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LA POLITICA DE LOS PIES

Vamos a hablar de pies.

Para Estados Unidos no todos los pies son iguales. Hay pies que con solo tocar territorio norteamericano son bienvenidos. Otros, al cruzar la frontera, son inmediatamente rechazados. Y requiere un amplio conocimiento de la podiatría migratoria de Estados Unidos para saber cuales son los pies que se quedan y cuales los que serán deportados y pateados.

Lo que sí está claro es que al gobierno norteamericano no le gustan los pies mojados. Por ejemplo, si un balsero cubano recorre las 90 millas de la Habana a las costas de la Florida pero es detenido en altamar con los pies mojados, lo regresan a la isla del tirano Fidel. De igual manera, si un mexicano o un salvadoreño cruza nadando el río Bravo (que los norteamericanos llaman el Grande) y lo detienen agentes migratorios de Estados Unidos con los pies mojados, es deportado al poco tiempo. Conclusión: tener los pies mojados es motivo de repatriación, seas de donde seas.

Los pies secos son otra cosa. Si un disidente cubano –o cualquiera que esté harto de 47 años de dictadura- burla a los “segurosos” en Cuba (traducción: agentes de la seguridad), vence las traicioneras corrientes del estrecho de la Florida, los huracanes y los tiburones, y logra tocar un pedacito de tierra de Estados Unidos con sus pies secos se convierte automáticamente en residente legal a un año de haber llegado. Lo grave es que a la guardia costera de Estados Unidos le han dado órdenes de detener en mar abierto a cualquier balsa proveniente de Cuba. Y varias veces me ha tocado ver en vivo por televisión el vergonzoso espectáculo de lanchas ultramodernas del gobierno golpeando por horas las endebles embarcaciones en que llegan los cubanos para que no puedan tocar tierra firme.

Pero tener los pies secos sobre la tierra no siempre es garantía de que te puedes quedar. Hace unos días regresaron a Cuba a 15 balseros cubanos que llegaron al viejo puente de las Siete Millas en los Cayos de la Florida. El problema es que ese puente ya no está conectado a ninguna isla –le quitaron varios tramos- y, por lo tanto, algún burócrata decidió que estos cubanos estaban técnicamente en el mar y no en territorio norteamericano. Absurdo.

El caso es que los regresaron a un país donde existen al menos 333 presos políticos, según la independiente Comisión Cubana de Derechos Humanos. Y nadie sabe qué le podrá pasar a estos deportados. Seguro nada bueno. Un juez ya estudia el caso –los demandantes piden que regresen a esos cubanos a Estados Unidos- y gracias a la huelga de hambre de Ramón Saúl Sánchez la Casa Blanca aceptó revisar su política migratoria hacia Cuba. Mientras, los balseros están en limbo.

A pesar de incidentes kafkianos como el anterior, los cubanos con pies secos tienen enormes ventajas sobre, digamos, los mexicanos con pies secos. Si un mexicano cruza la frontera ilegalmente y toca, con sus extremidades bien sequitas, las montañas de Arizona o los desiertos de Texas y California, más vale que se esconda o se eche a correr porque si lo agarra un agente de la migra lo pone, literalmente, de patitas en la calle. O sea, lo detiene y lo deporta.

Mis compatriotas mexicanos se quejan frecuentemente de que los inmigrantes cubanos reciben un trato preferencial en materia migratoria. Y es cierto: el pie seco de un cubano tiene más derechos que el pie seco de cualquier otro latinoamericano o caribeño.

Pero se lo merecen. Primero, los cubanos se escapan de una brutal dictadura quitauñas y matasueños; los mexicanos no. Y segundo, sus representantes en el congreso en Washington han peleado muy duro para protegerlos. Yo lo que les digo es que, en lugar de quejarse, los mexicanos (y el resto de los latinoamericanos) deberían exigirle a sus políticos que los defiendan en Washington de la misma forma que los congresistas cubanos hacen con los suyos. Solo así se cambian las leyes. No a gritos ni quejidos.

Y ya que estamos hablando de los que cruzan a pie la frontera entre México y Estados Unidos, basta decir que ningún muro va a detener la gran marcha al norte. En los dos minutos que te has tardado en leer este artículo, dos inmigrantes han cruzado ilegalmente de México a Estados Unidos. Y así siguen durante todo el día y la noche.

La razón es simple: en América Latina (a pesar de que creció como región 5.5 por ciento en el 2005) no hay suficientes buenos trabajos y en Estados Unidos pagan 10 o 15 veces más. Por lo tanto, si los norteamericanos insisten en gastarse (y desperdiciar) 8 mil millones de dólares construyendo mil kilómetros de muro, los inmigrantes con pies secos se van a ir por los otros dos mil kilómetros de frontera sin muro. O se van a saltar olímpicamente el muro. Así de fácil.

Lo que urge, entonces, es una política de pies que realmente funcione (y no solo un pedicure legislativo). ¿Por qué? Porque los cubanos seguirán huyendo con sus pies por la terrible represión del castrismo; porque los mexicanos protestarán con sus pies ante la falta de empleos en su país; y porque cada vez que haya una crisis en América Latina, sus ciudadanos votarán con sus pies buscando refugio en Estados Unidos. Es la triste historia de los pies de nuestro continente.

Una política migratoria razonable y realista tiene que reconocer dos cosas: una, que Estados Unidos necesita (para crecer, para mantener baja la inflación, para sostener a sus ancianos…) cerca de un millón de nuevos inmigrantes por año; y dos, que los 11 millones de indocumentados que ya están aquí (y que no son criminales ni terroristas) contribuyen enormemente a la economía y se merecen el respeto y la protección del país más rico del mundo. Desafortunadamente la llamada ley Sensenbrenner -aprobada por la cámara de representantes y que será analizada en breve por el senado- no considera estos dos puntos. Es la ley sinsentido.

Estados Unidos es un país que empuja mejor gracias a los pies (secos y mojados) que llegan de otros lugares. Pero sus leyes migratorias, como unos zapatos viejos y reventados, están llenas de hoyos, sacan juanetes, provocan callos, hieren y pisan disparejo. Y ya es hora de comprar zapatos nuevos.

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