Miami. Mario superestrella. En esta ciudad de playas y bikinis, de exilios (forzados y autoimpuestos), de clubes nocturnos y bares bajo las estrellas, de moda latina, fiesta y farándula, es difícil reunir a más de 100 personas a menos que se trate, claro, de una protesta anticastrista, de un juego de los Heats, Dolphins y Marlins, o de un concierto de Shakira, Luismi y Gloria Estefan. Por eso llama la atención cuando cientos de personas se presentaron un domingo por la noche (en el marco de la pasada Feria del Libro en Miami) a escuchar a un escritor. Cerca de 700 pudieron entrar al auditorio Chapman a oir a Vargas Llosa. Muchos más –imposible contarlos- se quedaron afuera, quejándose y con las ganas de ver a uno de los escritores más conocidos de nuestros tiempos en cualquier idioma.
Vargas Llosa fue recibido como si fuera un cantante de rock o un campeón mundial No exagero. No todos los días llega a Miami el autor de más de 40 libros y permanente candidato al Nobel de literatura. Proust, Kafka y Hemingway, por mencionar solo a tres, fueron inalcanzables para sus contemporaneos. No Vargas Llosa. Nos lo encontramos hasta en la internet. Su página (www.mvargasllosa.com) enumera 86 distintos premios y condecoraciones. Quizás uno de sus discursos más memorables es el que pronunció al recibir el premio de novela Rómulo Gallegos en 1967. Entonces, jóven e ilusionado, Vargas Llosa dijo: “La literatura es fuego, es una forma de insurrección permanente…todo escritor es un descontento.” Desde entonces no ha dejado de escribir para probar que es cierto.
Con sus largas canas y dientes de conejo, saco oscuro, pantalones grises y camisa color pera es difícil pensar en Vargas Llosa como un “descontento”. Pero lo es. Vargas Llosa pelea constantemente con la palabra; la analiza, la somete a rayos X, la descuartiza
cuando es necesario y, si no le sirve, la descarta para lanzarse a buscar otra palabra que refleje exactamente lo que quiere decir. La palabra: esa es la primera guerra de Mario.
En la presentación de su libro El Paraíso en la Otra Esquina –sobre las existencias paralelas de la activista francesa, Flora Tristán, y de su nieto, Paul Gauguin -escuché a Vargas Llosa decir que le costaba trabajo escribir. Con micrófono en mano -y aprovechando mi función de moderador- lo tuve que interrumpir. No me cabía en la cabeza que el autor que hace 40 años escribió la brutal novela La Ciudad y Los Perros pudiera liarse con su propio oficio.
-“¿Lo escuché decir que le cuesta trabajo escribir?” le pregunté. “¿Es cierto?”
-“Sí”, me contestó. “Es un trabajo que suele ser muy angustioso, en el que uno suele desgarrarse…(Es) complejo y, por otra parte, bastante misterioso. Pero, al mismo
tiempo, me siento como un traidor cuando digo eso –‘ay, cuánto me cuesta’- parece que yo sufro escribiendo y, en realidad, el gozo mayor de mi vida es escribir.”
Su fama –aunque le pese- ha permitido que sepamos de él más de lo que quisiera compartir: sabemos que su escritor latinoamericano favorito es Jorge Luis Borges y que de todas sus obras prefiere sus cuentos en Ficciones; que Mozart le emociona y que Don
Giovanni es su opera más querida; que escribe de mañana para luego corrigir y leer en las tardes y por la noches; que habla poco de su vida en familia porque “el amor es una experiencia privada que cuando se saca a la luz pública se empobrece.”
Sólo trabaja en un proyecto a la vez. Y se clava en el tema, como cuando pasó ocho meses en República Dominicana para escribir La Fiesta del Chivo. Pero ¿cómo escribe? ¿Lee en voz alta lo escrito? ¿Pelea palabra por palabra?
“Es difícil decirlo en términos generales, abstractos, porque no es así”, me contestó. “Voy encontrando la manera de narrar poco a poco, rehaciendo, corrigiendo. Es un proceso que no es enteramente racional. Yo siento cuando no funciona una frase.”
Y luego explica el origen de su método para escribir. “Es una enseñanza que viene de mi admiración por Flaubert”, dijo. “Flaubert tenía la manía de la palabra justa y decía que la palabra justa se descubría al oído. Que cuando algo chirriaba en una frase, la frase estaba mal. Y la frase estaba mal porque el pensamiento que estaba detrás de la frase
estaba mal. Yo no sé si es la fonética, pero yo siento claramente cuando una frase no funciona, cuando una frase es incapaz de persuadirme, de crear esa fuerza de convicción
que hace que el lector se emocione, se indigne, se exalte o se deprima con lo que uno está narrando.”
Además de la palabra justa, otra de las manías de Vargas Llosa es Perú. Uno de los personajes en su obra Conversación en la Catedral se pregunta “en qué momento se jodió Perú.” Quizás Perú, como la mayoría de los países de América Latina, se ha jodido varias veces. Pero, sin duda, una de esas veces fue en 1990 cuando los peruanos escogieron como presidente al autoritario y corrupto Alberto Fujimori en lugar de este humanista liberal.
¿Por qué perdió Vargas Llosa, el candidato, esa elección para la presidencia? No lo quise decir en público pero a mí me tocó estar en su cierre de campaña en Lima y su mensaje –lleno de alusiones a la literatura y a su experiencia europea- no prendió en el
público. Tras escucharlo, una amiga periodista se volteó y me dijo: “Vargas Llosa no puede ganar con un discurso así.” Tristemente, tuvo razón.
Vargas Llosa es un maravilloso exprimidor de la vida. De esa experiencia surgió el libro El Pez en el Agua. Tras digerir la derrota se refugió, como era de esperarse, en la literatura y, en 1993, se convirtió en ciudadano español. Hoy vive la mayor parte de su
tiempo en Madrid. “Me siento bastante en casa en España, quizá por la lengua y la tradición”, comentó en un chat con America Online. “Por otra parte, en España tengo a mi editor y muy buenos amigos.”
Vargas Llosa sigue soñando en utopías pero ya lejos del mundo de la política. En El Paraíso en la Otra Esquina Flora Tristán y Paul Gauguin buscan, en lugares distintos, su propio paraíso: Flora, en la lucha por la justicia social; Gauguin, en el regreso a una
existencia primitiva en Tahiti y en la pintura. Vargas Llosa, me atrevería a aventurar, encuentra su paraíso en la literatura. Sin embargo, a sus 67 años de edad sigue siendo,
irremediablemente, un hombre de su tiempo. Esto quiere decir que no puede vivir alejado del mundo que le rodea. Incluyendo a Irak.
Hace poco regresó de un viaje a Irak. “Yo tenía, realmente, la necesidad de ver sobre el terreno si mi condena de la guerra de Irak –la intervención militar americana o británica- era justa o precipitada”, adelantó a manera de explicación. Había, también, una razón más personal. Su hija Morgana estaba trabajando en Irak para la Fundación Iberoamerica-Europa y quería cerciorarse que se encontrara a salvo.
El viaje de 12 días –del 25 de junio al 6 de julio del 2003- rápidamente se convirtió en una serie de largos reportajes escritos “a salto de mata” para el diario español El País que, luego, se transformaron en el libro Diario de Irak (con fotografías de Morgana). En una de sus crónicas cuenta de su encuentro con el diplomático brasileño Sergio Vieria de Mello y varios de sus colabroradores unas semanas antes de que murieran en el atentado en Bagdad que destruyó el edificio de Naciones Unidas. El viaje a Irak, sobra decirlo, tuvo un profundo impacto en Vargas Llosa y sus opiniones.
Su clara oposición a la guerra, expuesta en un artículo en febrero del 2003, “quedó muy matizada, para no decir rectificada, luego de (su) viaje.” Esta confesión en el prólogo de su libro se explica unas lineas más adelante: “Criticable, sin duda, por su caracter unilateral y por carecer de un respaldo de las Naciones Unidas,
la intervención militar de la coalición ha abierto, sin embargo, por primera vez en la historia de Irak, la posibilidad de que este país rompa el círculo vicioso de autoritarismo y totalitalismo en que se ha movido desde que Gran Bretaña le concedió la independencia.”
-“¿Por qué estaba en contra de la guerra?” le pregunté.
-“Estaba en contra de la guerra”, me contestó, “porque no creí que fueran ciertas, probadas, las razones que dieron Bush y Blair para justificar la intervención: que había armas de destrucción masiva; que había una vinculación entre el gobierno de Saddam
Hussein y el grupo terrorista Al Kaeda. No estaba fundamentada esa acusación.”
Pero luego, hilando con la complejidad de la situación, cambia ligeramente de rumbo. “El viaje fue muy instructivo”, continuó. “Comprobé, como creo que ha comprobado todo el mundo, que las razones que se dieron para justificar la intervención eran falaces…Sin embargo, me pareció que la intervención militar abría para el pueblo iraquí unas posibilidades de liberación, de modernización, de democratización que jamás se hubieran dado sin una intervención militar.”
Decir algo así en Miami no es gratuito. Algunos de los exiliados cubanos que asistían a este auditorio en el centro de Miami podrían sugerir que, para ellos, Fidel Castro ha violado los derechos humanos tanto o más que el propio Saddam Hussein. El
argumento de que los iraquíes estaban mejor, tras la intervención militar angloamericana
-porque sacó del poder a un dictador- podría aplicarse, también, al caso cubano. La pregunta, entonces, era obligada.
-“¿Se vale una invasión a Cuba?” le cuestioné y el auditorio cayó en un silencio completo.
-“Mire, yo jamás justificaría una acción militar porque le conviene a los intereses de los Estados Unidos”, me dijo, para luego explicar extensamente su intensa –y a veces controversial- relación con la revolución cubana que él apoyó por casi una década:
-Sobre su postura respecto a Cuba: “El caso de Cuba –seguramente muchos de ustedes saben- que desde el año 67, 68, yo he sido un crítico muy severo de Fidel Casto,
de la revolución cubana, y muy crítico de los que han apoyado la revolución cubana o han contribuido a mantener vivo el mito de una sociedad que luchaba por la justicia, por la igualdad.”
-Sobre el embargo: “He apoyado el embargo porque me parecía una de las maneras como las sociedades democráticas podían ayudar a quienes resistían y luchaban por la democratización de las dictaduras. Y en algunos casos el embargo ha sido un instrumento eficaz, en Sudáfrica, por ejemplo. Ahora, en el caso de Cuba no ha funcionado. Efectivamente, el embargo ha fracasado por una razón muy simple: porque nunca hubo un embargo real. Estados Unidos decretó el embargo pero Cuba podía comprar los productos que quería, los productos americanos, en Panamá, en Canadá, en toda España. El embargo sí ha sido uno de los instrumentos sicológicos que ha utilizado la dictadura como víctima, como David enfrentándose a Goliat.”
-Sobre el futuro de Cuba: “Es un régimen putrefacto, absolutamente en vías de descomposición, y lo que lo mantiene es esa especie de hipnosis que los dictadores, los grandes dictadores, llegan a contagiar a todo un pueblo. Yo estoy absolutamente
convencido que la dictadura no va a sobrevivir de ninguna manera, ni un corto tiempo, a la desaparición del tirano, de Fidel Castro. Y hago votos para que esa desaparición sea muy pronta.”
-Sobre qué quiere hacer cuando caiga Fidel: “Estoy convencido que eso no es muy lejano. Ustedes y yo lo vamos a ver. Y yo espero impacientemente que así ocurra porque, como yo en mi juventud viví la ilusión de Cuba y me movilice en defensa de una revolución que creía que traía la justicia, yo he vivido todos estos años con una cierta conciencia culpable. Y yo quiero estar allí cuando el pueblo cubano recobre la libertad.
Yo quiero estar en la Habana, ahí, viendo como el pueblo cubano recupera su libertad.”
¿Y qué importa lo que diga Vargas Llosa sobre Cuba? Bueno, América Latina es un lugar en el que las opiniones de los novelistas se toman en serio, es un lugar donde las ideas y los sueños se cuelan en la política y en nuestra vida diaria como pan en la
comida. Por ejemplo, la frase de Vargas Llosa de que México era “la dictadura perfecta” fue utilizada frecuente y eficazmente por la oposición mexicana hasta que en julio del 2000 el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió la presidencia por primera
vez desde 1929. De la misma manera, las palabras de Vargas Llosa sobre un embargo que no ha funcionado y sobre el deteriorado estado de la dictadura cubana pueden tener un peso específico y, quizás, acelerar la inevitable transición a la democracia en
Cuba. Es la fuerza de las ideas y, en el peor de los casos, la fuerza de la repetición.
El encuentro, de poco más de dos horas, llegaba a su fin con una hilera interminable de lectores que querían la firma del escritor en sus libros. Amable, pero eficientemente, fue estampando las letras MVLL cien, doscientas, trescientas veces…
Tras despedirme de Mario -y prometernos una comida o una reunión con menos gente- me sorprendí sonriendo. El diálogo de aquella noche me había dejado un consuelo. “Si a Vargas Llosa le cuesta trabajo escribir”, pensé mientras me alejaba, “¿qué podemos esperar el resto de los escribidores?” Respiré tranquilo y luego me perdí en las sudorosas y oscuras calles del downtown miamense.
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ME CUESTA TRABAJO ESCRIBIR: MARIO VARGAS LLOSA
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