El primer beneficiado de una guerra contra Irak sería el presidente de Venezuela, Hugo Chavez. No solo por el inevitable aumento en los precios del petroleo –que mantendría artificialmente a flote la muy mal administrada economía venezolana- sino porque la atención del mundo por varios meses no sería Venezuela. Chavez está radicalizando aún más su campaña represiva contra políticos, líderes civiles, medios de comunicación y organizaciones opositoras a su gobierno, cerrando así cualquier posibilidad democrática de sacarlo del poder.
Chavez, que ha llamado a este 2003 el año de la “ofensiva revolucionaria”, está haciendo todo lo posible para desarmar y dividir al movimiento cívico opositor antes que la ley permita realizar un plebiscito en agosto de este año. Si se realizara sin trampas ese referendum revocatorio –como lo establece la misma constitución aprobada a dedo por él- Chavez sabe que perdería. Las más de cuatro millones de firmas recaudadas recientemente por sus opositores pidiendo su renuncia –el llamado ‘firmazo”- son solo un preludio de lo que le esperaría a Chavez. Por eso Chavez no quiere arriesgarse y desde ahora ha empezado a atacar, encarcelar, amenazar y amedrentar a sus opositores.
El arresto del presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández, y la orden de aprehensión contra el sindicalista, Carlos Ortega, amenazan con dejar sin cabeza a un movimiento ya de por sí desprovisto de líderes carismáticos. A esto hay que sumar los misteriosos asesinatos de militares y manifestantes antichavistas, las multas y presiones fiscales a las principales televisoras del país –Venevisión, Radio Caracas, Globovisión y Televen-, el control de cambios y la purga en las cortes, congreso, ejército y organismos electorales de cualquiera que cuestione los desplantes despóticos de Chavez.
Terminó el paro de 63 días y Chavez no hizo ni una sola concesión. Ni una. Se burló de la debilucha OEA de Cesar Gaviria, de las creativas propuestas del expresidente Jimmy Carter, de los tibios amigos de Venezuela y, sobre todo, de los millones de venezolanos que quieren un cambio. Con el levantamiento del paro, ahora Chavez no tiene ningún incentivo para ceder.
La radicalización de Chavez se veía venir. Conocí a Chavez un día antes de su primera elección presidencial el 6 de diciembre de 1998. Aún escuchaba las preguntas del entrevistador. Posteriormente lo entrevisté dos veces más y el cambio era impresionante. Chavez había dejado de escuchar, era intolerante ante cualquier pregunta crítica, insultaba –“tú vienes con el basurero”- cuando no encontraba argumentos para defenderse y, en una muestra de inseguridad, se hacía rodear de decenas de simpatizantes, ministros y guardaespaldas, que aplaudían sus bromas y abucheaban las preguntas incómodas de los periodistas.
Lo que más me llama la atención de Chavez hoy en día es su poca memoria y sus mentiras. En 1998 que estaba dispuesto a dejar el poder en cinco años –“Claro que estoy dispuesto a entregarlo”- y ahora amenaza con quedarse hasta después del 2013. A Chavez le gusta llamar “golpistas” y “traidores” a los que buscan una solución democrática para sacarlo del poder. Pero es curioso que alguien como él utilice esas palabras como insulto.
El mismo Chavez fue un golpista. Decenas de personas murieron el 12 de febrero de 1992 cuando Chavez y un grupo de militares se alzaron contra el muy impopular gobierno de Carlos Andrés Pérez. (Impopular, es cierto, pero legítimamente elegido.) El presidente Rafael Caldera luego perdonó y liberó a Chavez. Pero qué rápido se le olvida a Chavez su pasado golpista. Chavez es un golpista desmemoriado.
La hipocresía y la doble cara de Chavez, sin embargo, no es el punto central. Lo más peligroso es cómo, poco a poco, Chavez se está convirtiendo en un dictador. En Venezuela ya no hay democracia; hay chavismo.
Chavez perdió la legitimidad como presidente por su participación, tácita o explícita, en los asesinatos del 11 de abril del 2002. Las imágenes de televisión, transmitidas a todo el mundo, de simpatizantes chavistas disparando contra la multitud que se dirigía al Palacio de Miraflores en Carácas son la principal evidencia contra Chavez. El presidente aún tiene que explicar cuál fue su grado de participación –o negligencia- en los hechos que culminaron con 17 muertos. Sin embargo, pocos tienen confianza en un sistema judicial controlado por el mismo Chavez.
Siempre me resultó insólito que un pueblo como el venezolano escogiera a un militar golpista como su presidente. (Ciertamente los venezolanos estaban hartos de 40 años de corrupción y pobreza.) Nadie duda que Chavez logró con los votos en el 98 lo que no pudo hacer con las balas en el 92. Pero lo que no se vale es tener como presidente a una persona que, como ocurrió el pasado 11 de abril, permita o condone que se ataque a mansalva a su propia gente. Ese día se rompió el orden constitucional en Venezuela.
Ahora viene lo difícil: ¿cómo sacar del poder –por las buenas, democráticamente, sin violencia- a quien pelea por las malas y gobierna de manera autoritaria? Los venezolanos se metieron en ese rollo y solo ellos pueden salir de él. Pero Chavez, no hay duda, será el ganador si hay una guerra contra Irak; el tiempo y las condiciones internacionales están de su lado. Mientras el mundo ve hacía otro lado, Chavez hace su propia guerra en Venezuela con el fin de perpetuarse en el poder.