Ciudad de México.
Basta caminar un ratito por los campamentos de los seguidores del candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, en pleno centro de esta capital para darse cuenta que el conflicto político que hay en México va para largo. Esto no es cuestión de días. Aquí estamos hablando de años, de un cambio profundo en la manera en que se hace política en México.
López Obrador no solo quería ser presidente de México; quería, sobre todo, cambiar a México. Y lo está cambiando (aún cuando nunca llegue a Los Pinos).
Las señales están por todos lados. No hay que ser un genio para verlas.
En los 10 kilómetros de campamentos que bloquean la avenida Reforma –y que han generado un terrible caos vial por más de un mes- hay, literalmente, miles de mensajes.
Estos son algunos, cargados por igual de odio y esperanza: “Sonríe AMLO Presidente”, “Fox traidor de la democracia”, “No al fraude electoral”, “Ganamos”, “No pasarán”, “Triunfo fecal”, “Primer paro nacional de audiencia: un día sin TV”, “Voto por voto, casilla por casilla”, “Defenderemos a AMLO hasta sus últimas consecuencias”…
Durante el día los campamentos están semivacíos. Ahí me encontré a un grupo de mujeres jugando dominó. Eso, sin embargo, no refleja correctamente su espíritu combativo. “La decisión del tribunal electoral no nos sorprendió”, me dijo una de ellas. “Ya sabíamos que iban a apoyar a Felipe (Calderón, el candidato presidencial del Partido Acción Nacional). Pero no nos vamos a dejar; esto va p’a largo.”
Cuando uno de los coordinadores del campamento me vió platicando con las mujeres, se me acercó, entre curioso y sospechoso. Y luego que le dije que era un reportero, se soltó. “En el 88 no estábamos organizados”, comentó, refiriéndose al enorme fraude electoral que le robó el triunfo a Cuauhtemoc Cárdenas, el entonces candidato presidencial del Partido de la Revolución Democrática. “Ahora es distinto: estamos listos para aguantar lo que sea necesario.”
Y me quedé con esa impresión; que aunque la gente que apoya a López Obrador sea una franca minoría, está dispuesta a llevar sus quejas y el enfrentamiento al límite.
¿Cuál es el límite? No lo sabemos. Por eso el nerviosismo. Por eso la incomodidad. Por eso el miedo
Lo que sí sabemos es que López Obrador no se va a quedar callado y que será una voz incomodísima para el próximo gobierno, que va a tratar de crear un poder paralelo al de la presidencia y que hay millones de mexicanos que lo apoyan.
Su apoyo surge de los que ya no tienen nada más que perder, de las familias que viven con menos de 5 dólares al día, de los que no tienen seguro médico, casa propia o jubilación asegurada, de los que han sido pisoteados tantas veces que han dejado de creer en la policía, en las instituciones y en las promesas de los políticos.
Un dato. Cada año un millón de jóvenes se suman al mercado laboral en México, pero el gobierno del presidente Vicente Fox solo pudo crear 100 mil trabajos anualmente, según el reciente cálculo publicado en la revista Foreign Affairs. ¿A dónde se van los 900 mil jóvenes que no encuentran empleo cada año? A Estados Unidos o a la oposición. Así de fácil.
Las cuentas no le salen a López Obrador. Es cierto. No está claro cómo se realizó el supuesto fraude masivo. Los siete jueces del tribuanl electoral tampoco creen que existió. Sin embargo, López Obrador considera que fue ilegal el apoyo del gobierno del presidente Fox y de los empresarios a Felipe Calderon antes del 2 de julio.
Si eso era así, entonces ¿por qué no se retiró López Obrador antes de las elecciones? “Porque yo pensaba que con todo les ibamos a ganar”, me dijo hace poco en una entrevista. No fue así. Y ante el rechazo oficial, se radicalizó.
López Obrador quemó las naves, se burló de las reglas del juego y decidió que no vale la pena aguantar su candidatura presidencial hasta las elecciones del 2012. Por eso es un hombre con prisa.
La lucha de López Obrador ya no es para ganar las elecciones y cambiar al gobierno desde dentro. Eso ya pasó. Lo que López Obrador propone ahora es el rompimiento con el sistema. Quiere rechazar lo que existe y crear algo nuevo.
En México –a diferencia de Chile, por ejemplo- no hay un consenso de hacia donde debe marchar el país. No hay acuerdo sobre qué hacer con los pobres, con el petroleo, con la industria privada, con los emigrantes, con las escuelas, con la policía. Los mexicanos –es duro reconocerlo- no nos hemos puesto de acuerdo en lo más básico.
No lo digo yo. Dénse una vueltecita por los campamentos de los manifestantes en paseo de la Reforma y verán el lugar preciso por donde México parece estar a punto de descoserse.