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PERROS, GOLES, CHILES Y CHIPS (DE COMPUTADORA)

Seúl, Corea del Sur

El perro está todo frito, de patas a cabeza, pero sin pelos ni orejas. Lo mataron de un golpe en la cabeza. Pero a veces se necesitan dos o tres o cuatro mazazos hasta que deja de chillar y ladrar. Aquí, en el mercado de Kyong-Dong, el perro completo se vende por 150 mil wons (unos 120 dólares), una pequeña fortuna para las familias mas pobres de Corea del Sur. “Las costillas son lo más rico”, me dijo sonriente el vendedor. No me atreví a probarlas en un guisado con cebollas, algas y kimchi, un chile rojo que llegó de México a Asia en la Nao de China.

Lo primero que impresiona de los pedazos cortados de la carne de perro es su color: rojo violeta, intenso. Da la impresión que la sangre está a punto de reventar la piel resecada por el viento y el polvo. Quien no puede pagar por el perro completo, una pata o la cabeza bastan para darle sabor a la sopa. No lejos del puesto están en una pequeñísima jaula de madera dos cachorritos juguetones -uno café y otro con la cara dividida entre blanco y negro- que no sospechan su suerte: tras meses de engorda, como los cerditos, terminarán de platillo principal en la mesa de una familia coreana.

A los coreanos más sofisticados les molestas que se diga -aunque sea cierto- que en su país se come carne de perro. Los hace ver crueles y atrasados ante el mundo. Pero en realidad, Corea del Sur es una nación que va de prisa. Muy de prisa.

“Aquí un edificio de 20 pisos se construye en meses, no en años”, me aseguró orgulloso Ju Ho, un joven de 20 que estudia economía, se viste con ropa de marca -polos y cocodrilitos- habla coreano, inglés y español, y tiene pintadas unas tiras rubias sobre una mata de pelo negro azabache. Es cierto, los coreanos tiene prisa hasta para comer; cuando yo voy en la ensalada de algas con fideos y pulpos ellos ya terminaron el postre, un caldo azucarado con arroz. Pero hay una razón para justificar la velocidad en sus vidas.

En poco más de medio siglo, Corea del Sur paso de ser un pais destruído por la guerra a uno de los principales exportadores de chips y componentes de computadora, ropa, juguetes, zapatos y autos del mundo. “Made in Korea” se creó con una fuerte inversión en tecnología, una vigilante y gigantesca burocracia, y una mano de obra barata, disciplinada y cuidadosa en los detalles. Paralelamente, las dictaduras militares dieron paso a una incipiente democracia y, de premio, Corea del Sur celebró las Olimpíadas del 88 y la mitad de este mundial. Tras los votos vinieron los goles.

La corrupción apesta, es cierto; Kim Hong, el hijo de 38 años del presidente de Corea, está acusado de tráfico de influencias y negocios turbios. Es el típico hijo de papi. Pero los políticos coreanos no han robado tanto como sus colegas latinoamericanos y han dejado algo en el presupuesto oficial para el pueblo. Ya quisieran los norcoreanos

-apretados y hambrientos en un represivo sistema comunista- verse tan saludables y chapeaditos como sus vecinos del sur. En Corea del Norte no hay empresas como la Samsung, Kia, Hyundai y Daewoo. Las comunicaciones en Seúl son tan modernas que los teléfonos celulares funcionan sin interferencias en el metro, elevadores y baños páblicos; ya quisieran los neoyorquinos y los parisinos poder decir lo mismo.

La urgencia por globalizarse tiene sus costos. Tanto peleó Corea del Sur por abrir a sus productos las fronteras de otros países que tuvo que tumbar las suyas. Aquí hay una verdadera invasión de compañias norteamericanas y europeas: BMW, Kodak, Nike, Samsonite, Paris Baguette, Donkin Donuts… El inglés se esta convirtiendo, extraoficialmente, en el segundo idioma de Corea del Sur y sus jóvenes juegan a ser Britney Spears en los clubes de kareoke en lugar de aprender cantos budistas o bailes folklóricos. Pero los globafóbicos no pueden cantar victoria aquí.

La comida coreana sigue siendo mucho más popular y económica que las hamburguesas y las pizzas. La familia coreana no se ha “craqueado” como las occidentales; los índices de divorcios son muy bajos en comparación. En el limpísimo metro de Seúl -el tercero mas grande del mundo luego del moscovita y el de Tokio- los adolescentes todavía se levantan para darle el asiento a los ancianos, mujeres embarazadas y discapacitados. Y durante la reciente feria del libro, los carros del metro llevaban pequeños estantes con obras de la literatura universal. Lo que más me sorprendió no fueron tanto los libros sino que nadie se los robara. (¿Qué pasaría si hiciéramos el mismo experimento en el metro de México o el de Nueva York? Es solo pregunta.)

En otras palabras, Corea del Sur -uno de los dos países sede de este mundial- es una nación que avanza y donde hay un consenso generalizado sobre el modelo de desarrollo a seguir….aunque todavía se coman a sus perros y gatos.

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