El olor a huevo podrido que dejaron priístas y fujimoristas empieza a desvanecerse. Poco a poco. Aunque el tufo haya apestado la memoria colectiva y dejado un mal sabor de boca a la historia.
México y Perú están viviendo momentos muy parecidos. En los últimos días ambos países han dejado atrás largos sistemas autoritarios, represivos y corruptos. Y en las dos naciones están regresando al poder y a puestos de influencia personajes que hasta hace muy poco eran criticados, difamados por sus respectivos gobiernos y que vivieron algún tiempo en el extranjero.
Soplan nuevos aires en Perú y México.
A México el cambio llegó desde abajo; 16 millones de votos por la oposición acabaron con 71 años del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la presidencia. El régimen del PRI fue arrollado como casas de cartón frente a un río desbordado.
A Perú el cambio vino desde arriba; el abuso del poder de Alberto Fujimori fue tan flagrante y obvio que no aguantó el peso, aparentemente insignificante, de un video que mostraba a su compinche y asesor, Vladimiro Montesinos, sobornando a un congresista. El gobierno de Fujimori se desbarató como un castillo de naipes.
Lo más interesante -y divertido- de ambos procesos democráticos es el regreso de personajes y políticos de oposición que fueron escupidos y desvirtuados públicamente y que ahora tienen su pedacito de poder. Es chistoso ver cómo políticos priístas y fujimoristas están actuando como perritos falderos ante personas que hasta hace poco atacaban con plena impunidad.
Déjenme contarles una anécdota que tiene que ver con el nuevo canciller mexicano. Durante los sexenios de los presidentes Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo varias veces me visitaron representates del gobierno de México en las oficinas de la televisora donde trabajo en Miami. Era frecuente escucharlos criticar con acidez a periodistas, académicos y miembros de la oposición con la intención de influir sobre nuestra cobertura, particularmente durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio y antes de las elecciones del dos de julio del 2000.
Esos políticos y diplomáticos querían tener la última palabra en los asuntos mexicanos, tanto dentro como fuera de México. Desde luego eso nunca ocurrió. “Esto no es México”, les hacía notar. Y ellos sólo se reían, nerviosos. Entre los intelectuales que generalmente eran atacados por éstos funcionarios estaba Jorge Castañeda, el actual Secretario de Relaciones Exteriores.
Recuerdo muy bien una de esas reuniones en Miami. Venían cinco o seis personas; un cónsul, un vocero de no se qué, un alto funcionario del gobierno y varios achichincles. Y su misión era muy clara: desprestigiar a Jorge Castañeda, entre otros. Decían que era un amargado, que se había inventado sus varios títulos profesionales, que sus libros no aportaban nada. En fin, puras mentiras; Castañeda no cojea por ahí. He entrevistado a Jorge en varias ocasiones en el curso de 15 años y sé que siempre hizo todo lo que estuvo a su alcance para ver un México democrático. Y sé también que los gobiernos priístas le tenían, en el fondo, miedo y respeto.
En la cabecita de éstos burócratas, criticar a los gobiernos priístas era equivalente a ser un “mal mexicano”. Su mediocridad nunca les permitió entender que criticar al sistema autoritario de México era, por el contrario, el deber de todo buen mexicano y el derecho de cualquier demócrata.
¡Cómo han cambiado las cosas en sólo unos días!
Hoy varios de esos diplomáticos y funcionarios del gobierno de México que me visitaban en Miami están bajo las órdenes de Castañeda. Y me preguntó si tendrán los pantalones -y las faldas- de decirle en su cara lo que me dijeron antes a mí. Lo dudo. Además, no me extrañaría para nada que cambien de piel y que, después de defender por años los excesos priístas, hoy se declaren unos verdaderos defensors de la democracia. Seguro tragarán dos veces antes de decirle, rastreros, al nuevo canciller: “sí señor, lo que usted diga…¿se le antoja un cafecito?”
En Perú el panorama es más complicado políticamente pero igual de divertido que en México. Los fujimoristas andan con la cola entre las patas luego que el rey se quedó sin ropas y se descubrió como un cobarde dictadorcillo. Fujimori ni siquiera se atrevió a dar la cara y envió su renuncia ¡por fax! desde Japón.
A Perú están regresando los 117 diplomáticos de carrera que Fujimori corrió en 1992, tras la antidemocrática disolusión del congreso y la constitución. El nuevo canciller y jefe de gabinete peruano, Javier Pérez de Cuellar, calificó de “arbitraria” la decisión fujimorista y le dió la bienvenida a sus excompañeros.
También ya regresó Baruch Ivcher, a quien el gobierno de Fujimori le arrebató el Canal 2 de televisión como represalia por su crítica cobertura periodística. El Canal 2 está de nuevo en sus manos por órdenes de un juez. Qué cómico será para Baruch ver cómo le piden empleo los mismos seudoperiodistas que hace tres años no se atrevieron a defender la libertad de prensa en Perú. Y qué triste y vergonzoso para ellos.
En México y Perú hay muchos enmascarados que harán, sospecho, lo que tengan que hacer para agarrar una chambita. Hipócritas de profesión. Y los que antes eran salinistas, zedillistas y fujimoristas ahora se declararán superdemócratas, foxistas y toledanos. De verdad, no dejo de asombrarme de la capacidad camaleónica de las clases dirigentes en América Latina.
Pero el alivio es que ya no tienen el poder de antes. Al menos en México y Perú. Ahora lo tienen quienes regresan. Como Baruch Ivcher. Como Jorge Castañeda.