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LOS LUJOS DEL SIGLO XXI

Parrot Cay, Islas de Turks & Caicos.

Debo sonar como el típico aguafiestas, pero para los primeros días del 2000, en lugar de barullo y gritos y festejos quisiera un ratito de silencio. El silencio absoluto no existe, por supuesto. Pero no pido mucho. Sólo unos minutos sin ruido de máquinas, de ciudad, de gente.

Así, con estas intenciones tan antisociales, caí en una isla deshabitada del mar caribe, localizada entre las Bahamas y República Dominicana. Nadie vive aquí. Bueno, sólo los empleados y huéspedes de un hotel que mandó construir hace menos de un año un excéntrico hombre de negocios de Malasia.

Parrot Cay es una de las varias islas que conforman la colonia británica de Turks & Caicos. Durante cuatro siglos han pasado por manos de muchos conquistadores y decidieron quedarse con las blancas extremidades de los ingleses en 1962. Ese mismo año Jamaica prefirió independizarse. Pero la verdad no vine a estas islas por su historia
–aquí insisten que estas fueron las primeras tierras que tocó Cristóbal Colón en América- sino por la soledad que prometían.

Cuando llegué, ya de noche, amenazaba con llover y hacía un inusual frío para estas latitudes. Sentí, de pronto, que mi deseo de un ratito de silencio se iba a congelar. Sin embargo, quien alguna vez ha estado en el caribe sabe que aquí nada –incluyendo el clima- es estable. Para mi suerte, al día siguiente amaneció con un sol que achicharraba.
Tomé la usual caminata a lo largo de la costa, aunque siempre, a lo lejos, podía ver a alguien haciendo lo mismo que yo. Y, además, ahí estaba como referencia el techo rojo de dos aguas del hotel. Chin. El lugar era precioso, pero el silencio aun se me escapaba.

Al tercer día, cuando pensé que alejarse del ruido era una misión imposible, pedí prestada una bicicleta y pregunté cómo llegar al extremo de la isla. Me apuntaron casi al cielo, para luego decir: “queda a unas cuatro millas de aquí”. La verdad, no tenía nada que perder, mas que tiempo. El dolor de piernas y de nalgas, después del trayecto, estaba garantizado. (¿Cuándo empezarán a hacer asientos mas cómodos para las bicicletas?)

Estaba atardeciendo. El camino de terracería no anunciaba muchas sorpresas.

Verde por los lados, azul por arriba, café arenoso por abajo. Empecé a cruzar la isla, por el centro, suficientemente lejos del mar. No se oía el tronar de las olas. Un par de pajarraco negros cruzaban mi camino de vez en cuando.
A la media hora de pedalear y de luchar contra los montecitos de arena acumulada por el viento, empezaron a salir de mi mente los recuerdos de varias noticias amarillistas y películas de tercera. ¿Y que tal si de pronto se me aparece un grupo de fulanos a robarme? ¿Usarán los narcos estos lejanos parajes como trampolín de su blanca mercancía? O mejor todavía: si me encuentro a una pareja haciendo el amor ¿qué les digo? ¿qué hago?
Cuando la bici resbalaba, se escuchaba un shhhhhhh, como exigiendo un alto a tantas tonterías que estaba elucubrando.

Y funcionó. Me desconecté.

De pronto, se apareció el silencio.

Me bajé de la bicicleta. No había ruido de máquinas ni de ciudad ni de gente. El viento apenas soplaba y el mar estaba demasiado lejos para hacerse oir. Fue un verdadero placer; casi una hora de silencio.
Ahora sé que voy a sonar como vendedor de autos usados, pero lo importante fue el trayecto, no el destino. Cuando terminó el embrujo del silencio, monté la bici y seguí hasta el final de la isla. No faltaba mucho. Y al llegar me encontré, no el paraíso, sino…un basurero.

Bueno, no todo es perfecto. Pero, sin duda, lo mejor de este viaje ha sido mi reencuentro con el silencio. El silencio será sin duda uno de los lujos del siglo XXI. Pero hay mas.

El periodista español Vicente Verdú escribió recientemente que uno de los lujos del nuevo siglo será “cada vez mas, el tiempo. Por ejemplo, poder observar las flores o las plantas, o el movimiento de un niño sin la ansiedad de un reloj”. Y luego, a su lista de lujos, añadió el “disfrutar de un amor excepcional”. Para él, el tiempo libre y la posibilidad de un verdadero romance “son los auténticos lujos del siglo XXI, en la medida que son infrecuentes, improbables y estadísticamente marginales”. Además, estos son lujos que el dinero puede acercar mas no garantizar.

No puedo estar mas de acuerdo con Verdú. Falta tiempo; a veces siento que necesitamos días de 36 horas para hacer cosas que realmente no queremos hacer. Y encontrar un alma gemela, en el momento correcto, es casi un imposible. Pero sólo le sumaría una cosa a la reflexión del señor Verdú. Al tiempo y al romance, yo le añadiría el silencio a los lujos del nuevo siglo. Hay que hacer un mar de peripecias para atraparlo por unos minutos, para luego, como agua, verlo escurrir entre los dedos de tus manos.

Posdata venezolana. Mal, muy mal, suenan las críticas del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, a la prensa. Son señales inequívocas de todo gobierno autoritario. Primero, el director del periódico El Mundo, Teodoro Petkoff, fue obligado a renunciar por presiones gubernamentales a los dueños. Otros diarios venezolanos, al igual que la radio y la televisión privadas, están bajo el constante escrutinio de asesores militares chavistas. Luego, se aprueba una nueva constitución que deja en manos del gobierno la determinación de lo que es información veraz y objetiva. Y mas tarde, vinieron las furibundas quejas de Chávez al diario The Miami Herald por publicar, con un documento oficial como prueba, que el presidente sí sabía del peligro de las inundaciones antes de que ocurrieran. ¿Quién sigue? ¿Dónde está la libertad de prensa?

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