Nueva York.
La principal crueldad del sistema educativo de Estados Unidos es el permitirle a jóvenes indocumentados estudiar la secundaria o highschool en escuelas públicas pero, luego de graduarse, no dejarlos asistir a la universidad como residentes del estado donde viven. Cada año alrededor de 60,000 estudiantes, muchos de ellos brillantes, no van a la universidad porque el sistema se los prohíbe. Así de sencillo, así de absurdo, así de cruel.
Prohibido estudiar. Eso es lo que las leyes norteamericanas le dicen a miles de estudiantes cuyo único pecado es haber llegado de niños a Estados Unidos de la mano de sus padres indocumentados. Bien o mal, la decisión de venir a este país ilegalmente no fue de ellos, fue de sus padres. Pero ahora ellos están pagando las consecuencias.
Este es el caso de Julita Rincón, de Guadalajara, México, quien en 1996 cruzó la frontera para reunirse con sus padres. Ella apenas tenía 13 años de edad. “Me siento más gringa que mexicana”, me dijo en una entrevista. Habla español perfectamente pero se puede comunicar con mayor precisión en inglés. Y es que ha pasado casi la mitad de su vida en Estados Unidos. “Adoptamos muchas cosas de la cultura americana”, me comentó a manera de explicación.
Cuando Julita terminó la highschool en Texas, estaba condenada a dejar de estudiar. Pero se enteró de que en el verano del 2001 se había aprobado una nueva ley en Texas, la llamada HB 1403, gracias a la iniciativa del representante estatal Rick Noriega. Esa ley le permite a los estudiantes indocumentados que llevan más de cinco años en Texas el seguir estudiando en las universidades estatales como si fueran residentes legales. Y la diferencia es enorme.
Julita, quien ya está en su cuarto y último año de la carrera de sicología, hubiera tenido que pagar más de 20,000 dólares al año como estudiante extranjera en la Universidad de Houston. Para hacerlo más complicado aún, los estudiantes indocumentados no pueden solicitar muchas becas. Pero gracias a la HB 1403 Julita solo paga unos 7,000 dólares al año, como cualquier otro residente de Texas, entre libros y colegiatura. En la Universidad de Houston hay cerca de 300 estudiantes que se encuentran en una situación similar a la de Julita. Hablaremos más de ella en un momento.
Pero antes hay que decir que este tipo de historias de éxito son posibles gracias a organizaciones como Jóvenes Inmigrantes por un Futuro Mejor. Esta organización, promovida por el educador David Johnston, ha permitido que salgan adelante y sigan estudiando adolescentes que se encontraban en un callejón sin salida.
Veamos el caso de la escuela secundaria Robert E. Lee, una de las más diversas étnicamente de toda la ciudad de Houston. En Lee highschool, como todo el mundo la conoce, hay estudiantes de 70 países. Pero uno de cada cuatro estudiantes es indocumentado. Y son ellos quienes más se pueden beneficiar. “Los muchachos están muy motivados, tienen sus objetivos muy claros y se está graduando con mención honorífica”, dijo Johnston.
La realidad es que estos jóvenes no tienen muchas opciones ya que se sienten emocionalmente ligados a Estados Unidos, aunque no tengan sus documentos legales que lo demuestren. “Ellos no tienen planes de regresar a sus países de origen”, observó en una entrevista Alejandra Rincón, una educadora que trabaja en el distrito escolar de Austin, Texas, y quien ha apoyado enormemente la ley HB 1403. “Ellos se criaron aquí, se sienten americanos igual que otros niños. No tienen idea de otro país, otra cultura, solo están acostumbrados a la cultura de aquí.”
Otros siete estados –Utah, Washington, California, Nueva York, Illinois, Kansas y Oklahoma- tienen leyes similares a la que ya existe en Texas. Y cinco estados más –Wisconsin, Ohio, Maryland, Colorado y Arkansas- están considerando leyes parecidas. Sin embargo, nada de esto sería necesario si el congreso norteamericano aprobara el llamado Dream Act que le permitiría a jóvenes indocumentados continuar sus estudios universitarios en todo el país como si fueran residente legales del lugar donde terminar la highschool.
El Dream Act tiene apoyo tácito de ambos partidos. Pero en Washington no tienen en estos momentos el valor político de aprobar una ley en el congreso que dé la impresión de favorecer la inmigración indocumentada. Y esa es una verdadera verguenza. Sin una ley así, se tiran a la basura las mentes y los sueños de jóvenes que pueden hacer de este un país mucho mejor.
Hace poco vine a esta ciudad de Nueva York a traer a mi hija a la universidad. Y la emoción y el orgullo que ella y yo sentimos es algo que otras familias hispanas no podrán experimentar. Y todo por un simple papel.
Terminemos esto con la historia de Julita, quien no tiene un final feliz asegurado. En menos de un año, Julita tendrá su diploma como licenciada en sicología. “¿Pero qué voy a hacer con el diploma?” se preguntó. “¿Colgarlo en la pared? Yo me quiero graduar pero no puedo trabajar en lo que yo quiero”.
Y esa es la tragedia. Julita tuvo la suerte de estar bien asesorada y de inscribirse como residente de su estado en la universidad. Pero luego esta activa y optimista estudiante no podrá ejercer su carrera. Hasta hace solo unos días Julita estaba trabajando en un restaurante haciendo sandwiches. ¿Acaso Estados Unidos no puede ofrecerle a ella y a miles de estudiantes más un futuro mejor?