dinero del narcotráfico, ambos estuvimos disparando desde el mismo lado de la trinchera; el hacía política y yo periodismo. Fue entonces que quedé convencido que Pastrana estaba dispuesto a echarse un clavado por su país. Como muchos otros de su clase social, pudo haber escogido una vida privada llena de privilegios. Escogió, en cambio, la ruta más difícil. La de los trancazos, la del cambio.

“¿Qué hacemos?”, me preguntaba constantemente cuando nada ni nadie podía tumbar a Samper de una presidencia obtenida de manera ilegítima. Y aunque por mucho tiempo su pregunta no tuvo respuesta, nunca se dió por vencido. Llegó a la presidencia hace dos años venciendo al heredero de Samper.

A pesar de todo lo anterior, creo –como muchos colombianos- que Pastrana ha cometido varios errores. Por principio, no acabo de entender cómo le entregó a los rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) un territorio del tamaño de Suiza antes de comprometerlos a negociar la paz. En otras palabras, les dió el premio antes de siquiera iniciar la competencia. Por supuesto, ahora los guerrilleros de las FARC no tienen ninguna prisa por sentarse a negociar. Controlan un enorme territorio desmilitarizado, imponen sus propias leyes, nadie los molesta. ¿Para qué sentarse a platicar de paz si ya tienen lo que siempre habían querido?

Otro de los errores de Pastrana es creer que, en ciertos temas, puede tapar el sol con un dedo. Sus dotes de buen comunicador no son suficientes para ocultar una trágica realidad. Contrario a lo que Pastrana asegura, Colombia sí esta viviendo una guerra civil. Limitada, protagonizada por sólo unos miles de guerrilleros, pero es una guerra. Y aunque el millón de desplazados no se pueda contar, es fácil encontrar colombianos por todas partes del mundo buscando un rinconcito sin violencia. Yo conozco a varios, recién llegados, en Miami.

Aquí en Estados Unidos hay mucho resentimiento de la comunidad colombiana contra Pastrana porque él declaró que la mayoría de sus compatriotas había emigrado por razones económicas, no políticas. Pero ¿acaso no es válido huir de un país agujerado por las balas? ¿quién puede culpar a unos padres que que sacan a la familia de Colombia porque no quieren que sus hijos corran el riesgo de ser secuestados, víctimas de un tiroteo o carro bomba o condenados al desempleo y la pobreza? ¿quién?

Asímismo, decir que los 1,300 millones de dólares enviados por Estados Unidos para el Plan Colombia no van a ser utilizados contra la guerrilla es un cuento de hadas. La mayor parte de ese dinero, es cierto, va dedicado a programas sociales y a la lucha contra el narcotráfico. Pero la vinculación de los narcos y los rebeldes es tan estrecha en algunas zonas de Colombia que es imposible luchar contra unos y no contra los otros.

Ahora bien, a pesar de los errores de Pastrana, no desconfío de sus intenciones ni de su visión a largo plazo. El conflicto armado en Colombia no puede ser resuelto por la fuerza. Ni el ejercito colombiano tiene el poder y el armamento para vencer a las guerrillas ni los rebeldes tienen la fuerza para derrotar al ejército. Lo único que queda, entonces, es negociar la paz. Y en eso Pastrana está muy claro.

Muchos critican a Pastrana diciendo que fue mucho mejor candidato de oposición que presidente. Las encuestas resaltan éste punto. Sin embargo, Pastrana se está gastando todo su capital político, todas sus fuerzas y casi todas sus horas despierto en tratar de alcanzar la paz para Colombia. Para él, por ahora, no hay nada más importante.

Es muy probable que Pastrana no pueda entregar a su sucesor una nación en paz. Podría terminar, incluso, como uno de los presidentes más impopulares que recuerden los colombianos. Pero los primeros, difíciles y tentativos pasos para establecer una paz duradera los está dando él.

Quizás por eso lo encontré sonriendo la otra noche en Miami. Porque confía en que su plan –tarde o temprano, con él o sin él- va a funcionar y porque está haciendo todo lo posible, todo, para alcanzar la paz … aunque casi nadie se lo quiera reconocer.

Posdata Olímpica. Los que tenemos la desgracia de ver las Olimpíadas a través de la televisión norteamericana, podríamos llevarnos la ligera impresión de que el único equipo compitiendo es el de los Estados Unidos. En las transmisiones de NBC, MSNBC y CNBC, los otras 198 naciones casi no aparecen. Esta es una de las desventajas de vivir en un mundo unipolar.

Pero ¿saben qué es lo peor de todo? Los numerosos comerciales que interrumpen los partidos de futbol soccer. El otro día conté cinco cortes comerciales en el segundo tiempo del partido entre las selecciones femeninas de Estados Unidos y China. ¡Esto es un sacrilegio olímpico! Nunca antes lo había visto. Interrumpir un partido de futbol con comerciales es como tirarse de un avión en pleno vuelo o que te arranquen un taco después de la primera mordida.

A partir de mañana dejo de ver NBC para pegarme a las transmisiones olímpicas de la televisión canadiense y mexicana (aunque las tenga que ver de madrugada).

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