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LAGARTIJAS URBANAS

Nueva York>/h2>
Parecían lagartijas tomando el sol. Estaban echadotes sobre unas cómodas sillas blancas; somnolientos, inmóviles, con la cara al cielo. Los más atrevidos se habían quitado la camisa, mostrando sus protuberantes panzas blancas. Como si se tratara de una verdadera inversión, alimentada durante años a base de cerveza y jamón, una docena de barrigas disfrutaban los movimientos circulares de las manos de sus dueños.

Las mujeres no se quedaban muy atrás. Se abrían las blusas y se arremangaban hasta los hombros para mostrar toda la piel que permite la ley sin acabar en la cárcel. Como en un ritual, recogían su pelo, despejaban la frente y se entregaban ansiosas al dios del sol, hermano del dios melanoma.

Los menos seguros de sus torsos, se quitaban los zapatos. Los pies, sin duda, son el espejo del alma. Y me tocó ver algunas almas en pena; uñas largas, sucias y sin cortar en unos pies descuidados y llenos de callos. Pero también, para ser justos, observé algunas extremidades saliditas del pedicurista, con el arcoiris atrapado en la cutícula. No hay nada como unos pies masajeados y relajados. Y si no pregúntele a los que pagan hasta 100 dólares por una sesión de 50 minutos de reflexología.

Todo esto, y mucho más, lo ví en un parque de Nueva York.

Nueva York está lleno de personas estresadas y estresantes cuya verdadera ambición en la vida es tostarse bajo el sol. En otras palabras, ésta -una de las metropolis mas activas del mundo- tiene una plaga de lagartijas urbanas.

El broker quiere tostarse bajo el sol. El banquero quiere tostarse bajo el sol. La publicista quiere tostarse bajo el sol. La periodistas quiere tostarse bajo el sol. Pero cuando no se pueden tomar vacaciones o retirarse a un monasterio, se van al parque Bryant. Así calman sus impulsos lagartijeños.

El parque Bryant es una especie de oasis en medio de la urbe de cemento y cristal. Me lo encontré, sin querer, entre la sexta avenida (Avenue of the Americas) y la calle 42 del oeste. Para más referencias está a un lado de la Biblioteca Pública de Nueva York y frente al extraordinario y aerodinámico edificio Grace. Les dejo la dirección por si se dan una vuelta por ahí. Vale la pena. El parquecito es como bajarse a descansar después de haberle dado varias vueltas a la tierra en un cohete espacial. (O por lo menos así se siente Nueva York algunos días éste verano.)

Esta alfombra verde aparece totalmente fuera de lugar en una ciudad cuyos habitantes -parecería- no saben parar. Pero algunos sí lo hacen. En un intento de detener su revolucionado y revoltoso mundo, cientos de neoyorquinos (y alguno que otro turista perdido como yo) saltan del taxi, el autobús, el metro o la banqueta para buscar el nirvana. Y para los neoyorquinos el nirvana es, muchas veces, unos minutos lejos de la oficina o la casa; su nirvana es no hacer nada. Nada.

Vi mucha gente sola, aunque eso ya no debería extrañarnos tanto en un país como los Estados Unidos. La última encuesta que leí indica que 60 de cada 100 matrimonios fracasan. Es decir, Estados Unidos se está convirtiendo en una nación de individuos que no saben relacionarse en pareja. Los norteamericanos saben hacer excelentes computadoras, juegan muy bien al basquetbol y su mercado de acciones es una joyita. Pero no saben convivir en pareja. Como comparación, basta decir que sólo una o dos de cada 100 parejas de japoneses terminan en divorcio.

Pero no quiero hablar de divorcios sino de parques y de pausas. Los parques nos permiten meterle el freno a nuestras ajetreadas agendas, al Palm VII, al e-mail y a la internet; ponen la vida on hold y nos regalan un poquito de silencio. Y la verde pausa que encontré en el parque Bryant de Manhattan me permitió saltar en dos parpadeos de la memoria a Bali en Indonesia.

Bali no es nada más una maravillosa isla donde se teje el cielo, el mar y la tierra, sino que es el único lugar del mundo donde tienen un día dedicado al silencio y a la paz. Le llaman Nyepi. Después de una noche de fiesta, sacrificios y destrampe, el día del Nyepi (o día del silencio) se vacían las calles, restaurantes, oficinas y lugares públicos. La idea detrás del Nyepi es hacerle creer a los espíritus malos que la isla está desierta para que se vayan de ahí. Es, en otras palabras, una limpia colectiva.

Bueno, quizás la comparación está medio jalada de los pelos, pero el parque Bryant es para los neoyorquinos lo que es el Nyepi para los balineses; o sea, un reposo, un intento de balancear su existencia, de compensar las carencias.

Cada quien busca la paz como puede.

El parque Bryant es uno de los secretos mejor guardados de Nueva York. Ahí los neoyorquinos van a buscar un pedacito de paz. No es la paz total como la de los balineses. Pero es la única paz a la que pueden aspirar quienes han decidido vivir como lagartijas urbanas.

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