Tu celular es mala compañía. Te aleja de la gente. Me explico.
Cada vez usamos más los teléfonos celulares. Pero al mismo tiempo se están convirtiendo en uno de los principales obstáculos de la comunicación interpersonal. Los celulares nos acercan con los que están lejos pero cada vez nos separan más de los que están cerca.
Es difícil encontrarse a alguien estos días sin su teléfono celular. Lo tienen en la mano, como un sexto dedo, pegado a la oreja o brincando y sonando en la bolsa del pantalón. Casi nadie se quiere separar del celular. Es como si algo terrible pudiera ocurrir si suena o vibra y no lo contestan.
Todos nos hemos sentido rechazados cuando, en la mitad de una conversación, alguien prefiere contestar su teléfono en lugar de ignorarlo. El mensaje es claro: el que está lejos me importa más que tú. Si platicas con alguien que no suelta su celular sabes que en cualquier momento puedes ser interrumpido. Vales menos que la próxima llamada.
Estar en presencia de un celular significa no estar 100 por ciento en ese lugar. Estás pero tu atención está dividida.
Esto lo entendieron perfectamente en el restaurante Eva, en Los Angeles, donde los clientes reciben un descuento del cinco por ciento si no usan su celular durante la comida. La participación es voluntaria pero, según un reporte del Huffington Post, cuatro de cada 10 clientes aceptan la oferta.
De pronto, el verdadero lujo en este siglo 21 es conversar sin celulares. No he ido a Eva ni sé si la comida y el servicio son buenos, pero algún día que aterrice en Los Angeles iré al restaurante como una especie de tributo.
El celular es mala compañía. Eso lo concluyó un estudio de la Universidad de Essex en Gran Bretaña que se preguntó cómo la simple presencia de teléfonos móviles afecta las conversaciones cara a cara.
En uno de los experimentos dividieron a un grupo de 74 participantes en parejas. Ninguno de ellos se conocía previamente. La mitad de las parejas conversaron sin un celular a la vista. A la otra mitad les pusieron un celular en una mesita al lado. Les pidieron a todos que platicaran durante 10 minutos sobre un evento interesante que les haya ocurrido en el mes pasado. Los resultados fueron fascinantes.
Las parejas que se conocieron sin la presencia de un celular reportaron una mayor cercanía y una mejor calidad de relación que aquellos que conversaron con un teléfono móvil a la vista. Un segundo experimento confirmó que la gente se tiene más confianza y comparte más cosas personales cuando no hay un celular al alcance.
Esta es la conclusión del estudio hecho por Andrew Prsybylski y Netta Weinstein: “La evidencia de ambos experimentos indica que la simple presencia de teléfonos móviles inhibe el desarrollo de cercanía interpersonal y confianza, y reduce los niveles de empatía y comprensión de sus parejas.”
Es decir, la simple presencia de un celular obstaculiza la buena comunicación entre dos personas. Y si a eso le sumas toda la carga informativa y el valor afectivo que llevan nuestros celulares –fotos, teléfonos, secretos, datos confidenciales, claves…- está claro que es muy difícil comunicarnos con alguien en persona sin ponerle atención, también, al aparatito.
La tendencia mundial es que hay una creciente migración de las computadoras y televisores a los celulares. Cierto, no podemos ver videos y leer documentos con la misma facilidad y claridad que en una pantalla más grande, pero eso es secundario ante la conveniencia de tener casi todo el mundo en la palma de mi mano.
Por eso es absurdo el sugerir que no usemos el celular. Ya no podemos vivir sin él. Negocios, gobiernos y familias dependen de los celulares. Pero sí podemos marcar nuevos límites. Eso es lo que se desprende de los experimentos hechos en Essex.
Y, por lo pronto, he hecho mis propias reglas. Cuando tengo cosas importantes que discutir prefiero hacerlo con los celulares en otro lugar. No hago ejercicio con el teléfono en la mano y llevo varias noches apagando los sonidos del celular. Cuando despierto, como ejercicio contra la adicción, trato de no checar el celular como primera actividad en la mañana. Intento que mi primer contacto del día sea con una persona y no con una máquina. Y puedo reportar con absoluta certeza que el mundo no se ha acabado y que mis niveles de estrés han bajado un par de rayitas.
El celular te apaga. Y mi propósito es tenerlo más tiempo apagado o a una sana distancia, como hacen algunos sabios clientes en el restaurante Eva de Los Angeles. Estoy seguro que la comida les sabe más rica que a los que tienen el celular en la oreja.
Por Jorge Ramos Avalos.
(Febrero 25, 2013)