Miami
La visita del opositor cubano Osvaldo Payá a Miami sacó ampollas. Y no es de extrañar: Payá no cree que el embargo norteamericano haya servido para terminar con la dictadura de Fidel Castro ni coincide con quienes favorecen el asesinato de Castro o una salida violenta a su régimen. Pero Payá, en una larga entrevista, me pareció estar legítimamente comprometido con la búsqueda de la libertad y la democracia en Cuba.
“¿Es un inflitrado?” me preguntó una cubana en una cafetería. “No lo es”, le dije. Pero su pregunta refleja el temor de muchos exiliados de que los viajes de Payá por Europa y Estados Unidos hayan sido producto de un contubernio con Castro. Payá se retorció en la silla y se le prendieron los ojos de rojo por el enojo cuando le pregunté: “¿Por qué lo dejan salir a usted (de Cuba)?” “La pregunta que hay que hacer”, me contestó, ” es ¿por qué no me han dejado salir durante tantos años?”.
En realidad, a Osvaldo Payá lo dejan salir de Cuba porque al régimen de Castro no le quedó más remedio. La presión internacional fue muy intensa para que viajara a recibir el premio Andrei Sajarov de derechos humanos que otorga la Unión Europea. Luego lo recibirían el presidente del gobierno español, José María Aznar, el presidente mexicano Vicente Fox, el secretario de estado norteamericano, Colin Powell, y el Papa en el Vaticano. Ningún opositor cubano -ninguno- ha recibido en los últimos años la misma atención que Payá. Y ninguno, como Payá, ha sido nominado al premio Nobel de la paz.
Sin embargo, fue el expresidente estadounidense Jimmy Carter quien -con un discurso transmitido en vivo por la televisión nacional en Cuba- impulso a Payá y a su propuesta de cambio. “El proyecto Varela”, me explicó Payá, “pide que se consulte al pueblo cubano sobre cambios en las leyes para que se pueda ejercer la libertad de expresión y asociación, para que se liberen a los presos políticos pacíficos…para que los cubanos puedan elegir libremente a sus representantes y para que se realicen elecciones libres”. Más de 11 mil cubanos han firmado ya la propuesta para exigir un plebiscito.
¿Quien, dentro del exilio cubano, no quiere esos derechos y libertades en Cuba?
El problema, para muchos exiliados, no es el fondo sino la forma. En el mejor de los casos, el proyecto Varela les parece una propuesta ingenua, irrealizable, soñadora. Pero el argumento más fuerte es que no quieren validar la actual constitución cubana ni al sistema castrista. Y, para un sector del exilio, el proyecto Varela legitima, de alguna manera, las leyes de la dictadura. Se lo pregunté a Payá. “¿Le está haciendo el juego a Castro?”, cuestioné. “Esto no es ningún juego; es un movimiento liberador contra ese regimen que dirige Castro”, me contestó. “Y no excluye a otros proyectos pero sí excluye la parálisis de los que dicen que esto es hacerle el juego a Castro”.
Me queda muy claro que la mayoría de los dos millones de cubanos que viven fuera de Cuba quiere terminar con la dictadura de Castro. Pero donde no parece haber consenso es en la forma de atacarlo y de acabar con su régimen. Era doloroso escuchar en algunos programas de radio en Miami como criticaban e insultaban a Payá cuando él, al igual que los radioescuchas cubanos, lo único que quiere es acabar con la dictadura.
Hay dos temas fundamentales que separaron a Payá de las alas más conservadoras del exilio cubano: el embargo norteamericano y una posible transición pacífica en Cuba.
Aunque el embargo ha ido perdiendo apoyo, particularmente entre los cubanoamericanos más jóvenes, es para muchos una cuestión de principios y un símbolo de resistencia y de dignidad. “¿El embargo ha servido de algo para terminar con el régimen de Castro?” le pregunté. “No”, me dijo. “¿No ha hecho nada en contra de Castro?” insistí. “No”, confirmó Payá, “ya hubiera terminado (con la dictadura) en 44 años”.
Payá tiene la teoría de que hay que “desamericanizar” el conflicto cubano y está convencido que “el embargo no es un factor de cambio dentro de Cuba”. Tampoco apoya métodos violentos de cambio. Contrario a lo que piensan algunos de los exiliados cubanos más radicales, Payá se opone a cualquier intento de matar a Fidel Castro. “La muerte no trae la libertad”, me dijo. “No es una forma de liberar a Cuba: es algo que yo no apoyo, es algo que yo repudio”.
Lo que sí apoya Payá es un cambio desde dentro de Cuba. “Oigame”, me dijo, “nosotros vivimos en un régimen totalitarista, como peces en un estanque de agua sucia”. “¿El cambio no viene por fuera?” lancé, buscando una aclaración. “Por fuera de Cuba no viene”, me dijo, “el cambio viene desde dentro porque la tiranía donde está es adentro”. Es una estrategia similar a la que siguió Lech Walesa en Polonia y Vaclav Havel en Checoslovaquia, cuando ambos países eran dominados por líderes comunistas.
Este disidente de 50 años de edad, fundador del Movimiento Cristiano Liberación, que gana solo 17 dólares al mes -reparando equipos de terapia intensiva- para sostener a su esposa y tres hijos adolescentes, se está jugando la vida con el proyecto Varela. Y esa es, creo, la mejor prueba de la legitimidad de su lucha. “Temo por mi vida”, me dijo, “porque me pueden meter un balazo; puede pasar uno de esos carros de la seguridad que me persigue…Yo vivo rodeado por dispositivos de la seguridad del estado, filmándome, observándome”.
Otros, igual de comprometidos pero inevitablemente más cómodos, luchan desde fuera por la libertad de Cuba. Payá hace lo mismo, pero desde dentro. Esa es la diferencia y ese es su valor.