El silencio y el tiempo es una de las armas de los rebeldes zapatistas. Eso es precisamente lo que les sobra en la selva lacandona de Chiapas. Aunque les falten muchas cosas, les sobra el silencio y el tiempo. Quien ha estado unos días en ese mar verde sabe que la vida en la montaña tiene otros ritmos y que las palabras toman sentidos muy distintos a las que se escuchan en la ciudad.
Por esto, en parte, el subcomandante Marcos no tiene prisa en reaccionar a las recientes elecciones que le quitaron al Partido Revolucionario Institucional (PRI) la presidencia de la república y la gubernatura de Chiapas. Sus tiempos no son nuestros tiempos. Sin embargo, su respuesta cuando la détendrá que tomar en consideración que México ha entrado en una nueva época democrática. El México en que los zapatistas se levantaron con las armas no es el mismo México de hoy. Y eso pone al ejército zapatista en una disyuntiva.
¿Cómo justificar el uso de las armas y de la violencia después que millones de mexicanos, con su voto, cambiaron el liderazgo del país? ¿Cómo justificar otra negativa de los zapatistas a participar en una nueva ronda de pláticas de paz con políticos demócratas legítimamente elegidos? ¿Cómo?
Entiendo perfectamente el rechazo del subcomandante Marcos y de los zapatistas a sentarse a dialogar con el gobierno del presidente Ernesto Zedillo. Por principio el gobierno mexicano no quiso cumplir con los llamados acuerdos de San Andrés Larrainzar. Y segundo, Marcos nunca consideró a Zedillo y a su gobierno como un interlocutor legítimo.
En marzo de 1996 tuve una larga entrevista con Marcos y ya desde entonces mostraba su desdén por el actual mandatario.
-“¿Es (Zedillo) un presidente legítimo?”, le pregunté
-“No”, me contestó. “(Zedillo) es producto de unas elecciones ilegítimas organizadas por un presidente ilegítimo, como Salinas. No es legítimo.”
Vicente Fox, el presidente electo de México, no tiene los problemas de legitimidad que Marcos asignó a Zedillo. Tampoco parece tenerlos, Pablo Salazar, el candidato de la oposición que ganó las recientes elecciones para gobernador de Chiapas. De tal manera que el discurso del subcomandante y de los zapatistas tiene que adaptarse a una nueva realidad. Una señal se flexibilidad de los zapatistas pudiera abrir la primera posibilidad real de paz en Chiapas desde que los guerrilleros se alzaron el primero de enero de 1994.
Ahora bien. Si los zapatistas accedieran a un nuevo diálogo paz ¿estarían dispuestos a entregar las armas para convertirse en una fuerza política? De nuevo, en la conversación que tuve hace cuatro años con Marcos, le pregunté si seguía “justificando la violencia para alcanzar sus fines”. A lo que me contestó que “el movimiento zapatista es sui generis en el sentido de que es una guerra para hacerse escuchar.”
Pero mas allá de la retórica, Marcos sabe que las armas tienen un límite. “Nosotros no podemos engañarnos y repetir el error histórico de que es posible sostener un modelo económico, social, político, con la fuerza de las armas”, me dijo. Hay “gente que está de acuerdo con las causas del alzamiento, pero no está de acuerdo con el uso de estas armas”.
Los zapatistas nos hicieron ver lo que muchos no querían ver: Chiapas tiene los más altos niveles de desnutrición, analfabetismo y pobreza extrema de todo México. La tercera parte de la población, que es de origen indígena, sufre constantemente del racismo y la discriminación. Y el futuro educativo, médico, laboral- de un chiapaneco es mucho más negro e incierto que el de cualquier otro mexicano.
Las armas en un nuevo México democrático no son ser el mejor método para cambiar las paupérrimas e injustas condiciones de vida de los chiapanecos. El camino, me parece, está primero en la negociación de la paz y luego en la incorporación del movimiento zapatista a la incipiente vida democrática de México. Si esto ocurriera los zapatistas tendrían mucho que aportar, no solo al desarrollo económico, social y cultural de Chiapas, sino también al de otros estados mexicanos que sufren rezagos históricos similares.
Y esa posibilidad de que los zapatistas se conviertan en un movimiento o partido político- nunca ha sido descartada por Marcos. Al final de nuestro encuentro en el 96 le pregunté: “¿Y hasta cuando se va a quitar la máscara?”. Su respuesta fué, más bien, una propuesta: “Cuando podamos transformarnos en una fuerza política civil y pacífica, tanto las armas como los pasamontañas van a tener que desaparecer.”
Eso es lo que siempre ha querido Marcos. Y ahora que México es una verdadera democracia representantiva, llegó el momento de tomarle la palabra.
Posdata del no. No, no, no por ahora, le dijeron el mandatario norteamericano Bill Clinton y los candidatos presidenciales, George W. Bush y Al Gore, a la idea del presidente electo de México, Vicente Fox, de abrir la frontera entre ambos países. Era de esperarse; a los estadounidenses les aterra una reconquista mexicana. Pero la idea de Fox es a largo plazo y va en la dirección correcta. A menos que Estados Unidos y México negocien algún tipo de acuerdo migratorio continuarán las muertes en la frontera, continuarán los abusos a los inmigrantes mexicanos y, sobre todo, continuará el imparable flujo de indocumentados al norte. Abrir la frontera suena hoy tan ideal como hace unos años sonaba que la oposición ganará la presidencia de México. Y ya ven como son las cosas