Eran las ocho y diez de la mañana y nada parecía inusual en el estacionamiento de la escuela secundaria Lew Wallace de Gary, Indiana. La aparición de un ex estudiante de 17 años, que había sido expulsado por ausentismo, no llamó mucho la atención; después de todo, en la escuela hay más de mil estudiantes inscritos. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando el muchacho expulsado sacó una pistola, se la puso en la cabeza a un estudiante de 16 años y disparó. El joven murió en el instante. Cientos de alumnos presenciaron el asesinato. El agresor fue arrestado poco más tarde.
Este incidente acaba de ocurrir y aún se investigan las causas del asesinato. Pero la realidad es que las escuelas de Estados Unidos han dejado de ser seguras.
Hace unos días un adolescente hirió a varios de sus compañeros en una escuela de El Cajon, California, en su intento de matar a un maestro. A principios de marzo, Andy Williams, un muchachito de 15 años y aspecto inofensivo (chaparrito, flaco, rubio…) sacó una pistola calibre 22 junto al baño de la escuela Santana, en Santee, California. Durante seis minutos hizo 30 disparos. Cuando finalmente se entregó a las autoridades, dos estudiantes habían muerto (uno de 14 y otro de 17 años) y 13 más resultaron heridos. ¿Y por qué disparó Andy? Porque lo molestaban en la escuela. Por eso.
Sin embargo, la peor masacre que se recuerde en una escuela norteamericana ocurrió hace casi dos años, el 20 de abril de 1999, en Littleton, Colorado. Ese día, en la escuela secundaria Columbine murieron 15 personas, incluyendo a los dos jóvenes asesinos, Dylan Klebold y Eric Harris. Desde entonces decenas de estudiantes han sido arrestados en Estados Unidos por meter armas a la escuela o por amenazar con matar a alguno de sus compañeros.
¿Qué pasa con los adolescentes norteamericanos? ¿Por qué se están matando unos a otros? Bueno, creo que hay tres razones fundamentales que explican esta violencia escolar.
1) Los jóvenes norteamericanos se matan entre sí porque tienen las armas para hacerlo. En Estados Unidos 48 por ciento de los hogares tienen un rifle o una pistola. Es decir, es muy probable que uno de mis dos vecinos esté armado. La constitución norteamericana garantiza el acceso a las armas. Pero, también, esto hace que los adolescentes estadounidenses puedan encontrar pistolas, ametralladoras y rifles con mucha facilidad en sus propias casas. Así, en lugar de resolver un problema sentimental o un conflicto dialogando, a gritos, a patadas, jalándose el pelo o ignorándose –como lo hacen los muchachos de esa edad en el resto del mundo- los jóvenes norteamericanos tienen la oportunidad de matarse. ¿Por qué? Porque tienen fácil acceso a las armas.
Esto no pasa en Japón -donde sólo hay armas en una de cada 100 casas- ni en Holanda –donde 1.9 por ciento de la población ha registrado una pistola- ni en Inglaterra –donde 4.4 por ciento de los hogares están protegidos con algún tipo de armamento, de acuerdo con cifras de la ONU. Esto sólo pasa en Estados Unidos.
2) Los jóvenes son las principales víctimas de la destrucción de la familia en Estados Unidos y no tienen todo el apoyo emocional que necesitan para crecer con responsabilidad y balance. Uno de cada dos matrimonios termina en divorcio en este país. Cada año un millón de niños estadounidenses sufre el divorcio de sus padres, según el Centro Nacional de Estadísticas de Salud. Y si estos jóvenes no encuentran apoyo emocional en su casa, difícilmente podemos esperar que actúen con aplomo y madurez fuera de ella. Muchas veces los jóvenes no tienen con quién hablar de sus problemas. Esta es, en ocasiones, una sociedad de solitarios. Y la ecuación es esta: a más divorcios más inestabilidad familiar y más violencia.
3) La cultura norteamericana promueve el resolver muchos conflictos por la fuerza. Si los adultos estadounidenses recurren a la violencia para resolver algunos de sus problemas ¿cómo podemos pedirle a sus jóvenes que se comporten de otra manera? Dos ejemplos. Estados Unidos ha participado en más guerras, invasiones y operaciones militares que la mayoría de los países del mundo en los últimos 100 años. Pensemos tan solo en las dos guerras mundiales, Vietnam, el Golfo Pérsico y Kosovo. El militar, el hombre que usa la fuerza, tiene en Estados Unidos una imagen de héroe.
El otro ejemplo tiene que ver con la pena de muerte. No únicamente está aprobada en las leyes sino que la mayor parte de los norteamericanos, según las encuestas, está a favor de cobrar una vida con otra (a pesar de que no hay ninguna evidencia de que la pena de muerte reduce significativamente la criminalidad). Es decir, los jóvenes norteamericanos aprenden comportamientos violentos de sus hermanos, padres y abuelos. Así es muy difícil esperar que no repitan esos patrones de conducta.
No queda la menor duda que el acceso a las armas, la inestabilidad familiar y una cultura que premia cierto tipo de violencia son algunas de las principales condiciones que favorecen que los niños y jóvenes estadounidenses se maten entre sí. Por todo lo anterior, la pregunta no es si habrá otra muerte en las escuelas norteamericanas, sino cuándo ocurrirá la próxima. Ni detectores de metal en las entradas de las escuelas ni policías en las aulas han podido detener la violencia estudiantil. Los jóvenes norteamericanos, por lo pronto, están condenados a repetir lo ocurrido en Gary, en El Cajon, en Santee, en Littleton, en…