La idea más rebelde y revolucionaria que existe es la que establece que todos los seres humanos somos iguales. Ninguna es más poderosa. Y ninguna más peligrosa para los países que no la ponen en práctica.
Las dictaduras y las naciones autoritarias siempre tienen líderes que se sienten superiores al resto de la población. Pasa igual en China e Irán que en Cuba y Venezuela.
Sus políticas irremediablemente buscan controlar y censurar a la mayoría. Pero tarde o temprano la gente se rebela. La idea de que todos somos iguales es más fuerte que cualquier régimen.
En Estados Unidos vivimos en uno de los países más abiertos del planeta. Está fundado en el concepto de la libertad individual y la igualdad. La libertad –y las oportunidades que eso genera- es lo mejor de aquí. Pero muchas veces falla en la cuestión de la igualdad.
Tengo dos ejemplos de clara discriminación en Estados Unidos. La primera, increíblemente, ocurre en la fuerza militar más poderosa que haya tenido al humanidad.
En el ejército de Estados Unidos se discrimina abiertamente contra los homosexuales.
Un reciente y esperado estudio del Pentagono concluyó que el aceptar abiertamente a los gays en el ejército no afectaría negativamente la efectividad militar norteamericana. Además, la mayoría de los soldados consultados estaría de acuerdo en
servir en el ejército con compañeros abiertamente homosexuales.
De hecho, en Irak y en Afganistán ya lo hacen. La única diferencia es que esos soldados no han revelado su orientación sexual. Si lo hicieran, serían expulsados de las fuerzas armadas norteamericanas.
La política de “no preguntes, no digas” (don’t ask, don’t tell), implementada durante el primer año de la presidencia de Bill Clinton, es una de las grandes hipocresías en Estados Unidos. Los soldados homosexuales pueden morir por su país pero no pueden
decir abiertamente quienes son.
La política oficial del ejército norteamericano es mentir y discriminar. El senado se acaba de negar a cambiar esa política. Pero eso no puede durar mucho tiempo. Es inconstitucional. Tarde o temprano –quizás con una orden judicial- se impondrá el
precepto que se estableció durante la Declaración de Independencia en 1776: “Todos los hombres son creados iguales.”
El otro ejemplo de discriminación en Estados Unidos es en contra de 11 millones de inmigrantes indocumentados. Estados Unidos no trata como iguales a muchos de sus estudiantes, de sus trabajadores y de quienes cuidan a sus niños.
Es verdad que están ilegalmente en el país. Pero también es cierto que miles de empresas y millones de norteamericanos los contratan ilegalmente y se benefician de su trabajo. Todos saben que esto ocurre pero la política oficial es mentir: miente el
inmigrante, miente quien lo emplea y miente el gobierno al hacerse de la vista gorda.
Urge más transparencia y un cambio radical de política. El maltrato y discriminación en contra de los inmigrantes indocumentados es una de las grandes injusticias de Estados Unidos. Lo menos que podemos exigir es que estos inmigrantes sean tratados con respeto, con dignidad y que se legalice su situación migratoria.
La Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas establece en su primer artículo que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y…deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Yo no veo que
los indocumentados sean tratados como iguales, ni con dignidiad, ni fraternalmente en Estados Unidos.
Tras su visita a Estados Unidos en 1831, el frances Alexis de Tocqueville escribió que nada le había sorprendido tanto como la noción de igualdad entre todos sus habitantes. Y de esa igualdad, dijo, se deriva todo lo demás.
Hoy, con las políticas de abierta discriminación contra homosexuales e indocumentados, Estados Unidos se ha internado en un período oscuro e inexplicable y traicionando sus principios.
La única salida es decir la verdad, sobre todo, a nosotros mismos. Ese es el primer paso.
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POLITICA OFICIAL: MENTIR
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