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“PROHIBIDA LA ENTRADA”

Lo peor de Estados Unidos es el racismo. A principios del tercer milenio y 227 años después de su independencia, Estados Unidos continúa batallando con el odio racista y la discriminación. No acaba de reconocerse como una nación multiétnica, multirracial y multicultural. Le cuesta trabajo darse cuenta que no es un país blanco sino mestizo.

El racismo que aún padece Estados Unidos no es como el que sufrió el ya fallecido profesor Julian Samora. Cuando Samora era un niño, hace más de medio siglo, había letreros en los parque públicos de Colorado que decían: “Prohibida la entrada a mexicanos, indígenas y perros”. La discriminación hoy no es tan burda pero existe. Los mexicanos y otros latinos pueden entrar a cualquier parque en Estados Unidos. Pero muchos no reciben un trato justo y una mayoría percibe que está en desventaja.

Ocho de cada diez (82%) latinos aseguran que la discriminación contra los hispanos es un problema que les evita tener éxito en Estados Unidos, según una encuesta del Pew Hispanic Center. El 78% de los latinos considera que la discriminación es un problema en sus centros de trabajo (comparado con el 64% de los afroamericanos y el 57 por ciento de los blancos).

La discriminación para los latinos no es un concepto abstracto. Bastan estos tres ejemplos:

-Actualmente no hay ni un senador latino ni un juez hispano en la Corte Suprema de Justicia. Y hasta hace poco tampoco había ningún gobernador latino.

-Los latinos son el único grupo que no está representado proporcionalmente en la fuerza laboral del gobierno de Estados Unidos. Solo el 6.7% de los empleados del gobierno federal son latinos, a pesar de que ya en el 2002 eran al menos el 13.5 % de la población total.

-De los aproximadamente 16,000 reportes de noticias hechos por las cadenas ABC, CBS, NBC y CNN en el año 2001, solo 99 (0.62%) fueron sobre latinos.

A pesar de lo anterior, no todo está perdido. La Corte Suprema de Justicia de Estados acaba de determinar que los programas de acción afirmativa -que favorecen a las minorías para entrar a la universidad y que luchan contra la discriminación- sí son legales. Gracias a ellos en la Universidad de Michigan, por ejemplo, el ocho por ciento de los estudiantes son negros y el cinco por ciento son latinos. Antes de implementar esos programas prácticamente no había estudiantes de las minorías en esa universidad.

Sin embargo, la administración del presidente George W. Bush y un amplio sector conservador en Estados Unidos se opone a este tipo de programas. Afortunadamente, por ahora, la Corte Suprema de Justicia ha dejado la puerta abierta de las universidades y centros de trabajo a negros, asiáticos, mujeres e hispanos. Pero la puerta pudiera cerrarse en cualquier momento. La decisión de la corte dependió de un solo voto: cinco a favor y cuatro en contra. Con el retiro de un solo juez la balanza pudiera irse al otro lado.

En otras palabras, el racismo sigue siendo una amenaza en Estados Unidos y si no fuera por decisiones como la de la Corte Suprema y las actitudes valientes de los defensores de los derechos civiles, este país podría corroerse por el racismo. Y esa amenaza, lejos de desaparecer, parece acrecentarse.

Tras los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 los inmigrantes latinos se han convertido en los chivos expiatorios de los errores de espionaje del FBI y la CIA. Para un inmigrante indocumentado de América Latina es prácticamente imposible conseguir una licencia de conducir o una identificación oficial en Estados Unidos. Esto a pesar de que ninguno de los 19 terroristas que atacaron el World Trade Center o el Pentágono era latinoamericano o entró a Estados Unidos a través de su frontera sur.

Las actitudes discriminatorias no se limitan a la lucha contra el terrorismo. Frecuentemente escucho comentarios racistas de políticos norteamericanos. Trent Lott, quien era el líder republicano de la mayoría en el senado, sugirió que Estados Unidos estaría mejor si los negros no hubieran obtenido todos sus derechos. Por eso perdió su puesto de jefe pero, tristemente, sigue siendo un miembro del senado norteamericano.

Y no hay que irse tan arriba en la escala del poder para detectar muestras de racismo. El concejal de la ciudad de Newport Beach en California, Richard Nichols, dijo hace unos días que se negaba a construir más zonas verdes cerca de la playa porque “eran usadas predominantemente por mexicanos”. Lo único que le faltó a Nichols fue poner un letrero en la playa que dijera: “Prohibida la entrada a mexicanos, indígenas y perros”.

Hay cosas, como el racismo, que ni siquiera el tiempo puede corregir.

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