“Buenos días ¿cuántas canciones te robaste de la internet anoche?” Esta no es, exactamente, la mejor manera de saludar por las mañanas a tu hijo o hija adolescente. Como contestación, si tenemos suerte, recibiremos un gélido silencio. Pero quienes somos padres de jóvenes -tengo una hija de 16 años- sabemos que una buena parte de sus noches se la pasan en la internet “bajando música” y “emiliándose” con sus amigos.
En un día normal, cerca de un millón de computadoras en Estados Unidos utilizan el famoso sitio de KaZaA para intercambiar música a través de la internet. Y, por supuesto, la mayoría de quienes usan KaZaA (o cualquiera de los otros servidores que permiten intercambiar “files”) son menores de 30 años de edad. Para estos jóvenes bajar o downlodear música de la internet es tán común como prender la radio. Y, al igual que la radio, ellos creen que es gratis. Pero, en realidad, no lo es.
Si escuchamos los argumentos la RIAA (Recording Industry Association of America) estos jóvenes son unos delincuentes; viles piratas cibernéticos. Para la RIAA, la organización que agrupa a las principales compañias de discos de Estados Unidos, no hay mucha diferencia entre robarse un CD de una tienda y “bajar” las canciones de ese mismo CD por la internet. Por eso la RIAA acaba de demandar a 261 personas, incluyendo a varios menores de edad, por “bajar” música sin pagarla. Pero eso no ha evitado que miles de jóvenes, todos las noches, se rían de la RIAA. El 64 por ciento de los estadounidenses, como asegura una encuesta del diario The New York Times, no considera un “robo” el escuchar e intercambiar música de la internet sin pagarla.
La industria disquera norteamericana, según cálculos de la revista Newsweek, ha perdido al menos 700 millones de dólares desde que Napster -otro sitio donde se compartían canciones- apareció en 1999. Napster fue obligado a cerrar pero rápidamente lo reemplazó KaZaA. Y si KaZaA cierra otro lo reemplazara en una décima de segundo.
Para tratar de entender lo grave de la situación para los artistas y para la industria de la música le hablé a Emilio Estefan. El es, sin duda, uno de los productores más poderosos e influyentes de la música en inglés y en español y, en parte, responsable del éxito de cantantes como Ricky Martin, Shakira y Jennifer Lopez. Acababa de llegar de Europa donde el último CD de su esposa Gloria -Unwrapped- está entre los primeros lugares de popularidad en España y Suecia.
“Cualquier artista que vendía cinco millones de discos hace tres años”, me dijo Emilio, venciendo el jet lag, “vende ahora sólo 750 mil copias a lo mucho”. El principal temor de Emilio es que las compañias discográficas dejen de promover a los nuevos talentos porque no puedan recuperar su inversión incial. “La industria de la música está en un gran riesgo”, me comentó. “Los derechos de autor no se están recolectando.”
Efectivamente. De las 60 millones de computadoras que han intercambiado música en Estados Unidos, poquísimas han pagado algo por hacerlo. Así, no gana nada el artista, ni el compositores, ni los músicos, ni la compañia de discos, ni lo distribuidores, ni los promotores, ni los agentes, ni nadie. Han surgido, sí, algunas empresas que cobran 99 centavos por cada canción “bajada” de la internet o servicios que por unos 20 dólares te ofrecen una amplia selección. Pero un broder de 15 años no tiene ningún incentivo para pagar por esa música si lo puede hacer gratis y sin consecuencias legales.
Parte del problema está en que los CD’s son muy caros. Veinte dólares por un CD con sólo dos o tres canciones buenas es una verdadera fortuna para un estudiante. Mejor copian esas dos o tres canciones de la internet. Además, me aseguran que imprimir un CD no cuesta más de dos dólares. Entonces ¿a bolsillos de quién van a parar los otros 18 dólares? Emilio Estefan está de acuerdo en bajar los precios de los CD’s. “Once dólares con 50 centavos” pudiera ser un precio más razonable, me dijo. Pero ni siquiera CD’s más baratos cambiarían el apetito por la música gratis ni evitarían su eventual desaparición.
Desde mi punto de vista -aquí, escribiendo, bien pegadito a un teclado de computadora- creo que los CD’s tienen los días contados. El CD, me temo, será una cosa del pasado en menos de una década al igual que ahora son los cassettes y los discos de 78 o 45 revoluciones. El futuro -¡el presente!- es la internet y el intercambio de música digitalizada. Los artistas se tendrán que acostumbrar a hacer dinero de otra manera. Bruce Sprinsteen, por ejemplo, ganará este año 120 millones de dólares en conciertos y muy poco por la venta de CD’s.
¿Por qué? Porque la piratería de CD’s, fuera de la internet, también es gigantesca. Emilio me comentaba que el mismo CD que se vendía por 12 euros en una tienda del Corte Inglés de Madrid lo encontró por dos euros en un puesto de la calle. “Y era de la misma calidad”, concluyó entre triste y asombrado. Imposible ganar dinero así. Apostar el destino de la industria en los CD’s es como meter dinero en un ataud.
Las compañias de discos bien harían en empezar a vender su música a través de la internet. ¿Qué tal que cada empresa tenga un sitio en la internet donde venda canciones individuales de sus propios artistas por 50 centavos de dólar cada una? Eso es mejor que nada. Seguramente hay otras ideas flotando. Además, es sólo cuestión de tiempo antes de que un nuevo invento tecnológico evite intercambiar por la internet canciones que no hayan sido pagadas previamente. Esa es la luz -verde, de billete- al final del tunel.
El mensaje es sencillo: el que no se adapte, desaparece. Igual que los dinosaurios. Mientras tanto, la música de piratas es la que está de moda.