Buenos Aires.
Los gauchos tienen un muy difícil y peligroso juego en las pampas; el jinete, galopando a toda velocidad y casi parado sobre su caballo, trata de introducir un lápiz dentro de un anillo que cuelga a unos tres metros de altura sobre una larga pista de lodo. El gaucho que logre arrancar el anillo colgante con el lápiz es el que gana (y que a principios de siglo se llevaba, de paso, a la muchacha más guapa). Pocos lo logran. Y así de difícil es también para el actual gobierno argentino salir de lo que se percibe como la crisis permanente que vive el país.
Este es el panorama que vi. Doce de cada 100 argentinos no tienen trabajo, según las cifras oficiales, pero por la cantidad de vendedores ambulantes que invaden las calles es fácil suponer que esos números están rasurados y no son reales. La clase media, con el cinturón apretadísimo, está engrosando las filas de los pobres (que son más de la mitad del país). El peso argentino está tan devaluado que una cena para dos en un buen restaurante, con vino y bife de chorizo de primera, puede costar solo 20 dólares o menos. Y la inflación amenaza con dispararse en cualquier momento.
Ante este panorama lo más lógico sería escuchar las ya familiares quejas del pueblo argentino. Pero lo sorprendente es que en Argentina hay un marcado sentimiento de aprobación y confianza respecto al gobierno del presidente Nestor Kirchner. Y esa es la gran noticia proveniente de Argentina. “Estamos saliendo”, me comentó con optimismo un ex estudiante de economía que se gana la vida manejando un taxi. (Argentina, sin duda, tiene a los taxistas mejor educados del mundo.)
El centroizquierdista Kirchner, hay que reconocerlo, es un hombre atrevido. No solo le ganó la presidencia al impresentable pero inmensamente rico, Carlos Menem, sino que negoció con singular astucia la exorbitante deuda externa argentina, superior a los 200 mil millones de dólares. En un extrañísimo caso de hipnotismo político logró convencer a la mayoría de los bancos y acreedores internacionales de que recibieran únicamente 30 centavos por cada dólar prestado.
Eso es casi magia. Magia negra. Y el éxito argentino le abre paso para que otros países del mundo, en circunstancias similares, hagan lo mismo y negocien con dureza y desde una posición de fuerza. ¿Cuál? Esta: si no negocias conmigo te quedas sin dinero. Así de simple. (A ver si México y Brasil están escuchando.)
Kirchner, también, llamó la atención por liderar un boicot en contra de la compañía angloholandesa Shell por haber subido en un 4 por ciento el precio de la gasolina. En un principio las ventas en las 939 gasolineras de Shell en Argentina cayeron hasta un 70 por ciento. Nunca había visto a un presidente latinoamericano lanzar un ataque de esta naturaleza y haber medido con tan buen ojo el sentir de sus gobernados.
¿Atrevido y audaz? Sí. Pero también populista. Si Kirchner fuera parejo con todas las empresas hubiera boicoteado también, por ejemplo, a la industria del queso que aumentó sus precios en un 5 por ciento el mes pasado. Pero no se atrevió a hacerlo porque la mayor parte de la producción del queso depende de compañías argentinas.
“Nac and Pop”, le llaman los estudiantes de ciencias políticas en Buenos Aires al estilo de gobernar de Kirchner. Traducción: nacionalismo y populismo. Junto a la Casa Rosada ondea una gigantesca bandera argentina (capaz de cobijar en una noche fría a más de un centenar de personas) y el gobierno, a pesar de sus serios problemas económicos, insiste en subsidiar el transporte y el correo, entre muchos otros programas, además de inyectar más pesos en los campos tradicionales de la salud y la educación.
Es la solución argentina: duro con los de fuera y suave con los de dentro. Y hasta el momento parece ser que la fórmula está funcionando. El 78 por ciento de los argentinos tienen una “imagen positiva” de Kirchner, según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión Pública, y el país sale adelante con un crecimiento sostenido del corralito en que quedó atrapado en el 2001. Pero este es un año crucial. Si Kirchner no logra mantener la inflación bajo conrol (debajo del 10 por ciento anual) y crear, prontísimo, millones de puestos de trabajo, su buena imagen se desinflara como globito en fiesta de niños.
A nivel internacional el gobierno kirchneriano se enmarca en la torcida hacia la izquierda que vive América Latina, debido al fracaso de las políticas neoliberales y al injustificado incremento de la pobreza. Argentina, Brasil, Uruguay, Ecuador y Chile tienen, todos, gobiernos de centroizquierda. Pero los coqueteos de Kirchner con el autoritarismo venezolano de Hugo Chávez (apoyándolo en su proyecto de Telesur/TeleChávez) y la incuestionable relación con la dictadura de Fidel Castro brincan por incongruentes.
Qué ironía: los argentinos quieren una democracia para ellos pero no para los cubanos. Libros de el Ché Guevara están, invariablemente, en las entradas de las muchísimas librerías de Buenos Aires, vecinos con los del futbolista Diego Maradona, el sicólogo Jorge Bucal, la actriz Susana Jiménez y el periodista Hector Verbitsky. Sin duda, el éxito de la película Diarios de Motocicleta ha hecho del Ché Guevara un superché.
Este incrementado interés por el Ché no es, sin embargo, un velado intento por regresar a un sistema autoritario o dictatorial. No. Es algo más inocente y menos dramático: es un Ché light, desinfectado, recibiendo un oscar hollywoodense. Pero es, en el fondo, el deseo de la sociedad argentina de celebrar lo propio. Y eso es importante.
En Buenos Aires, por ejemplo, hay también un verdadero renacer del tango. Jóvenes como Lucy -de 26 años y a quien conocí en una visita al precioso pueblo de San Antonio del Areco- se reúnen una vez por semana en casa de amigos para aprender a bailar tango. Las páginas de El Clarín y La Nación zapatean con los anuncios de clases de tango. Y la obra Tanguera, que se presenta -¿dónde más?- en la calle Corrientes con la superbailarina Mora Godoy, tiene llenos todos los días. Es, sin exagerar, uno de los mejores musicales que he visto en mi vida. Después de ver Tanguera un neófito como yo se transforma casi religiosamente en un converso al tango.
Pero es más que tango. Un recorrido por los barrios bonaerenses de la Boca, San Telmo, Palermo o la Recoleta deja la singular sensación de que la vida chorrea con gusto en la música, en los diseños, en la literatura y en esa maravillosa (y humana) arquitectura que mezcla los espacios para vivir con los pequeños negocios, bares y restaurantes. Es un verdadero placer perderse por las calles de Buenos Aires (a pesar de que los niños que piden dinero tocando el acordeón te rompen el corazón varias veces al día).
Al final de cuentas, Argentina parece estar pasado por un momento en que vuelve a creer en sí misma. Y el reto será, igual que para un buen gaucho, en mantenerse arriba del caballo a pesar de lo que venga por delante.