Miami
¡Qué gusto da! Ahora sí parece que nos están haciendo caso. Me refiero a los más de 20 millones de mexicanos que vivimos en Estados Unidos y que por décadas fuimos tratados como ciudadanos de segunda, tanto aquí como en México.
Para los norteamericanos hemos sido siempre los de fuera, los recién llegados, los inmigrantes. Y no todos acaban por aceptarnos aunque llevemos décadas viviendo y trabajando aquí. Yo llevo 17 años en esta nación y regularmente recibo cartas y comentarios racistas de gente que me dice: “regrésate a tú país”.
Para nuestros compatriotas que viven en México, los que nos fuimos a Estados Unidos hemos sido vistos con recelo y hasta sospecha. “¿Por qué te fuiste?”, cuestionan. Incluso algunos nos perciben como traidores; preferiste, dicen, irte al norte que quedarte a ayudar al país. Tanta resistencia hemos generado que ni siquiera nos han permitido votar en elecciones presidenciales, aunque lo garantice la constitución mexicana.
La realidad es mucho más compleja. Los mexicanos en Estados Unidos aportamos enormes cantidades a la economía de ambos países. Todos los inmigrantes en Estados Unidos –cuya mayoría es mexicana- aportan más de 10 mil millones de dólares a la economía, según la Academia de Ciencias. Y todos los mexicanos en este país enviamos en remesas más de ocho mil millones de dólares al año a México; es la tercera fuente de divisas extranjeras, después del petróleo y el turismo. Es decir, somos extraordinariamente productivos…por partida doble.
La mayor parte de los mexicanos que se fueron de México lo hicieron por razones económicas. La principal herencia de los 71 años del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue una nación con 60 millones de pobres. Y muchos de esos millones que no encontraron chamba en México la fueron a buscar al norte. El caminito está bien pisado.
Pero, también, el sur de los Estados Unidos ha sido históricamente poblado por mexicanos. No solo estados como Arizona, Texas y California fueron parte de México antes de la mitad del siglo 19 sino que, ahora, los latinos de origen mexicano están recuperando el poder económico y político en esos lugares. Es la reconquista. Las cifras del censo del 2000 confirman la creciente presencia hispana en Texas y Arizona. Y en California, por ejemplo, uno de cada tres habitantes es latino. Es sólo cuestión de tiempo antes que haya un gobernador hispano en esos estados.
En otras palabras, los 20 millones de mexicanos que vivimos en Estados Unidos no vamos a desaparecer y, por el contrario, nuestro poder político y económico va en alza. Pero todavía se cometen muchos abusos. Sobre todo contra los indocumentados.
El problema comienza en la frontera, donde el año pasado murieron casi 400 inmigrantes mexicanos. Pero luego continúa en casi todos los 50 estados.
En Estados Unidos existen al menos seis millones de inmigrantes indocumentados; la mayoría son mexicanos. Y estos inmigrantes son explotados económicamente –los empleadores les pagan lo que se les pega la gana, a veces, menos del sueldo mínimo-, no tienen acceso a licencias de conducir ni seguro médico, viven por debajo del nivel de pobreza, son objeto constante de discriminación y abuso –de policías, prestamistas, abogados…- sus hijos no pueden estudiar en universidades o colegios comunitarios y, lo peor de todo, es que viven con el miedo permanente de ser deportados en cualquier momento. Y eso debe de cambiar.
Por eso es refrescante ver al canciller mexicano, Jorge Castañeda, viajar por Los Angeles, Washington y Nueva York –como si estuviera en Michoacán, Oaxaca o Hermosillo- exigiendo un mejor trato a todos los mexicanos en Estados Unidos. Los gobiernos priístas nunca se atrevieron a defender los derechos de los indocumentados en Estados Unidos. Decían que era entrometerse en los asuntos internos de Estados Unidos. Pero los priístas lo decían porque tenían mucha cola que les pisaran y les aterraba que los norteamericanos criticaran su tranzas.
El gobierno del presidente de México, Vicente Fox, en cambio, ha enfrentado al toro por los cuernos y ha forzado a Estados Unidos a discutir el tema de los inmigrantes al más alto nivel. Fox y Castañeda tienen la legitimidad democrática que los priístas nunca tuvieron y, por lo tanto, los estadounidenses los escuchan.
El gobierno mexicano no ha pedido una amnistía para estos inmigrantes porque esa es una palabra que asusta a los norteamericanos. Y esa es una estrategia inteligente. Así, han decidido utilizar otras palabras, como regularización o normalización, para pedir casi lo mismo; es decir, que se respeten los derechos de los mexicanos en Estados Unidos y no vivan en constante temor.
Esto, desde luego, no acaba con la amenaza de la deportación. Pero si un mexicano, como lo planteo el propio canciller Castañeda, puede tener un número de seguro social (que es el equivalente al registro federal de causantes en México) y una licencia de manejar, aumentan sus posibilidades de vivir decentemente en Estados Unidos. No, no es una amnistía pero es un paso en la dirección correcta.
Que nos hagan caso, que discutan el tema tabú de la migración indocumentada, que oigan nuestros problemas tan particulares y que los gobiernos de México y Estados Unidos eventualmente pasen de las negociaciones a programas concretos, es lo menos que merecemos los mexicanos de acá.
Ya era hora.