Las elecciones no las gana, necesariamente, la persona mejor preparada para gobernar un país. Las gana, nos guste o no, el mejor candidato. Es decir, quien utilizó más eficientemente sus recursos para conseguir más votos. Punto.
No tenemos ninguna garantía de que el ganador de las elecciones de este domingo será un buen Presidente. Vicente Fox, por ejemplo, fue mucho mejor candidato que Presidente. Como candidato, Fox unió al país contra 71 años de autoritarismo, fraude, asesinatos y corrupción del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Pero como Presidente dividió al país y desaprovechó una oportunidad histórica de cambiar el sistema político.
En 2006, Felipe Calderón entró a Los Pinos prometiendo ser “el Presidente del empleo” y terminó convertido en el Presidente de los 60 mil muertos. En su campaña electoral escondió el elemento -la guerra contra los narcos- que terminaría por definir su Presidencia.
Esta vez tampoco sabemos qué tipo de Presidente nos va a tocar. El voto es un acto de fe; uno confía en que lo prometido por el candidato se convertirá en realidad como Presidente. Pero la verdad es que eso pocas veces ocurre.
Escogemos Presidente más por una afinidad personal que por un análisis cuidadoso de cada una de sus propuestas. Votamos, muchas veces, por el candidato que más se parezca a nosotros y a nuestras ideas. Y confiamos que, una vez elegido, nuestra vida mejore si a él o a ella le va bien en la Presidencia.
¿Por quién voto? Tuve la suerte, como periodista, de entrevistar a los cuatro candidatos y preguntarles lo que más me preocupaba. A Enrique Peña Nieto del PRI le pregunté sobre las decenas de millones de dólares que se gastó del presupuesto del Estado de México para promover su imagen y candidatura. De Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) quería saber si podía ser un candidato moderno y pelear la elección del 2012, no la del 2006.
A Josefina Vázquez Mota del Partido Acción Nacional (PAN) le pedí varias veces que me explicara por qué no se atrevió durante la campaña a romper con el presidente Calderón si, de verdad, no quería ser “más de lo mismo”. Y a Gabriel Quadri del Panal le pregunté si él era el candidato de la antidemocrática líder vitalicia del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo; lo raro es que se molestó con mi pregunta y me aseguró que no aunque todos sabemos que sí lo es.
Yo ya voté, por correo, desde Miami. Lo increíble es que apenas 59 mil mexicanos se registraron para votar desde el exterior cuando en Estados Unidos, por ejemplo, vivimos más de 11 millones de personas nacidas en México. Este sistema cavernícola y exageradamente caro -cada voto cuesta cientos de dólares- tiene que cambiar para el 2018.
Esta es la primera elección twitera en la historia de México. Las redes sociales y el movimiento estudiantil #YoSoy132 son dos elementos totalmente nuevos para unas votaciones presidenciales en México y estamos a horas de saber qué impacto tuvieron. Pero mi apuesta es que muy pronto nadie podrá llegar a Los Pinos sin Twitter y sin Facebook. ¿Qué atrae más votantes: un debate cibernético con medio millón de seguidores o 100 mil partidarios reunidos en el Zócalo?
Los debates no fueron debates. Fueron tres y en ninguno hubo una conversación franca sobre el tema central de esta elección: ¿cómo detener la narcoviolencia? En lugar de un debate saludable y enérgico, lo que yo vi fue una fila de candidatos tirando rollos, sin ser cuestionados, con un formato complicadísimo, un reloj avanzando y más parecido a un programa de concursos.
Cada año, antes de la elección, tenía como costumbre ir a hablar con los dos Carlos: Monsiváis y Fuentes. Invariablemente me daban entrevistas interesantes, divertidas y señalaban con clarividencia el rumbo del país. Este año ya no tenemos a estas dos brújulas de nuestra vida política y cultural y me parece que estamos a la deriva. La verdad, no sé hacia dónde va el país. Cada uno de los tres candidatos principales puede llevarlo a un destino muy distinto.
Por eso, insisto, votar es un acto de fe. Hay que preguntarse ¿qué candidato va a ser mejor para mí, para mi familia y para el país? ¿Quién puede, en seis años, hacer que México sea una mejor nación de lo que es ahora? ¿Quién tiene más posibilidades de parar la violencia, crear más trabajos y evitar que el grupito de siempre se siga enriqueciendo?
Sí, ya sé. Muchos de ustedes contestan: ninguno de los cuatro. Pero así es esto de la democracia y hay que votar por uno. Si no, otros decidirán por ti.
Les cuento. Nací en 1958 en medio de un sistema represivo y autoritario y por muchos años creí que me moriría sin ver una apertura democrática. Pero afortunadamente no fue así. México cambió. El Presidente ya no es tlatoani, ni virrey o emperador. Podemos decir lo que se nos pegue la gana. A los jóvenes del #YoSoy132 no los han masacrado como a los del 68. Y tengo esa certeza, casi nueva, de que mi voto cuenta. Por eso no lo pienso desperdiciar.
Posdata periodística. Gane quien gane, nuestra labor como periodistas será cuestionar al próximo Presidente. Si tenemos que escoger entre ser su amigo o su opositor, hay que escoger esto último. Su trabajo es dirigir al país; el nuestro es evitar que abuse del poder. Cada quien lo suyo.
Por Jorge Ramos Avalos
(Junio 29, 2012)