Estados Unidos tiene miedo. Mucho miedo. Por eso, el candidato que gane la elección presidencial del dos de noviembre será el que logre comunicar a los norteamericanos un mayor sentimiento de seguridad. George W. Bush y John Kerry –el líder entre los aspirantes del partido Demócrata- parecen decirle a los votantes, al unísono: No te preocupes, yo te voy a cuidar mejor que mi contrincante. Es la política del miedo.
Estados Unidos es un país amenazado por terroristas y preocupado por otro acto de violencia como el que le costó la vida a más de tres mil personas el 11 de septiembre del 2001. Estados Unidos tiene terror de que el científico paquistaní, Abdul Qadeer Khan, le haya vendido secretos nucleares al grupo terrorista Al Kaeda -de la misma forma en que lo hizo con los gobiernos de Irán, Libia y Corea del Norte- y que exploten un pequeña bomba atómica en el centro de Los Angeles, Chicago, Dallas o Nueva York. Hay pavor de que terroristas vuelvan a utilizar aviones secuestrados para atacar la Casa Blanca, el Capitolio o plantas de energía nuclear. A Estados Unidos le aterra la posibilidad de que los ataques de antrax y risino en Washington hayan sido originados por terroristas extranjeros. Estados Unidos, en otras palabras, no duerme bien.
“¿Por qué nos odian tanto?” se preguntan muchos norteamericanos después del 9/11. La respuesta, tarde, la acaba de dar el Departamento de Estado. “Estados Unidos tiene problemas en demasiadas partes del mundo”, dijo la embajadora Margaret Tutwiler ante un comité del congreso. La imagen de Estados Unidos se ha deteriorado tanto –por la guerra contra Irak, por la negativa de actuar en coordinación con las Naciones Unidas, por los subsidios a empresas norteamericanas que exportan sus productos con ventajas injustas, por el rechazo de someter a norteamericanos a la recién creada Corte Internacional de Justicia, por no querer firmar el llamado Protocolo de Kioto para proteger el medio ambiente…- “que tomará muchos años de trabajo el reestablecerla.”
Solo el siete por ciento de los habitantes de Indonesia, el 15 por ciento de los turcos y el 15 por ciento de los que viven en Arabia Saudita tienen una imagen favorable de Estados Unidos, según una encuesta citada en el diario The New York Times. Estados Unidos, en estos momentos, no es particularmente popular. El problema no es, nada más, que el mundo no entiende a Estados Unidos sino, sobre todo, que Estados Unidos no entiende al mundo. En el Departamento de Estados norteamericano, de acuerdo con un reporte reciente, solo hay cinco personas -¡cinco!- que hablan árabe. Así es imposible entender al mundo islámico y, mucho menos, al montón de grupos terroristas que han declarado una guerra santa contra Estados Unidos.
Estados Unidos, en otras palabras, tiene razón en estar preocupado. Se desaprovechó una oportunidad única, después del 9/11, para buscar la solidaridad del mundo. Y en lugar de crear un frente unido, mundial, contra el terrorismo, Estados Unidos inició su política de “guerra preventiva” contra Irak, argumentando unas supuestas armas de destrucción masiva que aún no hay aparecido y acrecentando, así, el sentimiento antinorteamericano en todo el planeta.
No hay duda. Uno de los temas centrales de las próximas elecciones presidenciales será quién podrá proteger mejor a este país. Bush o Kerry. Por eso es importante el actual debate sobre el record militar de ambos candidatos. Bush se presenta a sí mismo como “un presidente de guerra” (“war president”) que ha evitado nuevos ataques terroristas dentro del país. Kerry, en cambio, destaca su servicio militar en Vietnam –que le valió varias condecoraciones por acciones de heroísmo- y lo contrasta con el del presidente Bush, que no fue a Vietnam, pero que sí se enlistó en la Guardia Nacional. Es una especie de concurso para ver quién es el más fuerte.
A un país con miedo hay que tranquilizarlo. Kerry y Bush están tratando de hacerlo mostrándo fuerza, liderazgo y control. La “política del miedo” –un término acuñado por el exvicepresidente, Al Gore- obliga a los candidatos a sacar el pecho, amenazar a los terroristas del mundo y poner el dedo en el gatillo.
Lo irónico es que ninguno de estos desplantes de agresividad y fortaleza harán de Estados Unidos un país más seguro. Al contrario. Si Estados Unidos continúa tomando decisiones unilaterales será enfrentado, también, con decisiones unilaterales, rechazo y más actos terroristas. Al mundo islámico, por ejemplo, no se le gana con guerras y amenzas sino con verdadero interés, diplomacia e inversiones de tiempo y dinero.
Cuando el miedo reina, las puertas de la casa se cierran y se ven enemigos en todas partes. Estados Unidos está buscando a un presidente para la guerra, no para la paz.
Eso es lo que ocurre cuando domina la política del miedo.
Posdata del perro. Se fue “el perro”, como muchos le decían, pero nos dejó marcada la mordida. Soy solo uno de los miles de mexicanos que decidimos irnos de México mientras José López Portillo era presidente. Y claro que nos queda el resentimiento. Aun recuerdo esa farsa electoral que lo llevó al poder, sus desplantes de arrogancia, su censura de prensa, sus abusos, sus romances, sus casas construidas con dinero del pueblo, sus devaluaciones… Para los que nos fuimos, Jolopo representa lo peor del México priísta. Nuestra única venganza eran los “ladridos” que se escuchaban cuando se aparecía en restaurantes o lugares públicos. No, momento, no se puede respetar a un expresidente que destruyó la economía del país, que menoscabó a la clase media mexicana y que nos orilló, a muchos, a buscar una mejor vida en otro país.