Washington, DC.
No hay nada más importante para el futuro de Estados Unidos que la inmigración. La economía subirá y bajará. El terrorismo, en un momento dado, dejará de amenazarnos. Pero los inmigrantes cambiarán para siempre la cara de Estados Unidos. Y eso es bueno.
Después de debatir (en televisión y en persona) al menos en cinco veces con el conductor de la cadena CNN, Lou Dobbs, me queda claro que nadie va a quedar satisfecho con la decisión que tome el congreso norteamericano sobre una reforma a las leyes de inmigración, cualquiera que esta sea. Sin embargo, es fundamental para el futuro de Estados Unidos que cualquier reforma incluya la legalización de 12 millones de inmigrantes indocumentados y visas de trabajo para los que vienen detrás.
Hablemos claro. Cuando Dobbs y otros le llaman “ilegales” (illegals) a los indocumentados, muchos se imaginan a criminales y terroristas. Y esa percepción está equivocada.
Aquí estamos hablando de gente –mujeres, abuelos, niños, campesinos, trabajadores…- que no tuvo absolutamente nada que ver con los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. Y si bien es cierto que rompieron la ley al cruzar la frontera o al quedarse más allá del tiempo establecido en sus visas, también lo es que miles de empresas los contratan y millones de norteamericanos se benefician de su trabajo. Todos somos cómplices de los indocumentados.
Es prácticamente imposible pasar un día sin beneficiarse del trabajo de los indocumentados: comemos lo que ellos cosechan, vivimos en las casas que ellos construyen, cuidan a nuestros niños, pagan impuestos, crean empleos, toman los empleos que los norteamericanos no desean, mantienen la inflación bajo control y pagan por el retiro de una población que envejece rápidamente.
Otra percepción equivocada es que los indocumentados toman más de lo que aportan a la economía. Falso. En 1995 la Academia Nacional de Ciencias (National Academy of Sciences) concluyó que todos los inmigrantes, legales y no, contribuyen 10 mil millones de dólares a la economía cada año. Pero lo que sí es cierto es que el gobierno federal no reparte correctamente el ingreso que recibe de los inmigrantes a las ciudades, condados y estados más afectados por los gastos de salud y educación de los inmigrantes. Eso no es culpa de los indocumentados y se puede cambiar en el presupuesto.
Es increíble que la nación más diversa del planeta someta a millones de seres humanos a la oscuridad y el miedo. Los indocumentados son seres invisibles para la mayoría de los estadounidenses. No existen en ningún registro oficial. Pero por sus contribuciones económicas y culturales se merecen estar aquí.
Y no, no es una amnistía lo que se está discutiendo en el senado con la propuesta McCain-Kennedy. Si esta propuesta es aprobada por el congreso en pleno y firmada por el presidente Bush, enviaría a los indocumentados al final de la fila y les tomaría 11 años, en promedio, convertirse en ciudadanos norteamericanos (luego de pagar una multa, aprender inglés y demostrar que no deben impuestos y que no son criminales).
Esa legalización resolvería una parte del problema -la de los que ya están aquí- porque la alternativa es impensable. Pudiera costar hasta 240 mil millones de dólares deportar a la mayoría de los indocumentados.
No me puedo ni imaginar los videos en televisión de agentes federales arrestando en Los Angeles, Chicago y Houston a familias con niños en los brazos, sacándolos por la fuerza de su casa y poniéndolos en cárceles o centros de detención antes de ser deportados. La imagen de Estados Unidos se dañaría irremediablemente en todo el mundo y la posibilidad de violaciones a los derechos humanos es enorme.
La otra parte del problema migratorios es la de los que siguen llegando. Cada segundo un inmigrante cruza ilegalmente de México a Estados Unidos. Medio millón llega cada año. Y así seguirá ocurriendo mientras en Estados Unidos un trabajador gane 15 o 20 veces más que en México por realizar la misma labor.
La paridad de salarios no se va a lograr en menos de dos décadas. Para acelerar ese proceso se requiere un programa masivo de inversión extranjera en México y Centroamérica. Y eso no existe. Por lo tanto, la única solución a corto plazo es que sea más fácil para un inmigrante el conseguir una visa o permiso de trabajo que el colarse ilegalmente por desiertos, ríos y montañas.
Entiendo a los que quieren construir más muros frente a México y quieren llevar al ejército o 20,000 agentes federales más a la frontera. Pero déjenme decirles algo: eso no va a funcionar. El hambre es más fuerte que el miedo.
Un hombre o una mujer con hambre hace hasta lo imposible por cruzar. No tiene nada más que perder porque ya lo perdió todo.
Cuando Bush llegó a la presidencia en el 2001 murieron 336 inmigrantes en la frontera. El año pasado, con la frontera reforzada, esa cifra aumentó a 460 inmigrantes muertos. Lo que esto quiere decir es que una reforma migratoria que refuerce la seguridad en la frontera –un derecho legítimo de Estados Unidos- pero que no ofrezca también una entrada legal a los cientos de miles de indocumentados que llegan cada año tendrá un efecto fatal e inmediato: más muertes en la frontera.
Por último, el partido Republicano pagaría un altísimo costo político si los votantes hispanos lo hacen responsable de una ley que no trata con justicia a los inmigrantes. Los hispanos no solo definieron la elección presidencial del 2000 y son ya la minoría mas grande del país: para el año 2125, según mis cálculos basados en la oficina del censo, habrá en Estados Unidos más latinos que blancos (no hispanos). Los votantes latinos sabrán muy pronto quienes son sus verdaderos amigos.
La identidad y fuerza de Estados Unidos está basada en su diversidad y en su apertura hacia los nuevos inmigrantes. Eso ha quedado demostrado en la gran marcha de Los Angeles –donde participaron mas de medio millón de personas- y en las constantes protestas de jóvenes latinos de highschool en todo el país que se rehúsan a quedarse callados ante la forma en que se quiere criminalizar a los inmigrantes.
Ahora le toca al senado hacer su tarea para proteger el futuro multiétnico y multicultural de Estados Unidos. No es regalar una amnistía; es lo justo.