Washington D.C.
Estados Unidos tiene miedo. De otro ataque terrorista. Y de que sigan entrando tantos inmigrantes, que el país se esté latinizando y que se hable aquí mucho español. El primer miedo -el del terrorismo- es justificable. Los otros no.
Empecemos con el miedo a otro ataque terrorista. El aeropuerto Ronald Reagan es una tristeza. Hace relativamente poco fue remodelado y es, sin duda, uno de los más modernos del mundo. Sin embargo, en ocasiones el aeropuerto parece un maravilloso mausoleo…vacío. Por su cercanía a los principales edificios de la capital -la Casa Blanca, el Capitolio, el monumento a Washington…- muchos vuelos que llegaban y salían de aquí fueron cancelados; el tráfico aereo no es lo que era antes del 11 de septiembre. Y los pasajeros que lo utilizan tienen que dejar el sentido del humor en casa.
“No Jokes” (Prohibidas las bromas) dice un letrero a la entrada de los puestos de seguridad del aeropuerto. “Todos sus comentarios serán tomados seriamente”, advierte. Y ya más de un ingenuo ha terminado arrestado después de decir, en plan de broma, que llevaba explosivos o una pistola. Estados Unidos no está para bromitas después del 11 de septiembre.
Y, cada vez que pueden, los más importantes funcionarios norteamericanos nos aseguran que otro ataque terrorista podría repetirse. El director del FBI, Robert Mueller, cree “que es inevitable” que haya nuevos atentados. El vicepresidente Dick Cheney asegura que es “una posibilidad real” el tener ataques suicidas en Estados Unidos (como los que hay en Israel). Donald Rumsfeld, el Secretario de Defensa, incluso advirtió que los terroristas “tienen acceso a armamento de gran poder” y que sus “ataques causarán más muertos” que los del pasado. “Sabemos que más de 100 mil personas fueron entrenadas para matar en Afganistán”, dijo George W. Bush en su último informe presidencial. Estados Unidos no puede bajar la guardia por ahora. Eso es entendible.
Lo que no se entiende son los otros miedos, infundados, de los estadounidenses. Como el miedo a que entren demasiados inmigrantes a Estados Unidos. Ninguno de los 19 terroristas que mataron a más de tres mil personas en el Wall Trade Center de Nueva York, en el Pentágono de esta capital y en Pennsylvania llegaron a Estados Unidos por la frontera por México. Ninguno. Sin embargo, son frecuentes los llamados para militarizar la frontera y convertir a los 600 mil policias del país en agentes de migración. Todos los inmigrantes, no sólo los de origen árabe, están sufriendo injustas muestras de rechazo e intolerancia.
“Ya hay demasiados inmigrantes en este país”, me han dicho con frecuencia. “America is full” (“Estados Unidos está lleno”) dice un gigantesco y xenofóbico anuncio en Nueva York. La realidad es que únicamente el 11 por ciento de la población nació en otro país; este es un porcentaje mucho menor que el que existía en 1910, por ejemplo, cuando casi el 15 por ciento de los habitantes de Estados Unidos eran extranjeros. La diferencia, quizás, es que en esa época los que entraban eran europeos, no latinoamericanos. Y ante esto es inevitable pensar en racismo e ignorancia (de sus enormes contribuciones económicas y culturales) para entender el rechazo a los nuevos inmigrantes.
En los últimos meses, y por distintas razones, he tenido tres debates televisivos con el excandidato presidencial Pat Buchanan quien está convencido que los inmigrantes latinos están invadiendo Estados Unidos y terminando con “occidente” y la “cultura norteamericana”. Pero ahora entiendo que, en el fondo, Buchanan me tiene miedo a mí y a todos los inmigrantes como yo. Su mundo -blanco, excluyente, dominante- está desapareciendo para hacerle lugar al mío -mestizo, revuelto, café, incluyente, lleno de influencias externas.
El otro miedo, también infundado, es que Estados Unidos se está latinizando y, por lo tanto, corre el riesgo de dividirse o balcanizarse. Esas son tonterías. Los hispanos, sí, están reconquistando culturalmente y reocupando físicamente estados como California y Texas. Pero eso no significa que exista un movimiento separatista.
La realidad es que sí existe una verdadera revolución demográfica. Silenciosa pero imparable. Actualmente hay más de 40 millones de latinos en Estados Unidos (si sumamos a los 8 millones de inmigrantes indocumentados) y en menos de 50 años habrá más de 100 millones de hispanos. Y la influencia latina es innegable: la mayoría de los hispanos -nueve de cada 10- hablan español en casa; aquí se venden más tortillas que bagels y más salsa picante que ketchup; y en ciudades como Miami, Los Angeles, Houston, Chicago y Nueva York ayuda enormemente hablar español para elegirse a un puesto político. Este crecimiento va a continuar de manera explosiva debido a la migración proveniente de América Latina y a los altos niveles de natalidad de los latinos.
El primero de julio del año 2059 todos los grupos étnicos de Estados Unidos serán minorías. Todos, incluyendo a los blancos anglosajones. Pero los estadounidenses no deben temer que esta latinización o diversificación étnica afecte la unidad del país. El reto está en reconocerse como una sociedad multiétnica y multicultural.
De los miedos de Estados Unidos, sólo el del terrorismo es justificable. Los otros miedos -a los inmigrantes y a la diversidad étnica del país- son producto de prejuicios. Y ese es un enemigo mucho más difícil de vencer que el terrorismo. No joke.