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MAS ALLA DE IRAK

Miami

Hace unos días me invitaron a conversar con un grupo de inversionistas y académicos españoles sobre América Latina y la pregunta obligada era: ¿Cómo ven en Estados Unidos a Latinoamérica? Y la triste respuesta es que, en estos momentos, Estados Unidos ni siquiera ve a América Latina. Tiene los ojos puestos en Irak, en Corea del Norte, en Irán y en Afganistán, no en Venezuela, Brasil, México o Argentina.

Sin embargo, Estados Unidos puede cometer un error garrafal si no logra detectar y contrarrestar a tiempo el creciente sentimiento antinorteamericano que se palpa en varios países latinoamericanos. Las quejas surgen igual por los subsidios agrícolas a productos estadounidenses que han convertido a los campesinos mexicanos en una especie en extinción y por el tácito apoyo al golpe militar que derrocó a Hugo Chavez por 47 horas en Venezuela hasta por la negativa del ex secretario del tesoro, Paul O’Neil, de crear un plan de rescate para la economía Argentina y por el envío de representantes de tercera categoría a las tomas de posesión de Lula da Silva en Brasil y Lucio Gutierrez en Ecuador.

América Latina está cambiando y Estados Unidos no se ha dado cuenta. Los fracasos de dos décadas de políticas neoliberales para reducir significativamente el número de pobres y la corrupción de los partidos políticos tradicionales han generado, como reacción, tres nuevos gobiernos de izquierda en Brasil, Venezuela y Ecuador que en ciertos temas pudieran alinearse con Cuba.

El movimiento a la izquierda no termina ahí. Evo Morales, un indígena, pudo haber sido presidente de Bolivia si los partidos políticos más tradicionales no se hubieran unido para prevenir su victoria. La izquierda en Argentina -apoyada en que seis de cada 10 argentinos son pobres- también podría hacerle la vida de cuadritos a Carlos Menem si, como sugieren las encuestas, gana las votaciones de mayo. Y el alcalde de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, con su obsesión constructora se ha convertido en uno de los políticos más populares del país a pesar de que su Partido de la Revolución Democrática (PRD) padece de fuertes mareos ideológicos.

Estados Unidos ha centrado -sorpresa- su agenda en el comercio. Anuncio un nuevo tratado de libre comercio con Chile, negocia otro con los países centroamericanos y ya confirmó su apoyo al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas para el 2005. Eso es rescatable. Pero Bush no ha viajado más al sur del rancho de Vicente Fox en Guanajuato y, por lo tanto, no ha visto cómo en Oaxaca evitaron la construcción de un McDonald’s y cómo en Caracas pintarrajearon con consignas antiamericanas otro más. Son casos anecdóticos. Lo sé. Pero en un mundo globalizado estos son, también, símbolos y mensajes. ¿Sabrá Bush leer lo que le quieren decir en Oaxaca y en Caracas?

El asunto de la guerra tampoco ayuda. El sentido de urgencia para atacar a Irak no es compartido en Améxica Latina. Saddam Hussein no es ningún angelito. Se trata de un tirano responsable de la muerte de miles de sus compatriotas y una amenaza para sus vecinos. Pero eso lo sabíamos hace más de 10 años cuando otro Bush era presidente. ¿Por qué atacar ahora? ¿No es posible pensar en inspecciones permamentes hasta que caiga Saddam? ¿Acaso no es Corea del Norte, con potencial nuclear, una amenaza mayor?

Bush, hijo, en su reciente informe presidencial, aseguró que Irak está escondiendo 25 mil litros de ántrax, 38 mil litros de toxinas que paralizan el sistema respiratorio y 29,984 armas capaces de llevar sustancias químicas o bacteriológicas. Además, acusó a Saddam Hussein de “ayudar y proteger a terroristas, incluyendo a miembros de Al-Kaeda”. Esta es la palabra de Bush.

Pero incluso el mismo jefe de inspectores de Naciones Unidas, Hans Blix, acaba de decir en una entrevista con el diario The New York Times que “sería terrible que esto terminara con el uso de fuerza armada y solo espero que este proceso de desarme (de Irak) se realice a través de inspecciones.” Las dudas no son solo de Blix. En Europa también hay mucho recelo ante la actitud de la “hiperpotencia” -como definió a Estados Unidos el canciller francés- por el rechazo a la Corte Internacional de Justicia y al protocolo de Kioto (que protege el medio ambiente) y por la prisa guerrerista.

Una encuesta informal realizada a través de la internet por la revista Time, para su edición europea, preguntó: “¿Qué país representa el mayor peligro para la paz mundial en este 2003?” Entre las 318 mil personas que respondieron, 7 por ciento dijeron que Corea del Norte, 8 por ciento apuntaron a Irak y un sorprendente 84 por ciento indicó que, para ellos, Estados Unidos era la mayor amenaza mundial para la paz. Esta encuesta -que no tiene ninguna validez científica- es, sin embargo, una inequívoca señal de incomodidad por la manera en que Estados Unidos utiliza su poderío militar y su influencia económica.

Una encuesta similar no se ha realizado todavía en América Latina. Pero ya hay otras señales de preocupación que no pueden pasar desapercibidas por Estados Unidos a menos, claro, que esté dispuesto a quedarse como una isla en su mismo continente. La guerra, aún sin haber empezado, ya está teniendo sus consecuencias más allá de Irak. Puentes es lo que necesita Estados Unidos para mejorar sus relaciones con el mundo. Pero cualquier niño latinoamericano sabe que las guerras destruyen puentes; no los construyen.

Posdata del Columbia. Nada es ajeno a la guerra. El transbordador Columbia era un símbolo del poderío norteamericano. Por eso había extraordinarias medidas de seguridad en el despegue y antes del aterrizaje que nunca ocurrió. Tras el accidente del Challenger en 1986 el líder libio Mohamar Kaddafi transmitió hasta el cansancio y con morbosidad en la televisión de su país las imágenes de cómo el transbordador se desbarataba a 73 segundos del despegue; es solo cuestión de tiempo antes de que Saddam Hussein haga lo mismo en la televisión iraquí o trate de explotar la muerte de los siete astronautas, particularmente la del israelí Ilan Ramon. Nada es ajeno a la guerra.

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