Miami.
Carlos Menem, de Argentina, siempre me pareció un presidente light. Seguramente el comentario es injusto. Hay muchas otras cosas por las que será recordado cuando deje el poder el próximo mes de diciembre. Pero ahora que estamos a punto de saber quién lo va a reemplazar –hay elecciones presidenciales éste domingo 24 de octubre- vale la pena dar marcha atrás y echarle un vistazo al legado de Menem.
Primero lo ligero.
Lo conocí en la primera cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, en julio del 91. Me lo encontré tranquilo, a gusto, en su suite del hotel Camino Real. Me saludó muy formal. Casi ni me vió. En cambio, revisó rápidamente -de arriba a abajo y sin ningún pudor- a la corresponsal que me acompañaba. Le tomó la mano derecha, la jaló suavemente hacia sí y luego la besó en el cachete. Pero fue un beso sin prisa, bien puesto, cerca de la boca. Sobra decir que mi amiga se quedó en shock por el recibimiento. Sobra decir también que ella lo entrevistó primero y luego, mucho después, me tocó a mí.
La segunda entrevista la tuvimos en mayo del 95, en Buenos Aires, unos días antes de su reelección. Habíamos muchos periodistas esperándolo en un estudio de televisión, mientras terminaba su participación en el conocido programa de Mirta Legrand. Conseguir una entrevista exclusiva en esas circunstancias parecía poco menos que imposible. Pero uno de sus asesores, a quien conocía de otras coberturas noticiosas, me dió la clave: “Acércate al presidente junto con la productora de televisión que te acompaña”. Menem picó el anzuelo y conseguí la entrevista (después, claro, que el presidente le plantara un soberano besote a la productora). En ambas ocasiones, Menem iba vestido de manera impecable: saco cruzado, corbata y pañuelo de seda, camisa a la medida, zapatos sin un rasguño.
Cuando regresé a Buenos Aires en octubre del 97 –con motivo de la visita del presidente norteamericano Bill Clinton a América Latina- me topé con una de las maquillistas encargadas de cuidar la cara de Carlos Menem durante sus apariciones televisivas. Ya que lo conocía bien, aproveché para preguntarle sobre la aparente frivolidad que Menem destilaba por cada poro. “Todo en Menem es estético”, me dijo. “El escoge diariamente sus trajes, camisas y corbatas. Además, le gusta arreglarle la corbata a quien la trae un poquito fuera de lugar”.
Estos son, desde luego, trazos muy incompletos de alguien que se sostuvo a capa y espada durante diez años en el poder en Argentina. Sólo por el aguante, es todo un mérito.
Ahora lo pesado.
Carlos Menem fue el primer presidente latinoamericano en ésta década que se atrevió públicamente y en su cara a criticar a Fidel Castro. Lo hizo en Guadalajara. Llamó al comunismo “una pieza de museo” y denunció la falta de libertad y democracia en la isla. Así que, fuera de Argentina, Menem quizás será recordado por su oposición abierta al castrismo, por tratar -sin éxito- de resolver el problema de las Malvinas y por el estoicismo con que enfrentó la muerte de su hijo.
Dentro de Argentina, las cosas son muy distintas. Menem dejará huella por su plan de convertibilidad en la que ligó al peso argentino con el dólar norteamericano. Plan que, dicho sea de paso, ninguno de los dos principales aspirantes a la presidencia quieren tocar. Menem, también, prácticamente acabó con la inflación; en 1989 era del 3 mil por ciento por año y ahora no pasa de un uno por ciento. Asimismo, el programa de privatizaciones de Menem a principios de la década fue uno de los mas ambiciosos de América Latina.
A pesar de lo anterior, lo que los argentinos nunca le perdonaron a Menem fue el quedarse sin trabajo. Las promesas de la campaña menemita se esfumaron. El desempleo se duplicó desde que tomó posesión: actualmente se calcula que 15 de cada 100 argentinos en edad de trabajar no encuentran empleo. A esto hay que añadir el factor pobreza.
Los críticos de Menem, apoyados en varios estudios, aseguran que ahora hay mas pobres en Argentina que cuando él inició su mandato. Los ingresos y beneficios de las privatizaciones, aseguran, se concentraron en unos pocos. Menem dice que eso no es cierto (aunque las cifras no parecen estar de su lado). La falta de empleos y la desigual distribución de la riqueza tumbaron a Menem en las encuestas.
El patilludo exgobernador de la Rioja comenzó en la Casa Rosada con una enorme popularidad: seis de cada diez argentinos lo apoyaban. Ahora, sólo uno de cada diez está de su lado. En realidad, siempre pensé que a Menem le sobraron cinco años en el poder. Con un sólo período presidencial hubiera dejado su marca. En el segundo término, el poder lo desgastó. Y por eso se va con varias cuentas pendientes; algunos de sus principales colaboradores han sido acusados de corrupción. A ver si no le pasa a Menem lo que al expresidente de México, Carlos Salinas de Gortari, que cayó en desgracia cuando los mexicanos se dieron cuenta que durante su gobierno varios funcionarios públicos, incluyendo su hermano, se hicieron multimillonarios.
Aquí está, pues, un miniretrato del Menem que se va. Quizás la historia lo juzgue como un líder con mas sustancia de la que supimos apreciar. Pero aun así, yo no podré olvidar al bajito bien vestido que conocí en Guadalajara, peinado con gomina y con sonrisa de galán de telenovela…a Menem, el ligero.
La primera impresión fue la imborrable.