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McMEXICO Y EL INVASOR INVADIDO

¿Hamburguesas en Oaxaca? Bueno, eso ya es tan común como tacos en Manhattan, pizzas en Tokyo, tapas en Bangkok y sushi en Madrid. Puede parecernos una aberración cultural o culinaria, pero este es el tipo de mundo que hemos construido desde hace más de dos décadas cuando la globalización salió de los diccionarios a las calles, restaurantes, baños, oficinas y cocinas. La mundialización -de la comida, del comercio, de la política, de los derechos humanos- es un fenómeno que ya no podemos parar. No nos queda más remedio que acostumbrarnos: cerrar fronteras es una idea provinciana.

Entiendo el enojo -y los argumentos- del pintor Francisco Toledo y de un buen grupo de intelectuales mexicanos al tratar de evitar que un restaurante McDonald’s venda cheeseburgers with fries and a big chocolate shake en el precioso zocalo colonial de la ciudad de Oaxaca. Quieren vender hamburguesas en el mismo lugar donde, hace tiempo, probé el mole negro y mis primeros chapulines con chile piquín. Es cierto, los arcos dorados de McDonald’s inevitablemente influirían en la forma de comer de los oaxaqueños. Pero este es el tipo de planeta que estamos construyendo: de lodo, mestizo, mezclado, mixto. Casi nada es puro en este mundo.

Toledo y quienes lo apoyan quizás puedan evitar -por el respeto a los códigos arquitectónicos- que abra ese restaurante de comida rápida en el mismo centro de Oaxaca. Tal vez la presión que están ejerciendo rasque el oído oportunista de algún político ultranacionalista o, simplemente, la cadena de restaurantes más grande del mundo pudiera llevar su inversión y sus trabajos a dos cuadras de ahí.

Pero ¿qué piensan hacer con los otros 235 McDonald’s que se han establecido en México desde 1985? De poco sirve realizar actos globafóbicos y seudorrevolucionarios como el del campesino francés Jose Bove que intentó destruir con su tractor un McDonald’s en Millau. ¿Cómo contrarrestar la presencia de los 15 mil restaurantes McDonald’s esparcidos por todo el mundo? Definitivamente, no con tractores.

Lo reconozco: no hay nada más chocante que ver un McDonald’s en Francia, junto a la plaza del triunfo en París. O en Japón. Sin embargo, hace unos años, tras una dieta de pescado crudo, arroz y sopa de vegetales durante una semana, no tuve más remedio que meterme en un McDonald’s localizado junto a una centenaria pagoda en Kyoto para meterle grasa a mi alicaído cuerpo. Es decir, que hasta el menos carnívoro amante del sushi puede caer en la tentación de unos Chicken McNuggets y papitas fritas; extra large, please.

Para quienes creen que el país se está convirtiendo en un McMéxico, duerman tranquilos: McDonald’s no es el diablo. El mismo fenómeno de mezclas culturales que está viviendo México ocurre en Estados Unidos (y, para tales efectos, en el resto del mundo). Así como algunos mexicanos se sienten “invadidos” por restaurantes de hamburguesas, hay también norteamericanos muy incómodos por la enorme influencia culinaria y cultural de México en Estados Unidos.

Tan preocupados están que no pocos -incluyendo al derechista ex candidato presidencial Pat Buchanan- han denunciado la supuesta “reconquista” de los territorios que perdió México frente a Estados Unidos en 1848 y quieren botar del país, a patadas, a los ocho millones de inmigrantes indocumentados. Dando y dando. En ambos lados de la frontera hay provincianos. La realidad es que la mexicanización de estados como Texas, California y Arizona es mucho más profunda que la McDonaldización de Oaxaca.

La influencia mexicana en Estados Unidos es gigantesca, abrumadora. En Estados Unidos se venden más tortillas que bagels y más salsa picante que ketchup. El taco le hace la guerra a la hamburguesa. En Estados Unidos hay por lo menos 30 millones de personas que hablan español; hay zonas urbanas donde ni siquiera es necesario aprender inglés. Cada año se venden millones y millones de libros en castellano. Hay tres cadenas nacionales de televisión y cientos de estaciones de radio en español. Ah, y el programa de radio más escuchado en Nueva York se llama “El Vacilón de la Mañana” y no el show de Howard Stern.

Es decir, Estados Unidos -a quienes muchos consideran con razón el invasor cultural número uno del mundo- también se siente invadido. El invasor se siente tan invadido -por inmigrantes, por la comida mexicana, por el español…- que 27 de los 50 estados norteamericanos han declarado al inglés como el idioma oficial. Aunque el gesto es absurdo e inútil. Si los datos del censo son correctos, en menos de 50 años casi 100 millones de latinos en Estados Unidos hablarán español. Sorry.

Insisto: la globalización -aún con sus groseras mezclas, excesos y defectos- es preferible a regresar a un provincianismo de puertas cerradas. Cerrar las fronteras mexicanas a productos, restaurantes y alimentos norteamericanos no es una opción viable ya que tampoco quisiéramos que Estados Unidos dejara de comprar el 90 por ciento de todas las cosas que exporta México. Eso crearía aún más hambre y desempleo en México. Es cuestión de decidir qué queremos: un México abierto al mundo o un México provinciano, asustado, aislado. Así de simple.

La lucha simbólica por el centro de Oaxaca refleja un México orgulloso de sus tradiciones culturales. Eso hay que celebrarlo. Pero si este conflicto significa que una parte del país está considerando darle la espalda a la globalización, eso sí es preocupante; sería un hara-kiri.

¿Hamburguesas en Oaxaca? Claro que sí, al igual que mole en París, pato Pekín en Johanesburgo y pupusas en Los Angeles.

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