Miami. Estados Unidos no va a invadir Cuba. Eso es lo que quisieran muchos dentro de la comunidad cubanoamericana en el exilio. Pero eso no va a ocurrir. O, al menos, no por ahora. No lo digo yo. Lo dice el secretario de estado norteamericano, Colin Powell.
“Es tiempo de que (Castro) se vaya”, le dijo Powell en una entrevista a Enrique Gratas de Univision. “Pero no le corresponde a Estados Unidos instaurar la democracia en Cuba; eso le corresponde a los cubanos.” Las palabras de Powell no pueden ser más claras. El gobierno del presidente George W. Bush quiere, por supuesto, que el dictador de 77 años deje el poder. Sin embargo, Estados Unidos no hará con Fidel Castro lo mismo que hizo con Saddam Hussein. No habrá invasión a Cuba.
Varios cubanos con quienes he conversado me aseguran que Fidel Castro representa una seria amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y que es, incluso, más peligroso que Saddam Hussein. Y para probar su argumento mencionan el derribo de dos avionetas de Hermanos al Rescate en 1996, el arresto de varios espías cubanos en territorio norteamericano y la detención de la puertorriqueña Ana Belén Montes, quien confesó haber espiado para Cuba de 1985 al 2001 mientras trabajaba en el Departamento de Defensa. Pero Bush no está aún convencido de que Castro sea un peligro inminente para Estados Unidos y no va a enviar a los marines a la Habana. Y Fidel, que es un criminal pero no es bobo, tampoco le va a dar una excusa para hacerlo.
¿Qué está esperando Estados Unidos? Lo imposible: que Fidel se retire. “Ya es hora de que (Castro) se retire”, dijo Powell en la misma entrevista, “él se debió retirar hace mucho tiempo.” ¿Es acaso esa la estrategia de Bush contra la dictadura castrista? ¿Esperar a que Castro se retire? Si esa es la estrategia de Estados Unidos, es absurda.
El embargo norteamericano a la isla ha sido, históricamente, la estrategia preferida para lidiar con la dictadura cubana. El problema es que dicha estrategia no ha resultado en la caída de Castro. Hay, desde luego, otras formas de presión. Acaban de acusar formalmente a tres militares del régimen castrista por la muerte de tres pilotos cubanoamericanos de Hermanos al Rescate -aunque el mismo Castro, que tuvo que autorizar el derribo, inexplicablemente no fue incluído en la acusación. Televisión y radio Martí tendrán, muy pronto, más potencia para que sus transmisiones realmente se vean y escuchen en Cuba. Y cada año se destinan entre cuatro o cinco millones de dólares para apoyar a los disidentes dentro de la isla. Sin embargo, el mismo Powell reconoce que la oposición interna ha sido fuertemente reprimida; en la última redada 75 disidentes fueron sentenciados a largas condenas de prision y se ejecutaron a tres personas que trataron de huir. Pero, para ser franco, todo lo anterior no ha sido suficiente para hacer tambalear a Castro. ¿Entonces?
Muchas veces pienso -y van a perdonar mi escepticismo- que los 10 presidentes estadounidenses que Fidel Castro ha visto pasar han estado más interesados en mantener tranquilos y de su lado a los cubanoamericanos que en acabar con la dictadura. Si Estados Unidos, de verdad, quisiera sacar a Castro del poder ya lo hubiera hecho. Y si no pregúntele a Saddam Hussein y a los talibanes en Afganistán.
Cuba -es triste reconocerlo para los cubanos exiliados- no es una prioridad para el actual gobierno. Tampoco lo es América Latina. Los ojos de Estados Unidos están puestos en otro lado del mundo. Y si bien esa política -o, más bien, la ausencia de ella- es una terrible falta de visión, para los cubanos este vacío es una verdadera tragedia. Esto significa que ya llevan 44 años aguantando a Castro y tendrán que seguir esperando.
El exilio cubano, hasta hace solo unos días, estaba alborotado. Y frustrado. Y enojado. Varias cartas fueron enviadas a la Casa Blanca -de la Fundación Nacional Cubano Americana, de un grupo de legisladores de la Florida, del llamado “Exilio Histórico”…- exigiéndole al gobierno estadounidense hacer algo -lo que fuera- que demostrara su compromiso con la causa de la libertad en Cuba. La amenaza era que, si no hacían nada, los cubanoamericanos podrían retirarle su voto a Bush en las elecciones presidenciales del 2004. Es decir, le estaban pegando a Bush por donde más le duele. Al final, Bush torció las manos, cedió a la presión de los votantes cubanoamericanos y permitió que el viejo caso de Hermanos al Rescate llegara a las cortes. También prometió meterle más recursos e inteligencia a las transmisiones de radio y televisión a Cuba.
Y así el exilio volvió a respirar. Un poquito. “¡Ganamos!” dijeron algunos. Pero luego que pase la euforia, los cubanoamericanos se darán cuenta que todo sigue igual; que Castro sigue en el poder y que ellos siguen aquí en Miami.
Yo, particularmente, no estoy a favor de una invasión. Creo que tendría consecuencias contraproducentes tanto en Cuba como en el resto de América Latina. Pero lo importante no es lo que yo piense sino lo que piense George W. Bush y Colin Powell. Y ellos ya han decidido no atacar militarmente a la isla.
Lo grave, sin embargo, no es eso. Lo grave es que no parece haber ningún plan alternativo cuyo objetivo sea la pronta salida de Castro, la transición pacífica a la democracia y el fin de la larga espera del exilio cubano. Eso es lo verdaderamente grave.