“De veras que nos vamos a casar”, le decía el novio a su prometida. “Solo dame un tiempito”. Y la novia le daba su tiempito y nada que se casaban. Luego él le dió el anillo y le dijo: “Ahora sí nos vamos a casar, únicamente déjame conseguir un mejor trabajo”. El consiguió un mejor trabajo y tampoco se casaron. “Bueno, vamos a poner una fecha”, le propuso ella y pusieron fecha. Pero llegó la fecha y tampoco se casaron.
Siempre había un pretexto para evitar el matrimonio. Al final, para todos fue obvio
-excepto para la novia- que él en realidad no se quería casar. Algo parecido le está ocurriendo a México con Estados Unidos.
El gobierno del presidente George W. Bush en realidad no quiere negociar ningún acuerdo migratorio con México. Pero le está dando largas al mandatario mexicano Vicente Fox para no ofenderlo y para que le sirva de compañía cuando lo necesite, como en la reciente votación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Desde un principio era Fox el que se quería casar y Bush el que se hacía el interesante. Y dos años después de iniciado el romance, el novio sigue retorciéndose y dándole vueltas al asunto.
Todo comenzó cuando Fox le propuso a Estados Unidos que vivieran juntos. Esto ocurrió poco después que Fox ganara las elecciones del dos de julio del 2000. En una ya famosa entrevista con el periodista norteamericano Sam Donaldson, de la cadena de televisión ABC, Fox jugó con la idea de abrir la frontera entre México y Estados Unidos para el año 2010. No era una propuesta descabellada; después de todo 15 países europeos habían logrado exactamente eso sin que los trabajadores de los países más pobres en la Comunidad Europea invadieron a los más ricos. Pero, en este caso, Estados Unidos se alarmó e inmediatamente el entonces candidato presidencial George W. Bush dijo que no.
Y desde entonces Fox ha tratado de enamorar a Bush para que negocie con México un acuerdo migratorio y no ha pasado nada. Fox lo ha intentado casi todo. Si no llevo mal la cuenta, se ha reunido con W en siete ocasiones y no le ha podido sacar el “sí” para concretar el maldito compromiso.
México pasó de ser la “relación más importante” para Estados Unidos, según palabras del mismo Bush, a convertirse en un incómodo vecino que está exigiendo más de la cuenta. La excusa oficial del gobierno norteamericano es que los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 lo cambiaron todo. Pero yo no me creo ese cuento: Bush nunca ha querido negociar un acuerdo migratorio, ni con México ni con nadie. Ni antes ni despues del 11 de septiembre.
Al igual que se puede manejar y hablar por teléfono celular o cantar un opera mientras nos bañamos, es posible reforzar la seguridad interna de Estados Unidos y dar una amnistía migratoria a los ocho millones de inmigrantes indocumentados que hay en el país, la mayoría de los cuales son mexicanos. De hecho, le conviene a Estados Unidos saber quiénes son y dónde viven todos sus habitantes, independientemente de su situación migratoria. Vicente Fox ha argumentado lo mismo; es decir, que Estados Unidos sí puede hacerle la guerra al terrorismo y negociar asuntos bilaterales con México al mismo tiempo. Pero Bush se rehusa y se sigue haciendo un ocho.
¿Saben qué está pasando? Dos cosas y las dos son malas noticias para México.
La primera es que, en el fondo, Bush nunca ha estado convencido de
una amnistía o de un acuerdo migratorio con México. Las tres veces que lo he entrevistado -en el 99, en el 2000 y poco después de llegar a la Casa Blanca- le pregunté si el estaba de acuerdo con una amnistía y las tres veces me dijo lo mismo: “No en este momento, no lo haría”. Esas son sus palabras textuales. Y, que yo sepa, Bush nunca a nadie le ha dicho que está de acuerdo en normalizar la situación de millones de indocumentados en Estados Unidos.
La segunda razón de su negativa es aún más poderosa. Bush sabe que si da una amnistía o si regulariza la situación de tres o cuatro millones de indocumentados mexicanos va a perder la reelección en las votaciones de noviembre del 2004. Así de sencillo. El sentimiento antiinmigrante en Estados Unidos es tan grande después del 11 de septiembre del 2001 que si Bush apoya un plan que favorezca a los indocumentados más vale que le vaya diciendo adios a la Casa Blanca. Sería atacado de una manera tan cruel y bestial por sus opositores políticos que quedaría en los huesitos. Y Bush no va a sacrificar su muy saludable popularidad ni su recién reforzado escudo político en una causa tan impopular. Si Bush logra reelegirse en el 2004 será por su discurso a favor de la guerra y en defensa de la seguridad interna de Estados Unidos. Así su partido, el Republicano, ganó ambas cámaras del congreso. Y una amnistía o un acuerdo migratorio no cabe en dicha estrategia reeleccionista.
Por eso México se equivoca en seguir tocando, por ahora, el mismo timbre. Fox se puede quedar sin dedo de tanto tocar. Y Bush, ahorita, no va a abrir la puerta. No puede. Sería un hara-kiri, un suicidio político. Por eso mejor se hace el güaje.
Habrá que esperar entonces a que cambien los tiempos políticos en Estados Unidos. Las únicas opciones para México son que Bush se reelija en el 2004 y luego, ya sin nada que perder, negocie un acuerdo migratorio o que la Casa Blanca cambie de residente por alguien que sí se deje enamorar por los arrullos de Fox o del que le siga.
Mientras tanto, está muy claro que Bush ha dejado a México como a la novia de pueblo: vestido y alborotado.