Vail, Colorado
Si no fuera por la nieve y las montañas y el maldito frío y los esquís y los Rolex y los abrigos de mink y los lentes Maui, pudiera pensar que estoy en cualquier lugar de México. Cierro los ojos y oigo el típico cantadito mexicano por todos lados: “Paaaty, nos veeemos allááá arribiiita en la montaaaña ¿nooo?”, “Oye güey, vaaamos a echarnos unas carreriiitas; la nieve estááá de poca”, “Buenooo” -contestando su nuevo celular Nokia- “quihúúúbole mi broooder ¿on’tas?”, “Paaapi, pero es que hoooy no quiero esquiaaar, prefieeero iiirme en el snowboard. Eeeso es lo que haaacen todos los gringos ¿quééé no veees?”
Lo que veo es un pueblito (perdón, el village) con más mexicanos ricos de los que jamás me imaginé. Yo no sabía que el presupuesto nacional alcanzara para tanto. En los lifts para subir a la montaña me encontré con una familia mexicana que estaba comprando boletos para esquiar para cuatro personas por dos semanas. El boleto vale 71 dólares diarios por persona. O sea, se iban a gastar 3,976 dólares (que equivale a la mitad del salario anual de una familia promedio mexicana). Y eso no incluye la renta de los esquís (40 dólares diarios) ni los guantes, chamarra, pantalones, medias largas, gorrito y bufanda contra el inclemente frío. El padre de familia, un hombre cuarentón, sacó la tarjeta de crédito y firmó sin dudarlo la pequeña fortuna. “Yaaa tengo los boleeetos, mi viiida”, salió anunciando sin sufrir, siquiera, un tropezón.
Volar de la ciudad de México a Vail sale en más de mil dólares (clase turista) durante el invierno. ¿Pero por qué no pagar los 2,300 dólares en primera? En eso mismo puede salir un apartamento “supernice”, una cabañita “como las de Valle (de Bravo)” o un cuarto de hotel por tres o cuatro días -los impuestos están incluídos, no se preocupen.
Estos mexicanos que jamás se subirían a un camión de transporte colectivo en México, Monterrey o Chihuahua acompañan con alegría a los estadounidenses en los shuttles que gratuitamente llevan a los esquiadores de los hoteles a la falda de las montañas. “Híííjole, eeesto se parece al camióóón de Refooorma o al meeetro de Constituyeeentes”, dijo una joven madre cuando a uno de sus hijos ya no le tocó asiento.
En los shuttles es fácil enterarse que en “Suiiiza se esquííía más paaadre que en Canadááá” pero que “el ambieeente de Aspen eees looo máááximo”.
Aprés ski es difícil conseguir lugar en los buenos restaurantes si no se hacen reservaciones con semanas de anticipación, aunque se trate de un mexicano con billete. “We’re booked”, le dijeron en el Sweet Basil -que está de moda- a una solemne mujer de cana pintada a quien nunca nadie le había dicho “no” en su vida. Eso jamás se lo harían en el Izote, en la Hacienda de los Morales o en El Estoril. Insistió, pesada, berrinchuda, confiada en conseguir una mesa. “We’re sorry”, le volvieron a decir y se fue haciendo un oso espantoso, seguramente pensando: “piiinche güera, no saaabe con quiééén trabaaaja mi espoooso”. Su abrigo se fue barriendo la nueva nieve que caía en las calles cerradas al tráfico vehicular. Probaría su suerte, luego, en el Campo di Fiori o en el Game Creek.
De pronto es fácil olvidar que en México cada vez hay más pobres, más desempleados y más desesperanzados. Aquí a Vail llega un montón de ese 10 por ciento de los mexicanos que acumulan el 40 por ciento del ingreso. Pero lo interesante es que muchos de los 60 millones de pobres (o más) que tiene México también están llegando a Vail.
Los que cocinan son mexicanos. Los que limpian los cuartos de hotel son mexicanos. Las que cuidan a los niños son mexicanas. Los que cargan la basura, son mexicanos. Los que hacen los trabajos que nadie más quiere hacer son mexicanos.
Verónica de Zacatecas y Elvia de Veracruz ganan 8 dólares con 50 centavos la hora como recamareras en un hotel de cuatro estrellas. “Pos sí stá duro, pero tá más duro por allá”, me dijo una. “Y yaaa nos acostumbramos el frío”, completó la otra, riéndose. Lorena, de Chihuahua, es más afortunada. Ella ya gana 10 dólares la hora, más que el mexicano promedio en todo un día. Pero el costo es alto. “Toda mi familia tá en Chihuahua”, me comentó un día después de navidad. Aquí lo que importa es el cash; con papeles o sin papeles.
Sin mexicanos Vail se paralizaría. No habría suficiente mano de obra para que el pueblito funcionara tan bien. Y no habría, tampoco, suficientes pesos (cambiados a dólares) para mantener pujante a la industria del turismo.
Lo curioso -lo triste- es que las mismas estructuras, las mismas clases, las mismas actitudes (pedantes y de sumisión, de autoridad vertical) que existen en México se repiten aquí en Vail…solo que con mucho más frío. Pero las bajas temperaturas exageran esas enormes diferencias entre los mexicanos que tienen mucho y los que no tienen nada más que su trabajo. Unos, calientitos, con abrigos de pieles sobre sus esquís Rosignol. Los otros, tiritando dentro de sus chamarritas de poliester y botas de plástico, chambeando en temperaturas bajo cero para poder enviarle dinero a sus familias en México. Esos son los dos Méxicos que patinan (y que chocan) en los hielos de Vail.