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PERU EN BLANCO

Lima

Hacía tiempo que no regresaba a Perú y lo encontré confundido, un poco desesperanzado. No hay la convicción de que el futuro es promisorio. Parece que ninguno de los dos candidatos que se enfrentarán en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Alejandro Toledo y Alan García, ha logrado venderle la idea a los peruanos de que su vida va a mejorar significativamente con alguno de ellos dos en el Palacio de Gobierno. Saben, en carne propia, que la democracia ayuda pero que por si sola no da de comer.

Lo primero que salta a la vista es que, tras diez años de dictadura fujimorista, es más fuerte el interés por encontrar un trabajo bien pagado que el deseo de venganza contra los antiguos gobernantes y sus secuaces. Meter en la cárcel a Alberto Fujimori y a su maquiavélico ex-asesor, Vladimiro Montesinos, no garantiza leche en la mesa para los niños ni cebiche de lenguado los domingos a la hora del almuerzo.

Esto no quiere decir, sin embargo, que los peruanos le han perdonado a Fujimori el haber tenido uno de los regímenes más corruptos en la historia reciente de América Latina y el haberse burlado de ellos renunciando por fax desde Japón. De hecho, en el centro de Lima encontré una organización que recaudaba firmas para presionar al gobierno nipón a que les regrese a su huidizo dictadorcillo. “Japón regresa al ladrón”, rezaba un cartelón con la propaganda del grupo.

El diablo en Perú se llama Vladimiro. Hablé con los dos candidatos y ambos insisten en ser víctimas de campañas orquestadas desde el exterior por Montesinos para descarrilar sus respectivas candidaturas. Y los dos aseguran, también, que no van a pactar con los fujimoristas si llegan al poder. Pero no hay muchos líderes con las manos limpias en el país.

El problema es que la telaraña de corrupción que tejió el chamuco Montesinos con la aprobación de “el chino” –así le dicen despectivamente muchos al ex-presidente de origen asiático- tocó los más altos círculos militares, empresariales, políticos y subió hasta el mismo cielo. ¿Cuántos sacerdotes se opusieron abiertamente al fujimorato?

Lo que me llama poderosamente la atención es que gente que alguna vez alabó la mano dura de Fujimori y que incluso se benefició durante su régimen, ahora dice haber sido siempre fieramente antifujimorista. ¡Pues qué calladito se lo tenían!

Un fenómeno muy parecido ocurrió en México. Tras la elección como presidente del opositor Vicente Fox; priistas de hueso colorado que durante décadas defendieron como perros “la dictadura perfecta” (según la ya célebre frase del escritor peruano Mario Vargas Llosa) hoy se declaran “demócratas” sin que les tiemble la voz. Cada vez que oigo decir algo así a antiguos fujimoristas y priístas me da un poquito de risa. Y asco. No dejan de asombrarme: tienen una inigualable capacidad camaleónica. O llámeseles mejor, para respetar el lenguaje, hipócritas y acomodaticios. Eso son.

Al igual que en México, una señal muy positiva en Perú es que la mayoría de sus habitantes parecen estar más interesados en ver hacia adelante que en echar una mirada, vengativa, para atrás. Por eso los candidatos, Alejandro Toledo y Alan García, están prometiendo crear miles y miles de nuevos empleos.

Pero los peruanos no se están tragando el cuento. Eso ya lo han oído muchas veces. Uno de cada dos habitantes en edad de trabajar está desempleado o subempleado. Irse a dormir con la panza vacía es para ellos y sus familias una triste rutina. Y las promesas de Toledo y de García no han podido evitar los retortijones y dolores de estomago y las ganas de decir: “ya cállense y hagan algo”.

Una encuesta que leí durante mi reciente visita a Lima indicaba que hasta cuatro millones de votantes –de un total de 14 millones- estaban pensando votar en blanco, nulificando así su boleta. “No hay a quien irle”, me dijo un hombre con el rostro tostado por el sol en la Plaza de Armas. “Hay que escoger cuál de los dos es el menos malo”, coincidió una canosa mujer, ahí cerquita. “Prefiero votar en blanco”.

“Así es la política”, me dijo entre medio resignado y pragmático el candidato Alan García cuando le comenté mi experiencia en la plaza. A Toledo tampoco le gustó lo que escuché de decenas de personas en el centro de Lima, para luego insistir en el tema de que la desconfianza que él todavía genera en algunos votantes es producto de la campaña en su contra lanzada por el diablo Montesinos.

No sé si el voto en blanco en Perú está en la cresta de la ola o de bajada. Oí argumentos en ambos sentidos. Pero lo que sí es cierto es que se trata de una clarísima señal de protesta ante un sistema político que no pudo parir mejores candidatos presidenciales. Por eso, Perú está en blanco.

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