Durante toda su carrera política, Barack Obama ha sido subestimado. Y casi todos los que han apostado en contra de él se han equivocado. Ahora Obama espera tener razón una vez más; por su bien, por el bien de Estados Unidos y por el bien del mundo.
Si Barack Obama se equivoca con su plan de casi 800 mil millones de dólares para salir de esta crisis económica, hay que apagar la luz y saltar del planeta. Si Obama fracasa, la economía de Estados Unidos se va a pique y se arrastrará a los otros 191 países reconocidos por Naciones Unidas.
De esta crisis nadie se salva. Ni México ni Venezuela, por poner dos ejemplos, viven en una burbuja. Ahí, como en cualquier rincón del mundo, se están perdiendo empleos y negocios. Y si no es así, que nos digan cómo le están haciendo. Pero mientras tanto los presidentes Felipe Calderón y Hugo Chávez le rezan también a San Obama.
Incluso dos prominentes políticos Republicanos con quienes he conversé –una congresista y un senador- tampoco quieren que fracase Obama. Aunque votaron en contra de su plan de estímulo económico, su lógica es certera: si le va mal a Obama, nos va mal a todos. Nos tardaríamos años en salir del hoyo.
Esta no es la primera vez en que se pone a duda la capacidad de Obama para hacer cosas importantes.
Obama, quien se ha descrito a sí mismo como “un chico flacucho con un nombre chistoso” (a skinny kid with a funny name), superó todas las adversidades de su niñez. Como él mismo reconoció en su ya famoso discurso en la Convención Nacional Demócrata en Boston en el 2004, los abuelos de Obama fueron un cocinero africano y un pobre trabajador de pozos petroleros. Es decir, viene de familias de trabajadores muy pobres.
Su padre fue un inmigrante nacido en un pueblito de Kenya y su madre una antropóloga nacida en Kansas y que murió muy joven de cáncer. Barack pasó su infancia y adolescencia brincando de un continente a otro. Todo parecía estar en su contra. Y aún así pudo entrar a estudiar a la universidad de Harvard.
A partir de ahí, creó una meteórica y sorpresiva carrera política:
-Cuando Barack Obama, con muy poca experiencia como político local en Chicago, decide lanzarse por uno de los dos puestos de Illinois en el senado, le dicen que está muy jóven y verde para irse a Washington. Pero no les hace caso y gana.
-Cuando llevaba apenas cuatro años como senador, decide lanzarse como precandidato del partido Demócrata a la presidencia. Es muy pronto le dicen. Espérate cuatro años más. Pero Obama es un hombre con prisa, entra a la contienda y toma una rápida delantera entre los ocho precandidatos.
-Cuando le dijeron que no le podría ganar a la maquinaria política de Hillary Clinton y a la asesoría de Bill Clinton, Obama organiza a través de la internet una de las campañas más exitosas en la historia de Estados Unidos y les gana.
-Cuando muchos comentaristas sugirieron que un líder sin experiencia internacional no le podría ganar nunca a un héroe de la guerra como John McCain, Obama les demuestra lo contrario y gana 192 votos electorales más que el senador de Arizona de 72 años de edad.
-Cuando la historia indicaba que la Casa Blanca, construida con manos de esclavos, nunca había sido ocupada por un presidente afroamericano, Obama dejó atrás décadas de esclavitud, racismo y discriminación y se fue a la residencia donde también vivió Abraham Lincoln.
Estos son, todos, ejemplos de un hombre que nunca se ha dado por vencido. Pero el reto que ahora enfrenta es, también, el más grande de su vida. Me resulta increíble que la esperanza de todo un país (y de todo el mundo) radica en la visión de un hombre de 47 años de edad. Es un fenómeno casi religioso el que más de 6 mil millones de habitantes liguen su destino a las decisiones de un solo hombre.
¿Y si se equivoca Obama? ¿Y si este plan de rescate económico no funciona? le pregunté al congresista Demócrata, Xavier Becerra. No hay garantías, me dijo. Pero tanto él como sus colegas en el congreso creen que no hacer nada hubiera sido mucho peor. Obama, por supuesto, no es un político perfecto. En el año 2000 perdió por mucho una elección al congreso. Pero en estos momentos cruciales nadie quiere que Obama pierda, ni siquiera sus enemigos políticos.