Blacksburg, Virginia.
La primera lección es la más clara y sencilla. Es una locura que un perturbado mental como Cho Seung Hui pueda comprar fácilmente armas de fuego en Estados Unidos.
En todos lados hay gente con problemas sicológicos. En todos. La diferencia es que en este país esa gente puede comprar pistolas y rifles. Cho compró su primera pistola el 9 de febrero. La segunda el 13 de marzo. Y el 16 de abril mató a 32 personas en el Tecnológico de Virginia.
Todo fue legal. Las ingenuas y absurdas leyes del estado de Virginia le permiten a cualquier persona comprar un arma de fuego por mes. Doce por año.
El hombre que le vendió a Cho una de las pistolas se tardó un minuto en revisar por la internet sus antecedentes penales. No vió nada raro. Sin embargo, en esa rápida revisión no salió que Cho había estado en un hospital siquiatrico tras hostigar a dos alumnas de la universidad.
Cuando hay 200 millones de armas en manos privadas, cualquier Cho puede hacer una masacre.
Segunda lección. Nada va a cambiar. Estamos todos esperando la próxima masacre en una escuela. Los políticos tienen miedo de criticar las leyes que hacen de Estados Unidos uno de los países con mayor violencia por armas de fuego en todo el mundo. ¿Y alguien ha escuchado a cualquiera de los candidatos presidenciales decir que ningún civil debe portar armas de fuego? No. Seguramente no los escucharemos. Su principal preocupación, por ahora, es conseguir dinero y votos. No evitar nuevas masacres.
Tercera lección. La universidad y la policía se equivocaron. Las autoridades del Tecnológico de Virginia midieron mal . No le hicieron caso a dos alumnas y a dos maestras que se habían quejado de la personalidad violenta y macabra de Cho. El asunto era para supervisarlo o para expulsarlo. No lo hicieron.
Además, la policía de la universidad actuó de forma muy ineficiente y hasta negligente al no avisarle a todos los 26 mil alumnos que había un asesino suelto en el campus universitario. Cho tuvo absoluta libertad de movimiento desde las 7 y 15 de la mañana (cuando mató a las primeras dos víctimas en un dormitorio) hasta las 9 y media (cuando acribilló a otras 30 personas en 4 salones de clases).
Cuarta lección. Nada se puede comparar a la violencia que vive Irak. Un día después de la masacre en Virginia, casi 200 personas murieron en 4 ataques suicidas. El problema es que nos hemos acostumbrado e insensibilizado a la muerte en Irak. Esa es la guerra que el senador Harry Reid dice que ya se perdió y que la Casa Blanca dice que no.
Quinta lección. Cuando no encuentran a quien responsabilizar por la masacre, lo más fácil es echarle la culpa a los medios de comunicación.
La cadena NBC hizo lo correcto al transmitir las imágenes y escritos que Cho envió a sus oficinas antes de suicidarse. Eso es noticia. Entiendo y me apena que esas imágenes causen tanto dolor a los familiares de las víctimas. Pero eso es lo que ocurre en una sociedad libre. Lo prefiero a los países donde el gobierno decide qué ver y qué decir.
Cho era un loser, un perdedor, que se trató de inmortalizar con dos pistolas. Lo ocurrido aquí en Virginia y en la escuela Columbine, en Colorado, en 1999, es un fenómeno típicamente norteamericano.
No ocurre en otro lado.
Sexta lección. Hay una nueva forma de hacer periodismo. El primero en informar sobre la masacre en Virginia fue un estudiante de periodismo. Las imágenes del tiroteo fueron grabadas en su teléfono celular y enviadas por internet a la cadena CNN. Estamos viendo el nacimiento de una época en que cualquiera puede reportar con un teléfono en la mano y donde la tecnología determina el mensaje. (¿Se acuerdan de aquella frase de “el medio es el mensaje” de Marshall McLuhan?)
Esto, lejos de hacer obsoleta la profesión de periodista, la convierte en imprescindible. Cada vez se necesitan más periodistas que puedan darle sentido a un mar de información para distinguir lo que es importante y significativo de lo que es basura y sensacionalismo. El buen periodista debe rescatar lo que es relevante y ponerlo en contexto. Grabar un video por celular no te hace periodista.
Séptima y última lección. Después de varios días de hablar con estudiantes y profesores sobre la masacre en su escuela, lo que más me ha llamado la atención –y me aterra al mismo tiempo- es lo aleatorio de la muerte. En un instante estás en una clase de alemán o de hidrología y en el siguiente un tipo entra por la puerta y te mata.
Me hace temblar la brevedad de la vida. Es un frío soplido de los que todavía se sienten en la más fría primavera que jamás haya vivido Virginia.