Artículos

NUESTRO AIRE Y NUESTRO PETROLEO

Ciudad de México.

Por primera vez, desde que yo recuerdo, he podido ir a un restaurante en esta ciudad y no salir apestando a humo de cigarro. Es más, hasta fui a un cantabar (tipo kareoke) y los fumadores se salían, echando humo, a un balconcito. (Aunque, claro, es posible que se hayan salido ante el temor de que me pusiera a cantar.)

Me pareció increíble lo que vi. Casi como cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió las elecciones del 2000. Siempre pensé que me moriría con el PRI en la presidencia y ahogado por humo de cigarrillo. Ya no es así.

Los mexicanos, por fin, hemos podido hacer lo mismo que los italianos y los franceses, para no mencionar a más. Es decir, respetar una ley que prohíbe fumar en lugares cerrados en la capital mexicana y poner como prioridad los pulmones de los que no fuman. El respeto al pulmón ajeno es salud.

Es una victoria pequeña. Pero significativa. De alguna manera los capitalinos han recuperado su aire (o, más bien, una partecita). Es cierto que el aire de la ciudad de México sigue siendo de los más contaminadas del mundo. Sin embargo, el aire que se respira dentro de oficinas, escuelas, restaurantes y lugares públicos cerrados ya no es de los fumadores. Y eso es un triunfo.

El consenso logrado con nuestro aire, sin embargo, no se ha alcanzado con nuestro petróleo. Desde 1938 es de los mexicanos. De todos. Pero hay el temor de que deje de ser así.

Por eso no me sorprende la resistencia que ha provocado la propuesta del presidente Felipe Calderón de permitir que el sector privado participe en la construcción y operación de refinerías, y que empresas extranjeras obtengan contratos para explorar el petróleo en aguas profundas, entre muchas otras reformas.
Calderón ha insistido en que el petróleo de México “no se va a privatizar”, aunque es necesario –para el beneficio de Pemex y del país- que la industria se abra a otro tipo de inversiones y colaboraciones, como ocurre en varias partes del mundo. Pero muchos no están de acuerdo. Tienen miedo de que esta reforma light de Pemex, por más bien intencionada que parezca, termine siendo botín de unos pocos –como ha ocurrido ya con otras industrias nacionales- y deje a México aún más amolado y pobre.

El problema energético para México es muy sencillo. En los últimos 4 años ha caído la producción de petróleo en México, según reporta The New York Times. Y a muchos mexicanos les parece inexplicable que México, un país petrolero, tenga que importar casi la mitad de toda la gasolina que consume. Se necesitan inversiones multimillonarias para que México sea más competitivo.

Pero lo que pocos entienden es a dónde han ido a parar todos los ingresos de Pemex. El barril de mezcla de petróleo mexicano se vende a unos 90 dólares en el mercado mundial. Y cuesta 4 o 5 dólares extraer un barril. Entonces ¿dónde está ese dinero? Si con tantos millones Pemex no puede pagar sus gastos, invertir en nueva tecnología y crecer, se trata (en el mejor de los casos) de una operación terriblemente ineficiente. Y en el peor suena a tranza.

La “administración de la abundancia” a la que se refirió el expresidente José López Portillo hace tres décadas ha resultado un fiasco. Es, más bien, la administración de la desilusión.

La oposición, liderada por el llamado Frente Amplio Progresista (FAP), se tomó ambas cámaras del congreso para evitar que la mayoría legislativa aprobara esta reforma en un rapidín. Pero varios mexicanos con quienes conversé estaban tan molestos con este hecho de fuerza como con la noción de que el petróleo dejara de ser mexicano, aunque fuera un poquito.

La pregunta es que tanto es tantito. ¿Se puede decir que el petróleo mexicano se privatiza solo porque hay algunas compañías privadas y extranjeras que ayudarían a explotarlo? Sí, dice la oposición. No, dice el gobierno.

Aquí, no olvidemos, también hay un asunto personal. Andrés Manuel López Obrador –quien está al frente del movimiento contra cualquier tipo de privatización- ni siquiera reconoce como presidente legítimo a Calderón. Y el mandatario no está dispuesto a ceder ante el que considera como un mal perdedor de las elecciones del 2006.

Lo que resulta poco claro es por qué una propuesta con consecuencias tan severas para el futuro del país no vino ligada a audiencias públicas televisadas, sin gritos ni sombrerazos, y con la participación de todos los puntos de vista.

Lo único rescatable de todo este debate es que los mexicanos, con todo su derecho, están luchando por su petróleo y por el futuro de sus hijos, ya no tanto por el de ellos. Cualquier cambio tomará tiempo.
Los mexicanos podemos llegar a ciertos consensos. Ahí están como ejemplo las nuevas reglas contra el tabaquismo. Si nos pusimos de acuerdo sobre nuestro aire, nos podemos poner de acuerdo sobre nuestro petróleo. Pero parece que, para los mexicanos, el simple hecho de dialogar y reconocer al que se nos opone es lo más difícil. A veces somos nuestros peores enemigos.

Previous ArticleNext Article
Presentador de Noticiero Univision desde 1986. Escribe una columna semanal para más de 40 periódicos en los Estados Unidos y Latinoamérica y publica comentarios de radio diarios para la red de Radio Univision. Ramos también acoge Al Punto, el programa semanal de asuntos públicos de Univision que ofrece un análisis de las mejores historias de la semana, y es el conductor del programa Real America, que sale semanalmente en todas las plataformas digitales y que registra millones de visitas. Ramos ha ganado más de ocho premios Emmy y es autor de más de diez libros, el más reciente, 17 Minutos; Entrevista con el Dictador.

Deja una respuesta

Top