Coral Gables, Florida.
Hay veces en que los silencios dicen más que las palabras. Y esto es precisamente lo que ocurrió en el primer debate presidencial entre el mandatario estadounidense, George W. Bush, y el candidato Demócrata a la Casa Blanca, John Kerry. Ni Kerry ni Bush se dignaron a decir una sola palabra respecto a América Latina durante los 90 minutos de debate.
Sería fácil echarle la culpa a Jim Lehrer, de la cadena PBS, quien moderó el debate y quien escogió las preguntas. Pero el periodista Jim Lehrer -quien hizo un extraordinario trabajo maniobrando la discusión respecto a Irak- no cree que en estos momentos latinoamérica sea noticia. El, me temo, refleja el mismo desinterés de otros estadounidenses por la región. Por eso no preguntó nada el respecto.
La culpa de que América Latina no haya sido mencionada en el debate presidencial hay que echársela a los dos candidatos. Llevan meses diciendo que América Latina debe ser una prioridad para la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo, cuando tuvieron la oportunidad de demostrarlo, se quedaron callados. Los dos.
¿Para qué realizar un debate sobre política exterior de Estados Unidos en la Universidad de Miami, en el sur de la Florida, si no van a hablar sobre las nuevas restricciones a los viajes a Cuba, sobre la posibilidad de un acuerdo migratorio con México, sobre el tratado de libre comercio con centroamérica y República Dominicana, sobre la guerra en Colombia, sobre las amenazas a la democracia en Venezuela, sobre el dinamismo de Brasil, sobre el juicio contra Pinochet en Chile, sobre la crisis económica argentina…? ¿Para qué?
Miami es el puente de Estados Unidos con América Latina pero dejó de serlo durante el primer debate presidencial. Al final de los 90 minutos ambos candidatos tuvieron la oportunidad de hablar de cualquier tema y ninguno escogió a latinoamérica. Hablaron, sí, de Sudán, China, Irán y Corea del Norte, pero no de El Salvador, Bolivia, Perú o Ecuador. El mensaje es clarísimo: América Latina, a pesar de lo que digan, no es su prioridad. Y, en el peor de los casos, no les importa.
Pero se equivocan al ignorar a América Latina. Así como los sorprendieron los ataques terroristas de Al Kaeda el 11 de septiembre del 2001 (9/11), así se desperatarán un día con una crisis en un país latinoamericano con graves consecuencias para Estados Unidos. Las condiciones están dadas: América Latina produce más pobres, desempleados e inmigrantes que trabajadores con buenos salarios y beneficios de salud. Eso genera violencia, delincuencia, protestas, desesperanza y falta de fé en las instituciones del país. Eso también explica el resurgimiento de las izquierdas, del populismo y del autoritarismo en la región –Hugo Chávez es el mejor ejemplo en Venezuela- como alternativa a las democracias y a los sistemas de gobierno que no dan para comer.
El expresidente de El Salvador, Francisco Flores, lo dijo recientemente mejor que nadie: la frustración de los latinoamericanos con la alta criminalidad, los malos salarios y los bajos precios de sus productos de exportación están poniendo en peligro las democracias que tanto trabajo nos costaron.
El mismo día del debate presidencial en Miami, también estuvieron de visita en la ciudad los presidentes de Colombia, Alvaro Uribe, y de Bolivia, Carlos Mesa, para hablar (entre otras cosas) de las amenazas del narcotráfico en todo el continente. Basta decir que son norteamericanos la mayoría de los consumidores de las drogas que producen esos dos países. Bueno, esa grave realidad tampoco valió una mención de Kerry o de Bush.
Estados Unidos, después del 9/11, le está dando la espalda al sur de su frontera. Pero hacerlo ya ha tenido sus graves consecuencias a corto plazo. El gobierno del presidente Bush no pudo conseguir el apoyo de México y Chile –sus dos principales socios comerciales en la región y miembros del consejo de seguridad de la ONU- para atacar a Irak. Y, sin Naciones Unidos, se lanzó casi solo a una aventura que cada día se pone peor.
A largo plazo las perspectivas son igualmente grises. El sentimiento antinorteamericano corroe a las sociedades de América Latina. Eso se explica, en parte, por la oposición a la guerra contra Irak y a la nueva política de guerras preventivas. Pero el sentimiento antinorteamericano también se alimenta por la percepción generalizada de que Estados Unidos actúa, cada vez más, de forma unilateral y solo conforme a sus intereses.
De acuerdo con un estudio realizado por la empresa Latinobarómetro, seis de cada 10 mexicanos, argentinos y brasileños tienen una opinión negativa de Estados Unidos. Y no son los únicos. El estudio, que incluye entrevistas con más de 19 mil latinoamericanos en 18 países, muestra un claro y creciente sentimiento antinorteamericano en la región.
Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina son cíclicas. A veces los norteamericanos nos abrazan, como un oso, hasta sacarnos el aire y otras se olvidan de nosotros y nos tratan como si no existiéramos.
El primer debate de Kerry y Bush confirma nuestros peores temores; que hoy América Latina no existe para Estados Unidos. Los latinoamericanos, como en la película de Buñuel, somos los olvidados.