Boston.
John Edwards tenía, todavía, la voz ronca. La noche anterior había hablado ante la convención del partido Demócrata en Boston y su garganta necesitaba un buen descanso. Pero estaba de buen ánimo –este era su primer día como el candidato oficial de su partido a la vicepresidencia de Estados Unidos- y nos pusimos a platicar por 20 minutos. Se sentó en la orilla de la silla y me vió, sonriendo, directo a los ojos.
Edwards –con cara de niño y sin una cana a los 51 años de edad- tiene un trato suave, amable, y no ha querido caer en ataques personales contra el presidente George W. Bush. Sin embargo, no oculta sus claras diferencias políticas con el mandatario.
-“¿Cree que el presidente Bush mintió respecto la guerra en Irak?” le pregunté.
-“ No tengo forma de meterme en la cabeza del presidente Bush”, me contestó. “Lo que sé es que él dijo cosas que, en retrospectiva, no resultaron ciertas.”
-“¿Estaba mintiendo (Bush)?” insistí.
-“ No lo sé”, respondió, “porque mentir implica la intención de hacerlo.”
“Lo que sí sé”, añadiría Edwards más tarde, “es que este presidente recibió un poder que usó equivocadamente; eso es lo que sé.”
Irak era un tema inevitable. Pero en esta entrevista quería conocer las opiniones de Edwards sobre América Latina, una región del mundo que nunca ha visitado.
Edwards –quien me dijo que desea aprender español- viene de un estado, Carolina del Norte, que últimamente ha visto muchos de sus empleos irse al sur de la frontera. Y este abogado –el primero de su familia en ir a la universidad- se ha opuesto abiertamente a los tratados de libre comercio de Estados Unidos con México, Chile y los países centroamericanos.
-“Es justo acusarlo a usted de ser un proteccionista?” le pregunté.
-“No, eso no es cierto”, contestó. “La verdad es que queremos estándares del medio ambiente y laborales que nos permitan comercianr y ayudar las economías de América Latina y de este país.” Edwards cree que estas provisiones –laborales y del medio ambiente- deberían incluirse en nuestros tratados de libre comercio y añadirselos a los que ya existen. Es decir, que si Kerry y Edwards ganan las elecciones del dos de noviembre, los gobiernos de México, Chile y centroamérica pudieran verse obligados a renegociar sus acuerdos comerciales con Estados Unidos.
Un gobierno Kerry-Edwards pudiera significar un cambio en la política comercial del país. Pero no modificaría sustancialmente la relación de Estados Unidos con Cuba. Después de calificar a Fidel Castro como un “brutal dictador”, Edwards dijo que “hay que mantener el embargo en su lugar, debido a (Castro).” Pero, al igual que Kerry, Edwards cree que “es una buena idea el permitir viajes (‘principled travel’) hacia Cuba.”
Kerry y Edwards, valga la aclaración, no apoyan las recientes restricciones impuestas por el presidente Bush hacia Cuba, limitando los viajes de los cubanoamericanos a la isla a solo uno cada tres años.
Y luego dejamos Cuba y tocamos otros dos países. Primero Venezuela.
-“Acerca de Venezuela ¿usted cree que el presidente Hugo Chavez ha abusado de su autoridad?” cuestioné.
-“Creo que ha hecho cosas que no son congruentes con los principios democráticos y eso es algo que nos debe generar cierta preocupación”, me dijo. “Pero al final, yo sé que habra pronto un referendum en el país…y que será necesario que allá se deje funcionar el proceso democrático.”
Y luego Puerto Rico.
-“¿Cree usted que Puerto Rico se debe convertir en el estado 51 de Estados Unidos?”
-“Creo que eso lo debe decidir la gente de Puerto Rico.” Nada más.
Edwards ha sido testigo de la irreversible latinización del lugar donde se crió. Edwards creció en los años 60 en la pequeña ciudad de Robbins, en Carolina del Norte, donde su padre era un obrero y cuando la mayoría de la población era anglosajona. Hoy, según me contó el mismo Edwards, la mitad de los habitantes de Robbins son hispanos.
Edwards dice comprender el dilema que viven los inmigrantes latinos en este país. Por eso él apoya la propuesta de Kerry que legalizaría a millones de indocumentados y les daría la oportunidad de hacerse ciudadanos de Estados Unidos. Dicha propuesta, que sería presentada durante los primeros 100 días del gobierno de Kerry, no tiene por ahora suficiente apoyo en un congreso controlado por el partido Republicano. Pero eso, también, podría cambiar en la próxima elección. “Tenemos una posibilidad muy, muy buena de recobrar el control del senado”, me dijo con sobrado optimismo, “y de la cámara de representantes.”
Y Edwards y los Demócratas esperan ganar la presidencia y ambas cámaras del congreso con el apoyo de los electores hispanos.
-“¿Cree usted que los votantes latinos decidirán esta elección?”
-“No sé quien va a decidir esta elección”, respondió con su acento sureño, “pero creo que (los votantes latinos) van a tener un papel enorme en esta elección. Y creo que eso es algo bueno -y no me refiero solo para los Demócratas- porque la comunidad latina representa, de muchas maneras, los valores de Estados Unidos.”
El partido Republicano ha tratado de pintar a Edwards como un provincial multimillonario que ganó su fortuna demandando a grandes compañias, con menos de seis años en el senado, y sin la experiencia para ser presidente de Estados Unidos en caso de una emergencia. Pero este es otro de los puntos en que Edwards y los Republicanos no están de acuerdo.
“Lo que la mayoría de la gente busca en un presidente o en un vicepresidente”, me dijo sonriente y seguro, “es alguien con la capacidad de tomar decisiones difíciles bajo circunstancias difíciles; y toda mi vida he demostrado que yo puedo hacer eso.”
La entrevista terminó con un asunto muy personal y emotivo para Edwards. El y su esposa Elizabeth (quien es cuatro años mayor que él y también es abogada), han tenido cuatro hijos. Pero uno de ellos, Wade, murió en un accidente automovilístico en 1996.
-“¿Es él la razón por la que se metió a la política?” pregunté con mucho cuidado.
-“Mi hijo Wade”, me dijo Edwards bajando la voz y tomándose su tiempo, “tenía 16 años cuando murió. Fue un muchacho extraordinario. El y yo teníamos una relación muy estrecha. Hicimos muchas cosas juntos. Fuí el entrenador de su equipo de futból soccer. Subimos juntos el monte Kilimanjaro (en Africa). Yo estaba muy orgulloso de él. Pero más allá de eso, con su permiso, prefiero mantener este asunto en privado.”
Y así fue.
Dos años después de la muerte de su hijo, Edwards –gastando seis millones de dólares de su propio dinero- ganó su puesto en el senado norteamericano. Y ahora está a solo una elección de convertirse en el segundo hombre más poderoso de Estados Unidos.