Miami
Todavía no puedo entender por qué nadie saltó al río Bravo a tratar de salvar a los dos inmigrantes mexicanos que se ahogaron hace unos días en la frontera entre México y los Estados Unidos. Había por lo menos cuatro personas presentes; dos agentes migratorios del llamado grupo Beta del gobierno de México, un reportero y un camarógrafo que captó el trágico incidente para la televisión mexicana. Ninguno se lanzó al río. Ninguno.
¿Tú hubieras saltado? ¿Hubieras arriesgado tu vida por dos desconocidos? Si tú hubieras sido el camarógrafo ¿habrías puesto tu cámara a un lado para tratar de salvar a los inmigrantes en lugar de seguir filmando?
Los dos funcionarios de migración fueron acusados de negligencia y son investigados. Yo ví el video y era vergonzoso: parecía que los agentes no querían ni mojarse los zapatos. No estaban preparados para salvar a nadie. Si patrullaban esa zona, no sé por qué no llevaban en su vehiculo un chaleco salvavidas. Los dos periodistas dicen que sólo estaban haciendo su trabajo. Pero ¿es la realización de un trabajo más importante que el intentar salvar una vida humana?
El tema, en realidad, me revuelve el estómago y la cabeza. No hay respuesta fácil. Llevo casi 20 años como periodista y conozco perfectamente las enormes presiones a “sacar la nota” cueste lo que cueste. Sin embargo, en este caso, el costo fue demasiado alto: dos vidas. ¿Qué hubiera pasado si el periodista y el camarógrafo le dijeran a su jefe: no tenemos la nota pero salvamos a dos inmigrantes de ahogarse?
Por otra parte, también podemos argumentar que sin esos periodistas no habría un testimonio visual de cómo decenas de inmigrantes mexicanos mueren todos los meses en la frontera con Estados Unidos. Aun así ¿podemos justificar su actitud?
Todo esto me recuerda otro debate periodístico que surgió en los primeros días del alzamiento zapatista en Chiapas, México. En ese enero de 1994, cerca de Ocosingo, un guerrillero resultó herido. Varios reporteros, seis o siete, se acercaron para entrevistarlo. Y ese es el primer asunto ético a debatir. ¿Hicieron lo correcto en entrevistar a una persona herida en lugar de ayudarla? Pero luego ocurrió lo más difícil.
Los periodistas discutieron rápidamente entre sí qué hacer con el guerrillero herido. Si se lo trataban de llevar en un auto hacia el hospital más cercano, los soldados que patrullaban el area podían detenerlos y bajar por la fuerza al rebelde. Si lo dejaban ahí podría desangrarse y ser capturado por el ejército mexicano. O quizás, con suerte, podría encontrar un refugio y salvar la vida. Al final, decidieron dejarlo ahí.
El guerrillero fue arrestado y ejecutado esa misma noche, según me contó uno de los corresponsales extranjeros que estuvo presente. “Todavía hoy sueño con eso”, me dijo hace poco, cuando le hablé por teléfono para revivir el asunto. “Yo a ese tipo debí haberlo sacado de ahí.” Y luego, como haciendo un acto de contrición, añadió: “Debí haber mandado a volar la nota, subir al guerrillero a mi auto y llevarlo a un hospital, incluso bajo el riesgo de ser detenidos los dos”.
“La ética periodística”, concluyó mi amigo el corresponsal, “no debe estar por encima de la ética humanistíca”. Pero incluso él reconoce que su reflexión llegó demasiado tarde. Seis años tarde. El guerrillero ya está muerto.
¿Qué hubieras hecho tú? ¿Hubieras entrevistado al guerrillero herido? ¿Hubieras tratado de llevarlo a un hospital o lo hubieras dejado ahí a una muerte casi segura?
En un hecho similar, hace unos días cientos de personas permanecieron como mudos testigos mientras una violenta banda de jóvenes mojaba, manoseaba, rasgaba la ropa y acosaba sexualmente a tres o cuatro docenas de mujeres en el mismísimo parque central de Nueva York y a plena luz del día. Nadie, nadie, hizo nada por evitarlo; ni los policias que estaban a solo una cuadra del lugar del incidente ni el camarógrafo amateur cuyas imágenes dieron a conocer los asaltos.
¿Qué hubieras hecho? ¿Habrías salido a defender a las mujeres -una de ellas de 14 años de edad- y correr el riesgo de ser golpeado por esa pandilla neoyorquina?
Desde luego que todos quisieramos tener la determinación necesaria para proteger a una mujer atacada, el valor de saltar a un río para salvar a un inmigrante y el coraje para ayudar a un combatiente herido. Pero la realidad es que la mayoría en estos casos se quedó paralizada y no hizo nada.
Tanto en el caso de Nueva York, como en el de Chiapas y el río Bravo, no podemos excusarnos moralmente por el simpe hecho de ser observadores y testigos. Y ésto es válido tanto para periodistas como para no periodistas.
Ver nos compromete. Y como prueba ahí está la culpa que arrastran todos aquellos que pudieron evitar un crimen o un accidente y no hicieron nada al respecto. No hay observadores inocentes.
Posdata inocente. El candidato opositor en Perú, Alejandro Toledo, está a punto de ganarse el título del político más inocentes del hemisferio. Confió en que la Organización de Estados Americanos (OEA) y Estados Unidos apoyarían su lucha contra la dictadura de Alberto Fujimori. Por eso, en parte, se retiró de unas elecciones que consideraba fraudulentas. Pero midió mal sus apoyos. Se equivocó. La OEA no tuvo los pantalones de denunciar las elecciones con un sólo candidao y el embajador de Estados Unidos en Lima, John Hamilton, ha dicho que siempre sí respetarán los resultados electorales. O sea, quemaron a Toledo y ahora él no tiene ni a quién reclamarle. Sólo a sí mismo. Cometió, aparentemente, el peor error de su vida.