Orlando, Florida
Lo pensé dos y hasta tres veces antes de subirme a un avión y venir aquí a una reunión familiar. El dilema era muy sencillo: tomo un vuelo de 45 minutos de Miami a Orlando o manejo cuatro horas y media. Al final me subí al avión para no perderme el pavo de Thanksgiving. Pero tengo que reconocer que tras los actos terroristas del 11 de septiembre y del avionazo del vuelo 587 de American, volar ha dejado de ser un placer.
No soy el único. “Si se cae el avión”, le preguntó Carolina a su mamá, “¿nos morimos todos?” Carolina, la hija de mi cuñado, compartía a sus seis años de edad los mismos temores. Por más que sus padres trataron de protegerla, Carolina vio una y mil veces cómo dos aviones se estrellaban contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York y, más recientemente, la estructura de papel de un airbus A-300 desbaratarse en pedazos sobre un vecindario en Queens.
El año pasado murieron 42 mil personas en Estados Unidos en accidentes de auto.
Y en este 2001, aún si sumamos los muertos de los cinco aviones perdidos en los últimos dos meses, no pasan de 525 las víctimas aereas. Volar, no hay duda, es más seguro que manejar. Sin embargo ¿por qué crea tanta ansiedad el subirse a un avión en estos días?
Lo que el auto nos da -y que carecemos al volar- es la sensación de estar en control de la situación. En un avión me siento totalmente vulnerable; mi vida depende de otros. Un error humano o una falla mecánica en un carro me puede dejar al lado de la carretera; los mismos problemas en un avión me ponen a un ladito del cementerio. Pero por más que me digan que es más peligroso viajar en auto que en avión, la industria de la aviación de Estados Unidos -la más avanzada tecnológicamente del mundo- deja mucho que desear.
¿Cómo es posible que los sistemas de seguridad en los aeropuertos no hayan detectado que 19 terroristas -¡19!- se subieron armados con cuchillos e instrumentos cortantes en cuatro aviones? ¿Cómo? Los soldados de la guardia nacional -armados con fusiles AK-47 y listos para combate- que encontré en los aeropuertos de Miami y Orlando, lejos de crear un clima de tranquilidad, enfatizan las debilidades del sistema de seguridad. ¿Y cómo pueden explicarnos que la cola de un avión se desprendió tras una fuerte turbulencia causada por otra aeronave que le precedió? ¿Acaso los aviones no deben resistir eso y mucho más?
“Pedimos a la gente que no se ponga nerviosa por este desastre aereo”, solicitó Marion Blakey, la presidenta de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB), tras conocerse las posibles razones por las que se estrelló el vuelo 587 con 260 personas a bordo. Disculpe usted, doña Marion Blakey, pero si a un avión se le cae un pedazo (y luego uno de los dos motores) y no saben exactamente por qué, no sólo me pongo nervioso; eso me pone los pelos de punta. En estos días parece que es mucho pedir, pero cuando me subo a un avión me gustaría que no hubiera terroristas a bordo y que me llevaran a tiempo a mi destino sin que una de las alas o motores se desprenda. Ya ni siquiera pido que me den de comer bien; sólo llévenme sano y salvo.
Las encuestas están de mi lado. Seis de cada diez personas en Estados Unidos creen que volar no es seguro, según un sondeo hecho por la revista Newsweek. Y, peor todavía, nueve de cada diez encuestados creen que los sistemas de seguridad en aeropuertos no son a prueba de terroristas. No es de extrañar, entonces, que cada vez más personas decidan quedarse en tierra.
El presidente George W. Bush acaba de firmar una nueva ley que pasara la seguridad en los aeropuertos de manos privadas al gobierno federal. Es un cambio. Aunque no estoy seguro que un burócrata tenga, necesariamente, mejores ojos sólo por recibir un cheque del gobierno. Veremos. Pero sí es muy difícil de convencer a la gente que regrese a la normalidad y vuelva a volar -como lo ha pedido en varias ocasiones Bush- luego que otro avión más se estrella.
Hay 25 por ciento menos pasajeros que el año pasado, las aerolíneas norteamericanas estarían en la bancarrota sin la ayuda del gobierno y ni siquiera los 15 mil millones de dólares que recibirán garantiza su sobrevivencia en los cielos más allá del próximo año. ¿Cuánto tiempo pasará para tener en Estados Unidos el mismo número de pasajeros que había antes del 11 de septiembre? Si nos basamos en los pronósticos de la compañía Boeing, que fabrica una buena parte de los aviones en este país, la normalidad no regresará antes de tres o cuatro años.
En pocas palabras, la industria de la aviación norteamericana ha perdido la confianza de la gente. Quizás en estos momentos somos particularmente duros e injustos con las aerolíneas. Pero lo único que queremos es subirnos a un avión sin pensar en accidentes, actos terroristas y complicadas explicaciones sobre alas que se caen. Y se los dice alguien que hace poco recibió una tarjeta plateada de una linea aerea internacional certificando más de un millón de millas voladas, cuya profesión -la de periodista- depende constantemente de viajar… y que escribe con las palmas de las manos sudadas de sólo pensar en el vuelo de regreso a casa.