Los Angeles, California.
Arnold Schwarzenegger hizo una apuesta y la ganó. El calculó que si tomaba posturas antiinmigrantes perdería, sí, el voto latino. Pero eso mismo le permitiría ganar el voto de los hombres blancos anglosajones que están molestos con los indocumentados, con las feministas, y con los programas sociales que dan preferencias a los grupos minoritarios. Y tuvo razón.
Ese grupo de angry white men, como les dicen en inglés, es mucho más grande a nivel electoral que el de los latinos; sólo uno de cada cinco votantes en California es hispano. Y para tratar de enamorarlos, Arnold contrató como jefe de campaña al exgobernador Pete Wilson (considerado por muchos como un enemigo de los inmigrantes) y dió a conocer que estuvo a favor de la Proposición 187 -que hubiera eliminado el acceso a escuelas públicas y hospitales a unos tres millones de inmigrantes. Y luego se sentó a esperar a que esas decisiones le dieran el voto mayoritario de los enojados hombres blancos. No se equivocó. En California ser antiinmigrante genera votos, muchos votos. Pete Wilson vuelve, de alguna forma, al poder; las elecciones del 7 de octubre significan un regreso al pasado.
Una de las cosas más tristes que ocurren en Estados Unidos es cuando un inmigrante le cierra la puerta a otros inmigrantes. Y Arnold está haciendo eso. Pero el Terminator no es un hombre sentimental y, aparentemente, no tendrá ningún problema en cancelar la ley que le permitiría a los inmigrantes indocumentados conseguir licencias de manejar a partir del primero de enero del 2004. Además, Arnold -nacido en Austria pero convertido en ciudadano norteamericano hace décadas- está en contra de una amnistía para los cerca de 10 millones de indocumentados en Estados Unidos y, si estuviera en sus manos, “militarizaría la frontera” con México (según le comentó a un conductor de la cadena de televisión Fox News). Arnold, me temo, trae malas noticias para los hispanos de California.
Arnold capitalizó en el sentimiento antiinmigrante que surgió después de los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. No importa que los 19 terroristas que atacaron el World Trade Center y el Pentágono eran de Arabia Saudita, Líbano, Egipto y los Emiratos Arabes Unidos. No importa que ninguno de esos terroristas cruzó la frontera desde México o haya sido latinoamericano. No importa. Para muchos norteamericanos la palabra “inmigrante” es equivalente a la palabra “terrorista”. Por eso atacar a los inmigrantes -sean de donde sean- genera votos.
Pero Arnold, para ser franco, ganó también por otras razones. María Shriver, su esposa, es una de ellas. A pesar de las acusaciones de por lo menos 16 mujeres de que Schwarzenegger las acosó sexualmente y tocó a algunas de ellas en sus órganos genitales y/o los senos sin su consentimiento, millones de mujeres votaron por él. “¿Cómo puedes haber votado por un candidato acusado de tratar de esa manera a las mujeres?”, le pregunté a una votante que vive cerca de San Francisco. “Si su esposa María sigue con él”, me contestó, “significa que muchas de las acusaciones pueden ser falsas”. Quizás. Pero la realidad es que la presencia de su esposa, a su lado en los momentos más difíciles de la campaña, contrarrestó las acusaciones que surgieron inicialmente en una exhaustiva investigación del diario Los Angeles Times.
Otro elemento que explica la abrumadora victoria de Schwarzenegger es su dinero. Cuando alguien tiene una cuenta bancaria de 56 millones de dólares -uno por cada año de vida de Arnold- gastarse unos pocos para ganar una gubernatura no significa un alto riesgo. Los hijos y los nietos de Arnold tienen el futuro asegurado. Cruz Bustamante, el candidato que quedó en segundo lugar en las pasadas elecciones, se quejaba amargamente durante una entrevista de que no podía competir con Connan the Barbarian a la hora de pagar anuncios por televisión. Pero Bustamante, me da pena decirlo, manejó con poco tino su campaña; había días en que desaparecía casi por completo de los medios de comunicación y su actitud relajada, campechana, no convenció a los votantes que buscaban un líder fuerte.
Al final de cuentas, más que los millones, los asesores y la campaña de Arnold, lo que pesó en los votantes fue la ineficiencia, la indecisión y los errores del gobernador Gray Davis. Más que una victoria de Schwarzenegger, lo que ocurrió en California fue una derrota de Davis. Davis, por cierto, deja una herencia terrible: cada uno de los 35 millones de californianos tendría que dar mil dólares para pagar por el deficit presupuestario del estado. En otras palabras, Schwarzenegger ser ganó la rifa del tigre. Ya que se le pase la borrachera electoral, a ver qué hace para sacar al estado del hoyo económico en que se encuentra.
Los californianos han escogido a un fisicoculturista que ha aparecido embarazado en la película Junior, a un austríaco que hace décadas tuvo palabras muy suaves para un asesino llamado Adolf Hitler, a un inmigrante que contrató a uno de los políticos más antiinmigrantes -Pete Wilson- que haya dado California, a un actor acusado por más de una docena de mujeres de tocarlas de forma indecente y a un incansable promotor de restaurantes y gimnasios que nunca ha tenido un puesto de elección popular. Los inmigrantes latinos no tienen, sinceramente, muchas razones para estar optimistas. Pero cuando los californianos se empiecen a quejar de su nuevo gobernador, les deberemos decir lo mismo que a los venezolanos cuando se quejan de su presidente Hugo Chavez: qué pena, pero fueron ustedes quienes lo eligieron.