La próxima semana comienza en Boston la convención nacional del partido Demócrata y, sin duda, escucharemos mucho de las “dos Américas”. El senador John Edwards, el candidato a la vicepresidencia de los Demócratas, se dió a conocer a nivel nacional por decir que en Estados Unidos había “dos Américas”; una para los ricos y los poderosos y la otra para el resto.
Es curioso que esto lo diga alguien que tiene 44 millones de dólares en el banco, según una de sus últimas declaraciones de bienes. Pero lo que pasa es que Edwards también sabe lo que es no tener dinero para pagar las cuentas. Su padre trabajó como obrero en una fábrica de Carolina del Norte ganando apenas lo suficiente para que su familia sobreviviera económicamente. Edwards, más tarde, salió adelante con muchos esfuerzos y como abogado hizo su fortuna; es ejemplo del típico sueño americano.
Hoy, como candidato al segundo puesto más importante del país, Edwards propone desaparecer las “dos Américas” y crear una sola. Suena bien como mensaje de campaña y para ganar votos. Pero ni Edwards ni el candidato Demócrata a la presidencia, John Kerry, ni el presidente George W. Bush, ni el vicepresidente, Dick Cheney, han hablado de la ‘tercera América”.
La “tercera América” es la de los indocumentados en Estados Unidos, la de los millones que viven en la oscuridad y en el miedo, la de los que temen ser deportados, la de los que son acusados injustamente de ser criminales o terroristas, la de los que toman los trabajos que los norteamericanos no quieren realizar y la de los que no tendrán ni voz ni voto en la próxima elección. Los que viven en la “tercera América” brincarían de júbilo si pudieran ser parte de la “segunda América”. Lo único que piden es un proceso de legalización para normalizar su estancia en Estados Unidos, para que sus hijos puedan estudiar en las universidades estatales, para que ellos puedan trabajar en condiciones justas, para poder conseguir una licencia de conducir y tener derecho a seguro médico.
Pero en lugar de poder legalizar su situación migratoria o de tener acceso a una nueva amnistía, estos inmigrantes han sido enfrentados con redadas. Durante el mes de junio al menos 492 indocumentados fueron detenidos en redadas realizadas en los condados californianos de Riverside y San Bernardino, muy lejos de la frontera entre México y Estados Unidos. Las redadas en lugares públicos fueron hechas por un grupo especializado de agentes de la patrulla fronteriza de la estación de Temecula. Sin embargo, dichas redadas fueron realizadas sin la autorización de Washington, según reportó el diario Los Angeles Times.
Con o sin autorización oficial, el efecto de las brutales redadas fue devastador. En el sur de California hubo escuelas, lugares de trabajo, gasolineras y centros comerciales vacíos por el miedo a ser detenido y deportado. Además de separar familias y crear terror entre la comunidad inmigrante, las redadas no sirven para nada. ¿De qué sirve detener 492 indocumentados durante tres semanas cuando cada día mil inmigrantes de México cruzan ilegalmente a Estados Unidos? Sin duda, se necesita otro tipo de medidas para controlar la frontera. Las redadas son solo una reacción absurda y abusiva ante un problema que rebasa a cualquier agencia gubernamental.
Los inmigrantes indocumentados seguirán viniendo a Estados Unidos mientras ganen en una hora lo mismo que ganan durante uno o dos días en sus países de origen. Es una cuestión económica de oferta y demanda. Nada más. Pero esto no lo entendieron 50 congresistas que le enviaron una carta al subsecretario del Departamento de Seguridad Interna, Asa Hutchinson, aplaudiendo las incomprensibles acciones de los agentes de Temecula. Es más, esos congresistas, liderados por Tom Tancredo, piden que ese tipo de redadas se extienda por todo el país. Y alguien estaba escuchando.
Por primera vez en la historia, el miércoles 14 de julio, agentes de la patrulla fronteriza realizaron una redada en el mismo aeropuerto de Los Angeles. Nunca se había realizado una operación así tan lejos de la frontera. Sesenta y cuatro indocumentados fueron detenidos. ¿Y qué se ganó? Casi nada; solo crear más miedo.
No, la solución no son más redadas. La solución es un proceso de legalización de los más de ocho millones de indocumentados, aunado a un acuerdo migratorio con México –para que haya un flujo más ordenado, y sin muertes, de inmigrantes hacia el norte- y a un gigantesco programa de inversión y comercio para crear empleos y aumentar los salarios en América Latina (de forma tal que los latinoamericanos no vean a Estados Unidos como su única opción para sobrevivir económicamente).
John Kerry y el presidente George W. Bush tampoco creen que la solución está en más redadas. Ambos han hecho ya sus respectivas propuestas migratorias. Es, lo saben, un problema urgente que exige soluciones a corto y largo plazo. Ojalá que, cualquiera que gane, cumpla desde la Casa Blanca.
Sí, efectivamente, hay “tres Américas” en Estados Unidos: la “primera América” es la de los que tienen todo y les sobra; la “segunda América” es la de los que no tienen seguro médico, la de los desempleados o que tienen trabajos mal pagados, la de los que tienen que escoger cada semana qué cuentas pagar y cuales no, la de los que no pueden pagar la universidad de sus hijos; la “tercera América” es la invisible, la muda, la silenciosa y la que vive a la sombra de las otras dos.
No, nadie habla de la “tercera América”. ¿Por qué? Porque la “tercera América” no vota en las elecciones presidenciales del dos de noviembre.