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QUIEN GANO LA CUMBRE

Tenemos dos imágenes para escoger. Una es la de los miles de manifestantes que fueron reprimidos por la policía y que durante tres días bombardearon con piedras, ideas y protestas a los 34 mandatarios participantes en la tercera Cumbre de las Américas en Canadá. La otra imagen es la de esos mismos lídres, sonrientes, trajeados y encorbatados, tomándose una foto con la bella Quebec de fondo. La verdad, no se necesita ser periodista o trabajar en un medio de comunicación para comprender que, en cuanto a impacto y relaciones públicas, la Cumbre de las Américas fue ganada por los manifestantes.

Sí, es muy importante que todas las naciones del continente, con la excepción de Cuba, hayan reafirmado su compromiso de tener un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) para el año 2005. Pero lo que es patético y triste es que dicho compromiso se haya alcanzado a puertas cerradas, con 34 líderes escondidos de aquellos que tienen ideas distintas y que, tarde o temprano, sufrirán las consecuencias del ALCA.

No, no estoy en contra de los tratados de libre comercio. Son el reflejo más concreto de la globalización y, en general, son positivos; para muestra está el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) que en siete años ha contribuido al crecimiento económico de México, Estados Unidos y Canadá. Pero estoy en contra de tratar estos acuerdos comerciales como si fueran una varita mágica porque, lejos de crear una mayor equidad ecónomica y proteger al planeta, están abriendo la brecha entre ricos y pobres y chupándose el medio ambiente como coco en verano.

El capitalismo basado en la apertura de mercados es muy bueno para crear riqueza pero no para repartirla. Y los tratados de libre comercio tienden a reflejar la misma debilidad. Esa es precisamente una de las principales quejas de los manifestantes en Quebec.

El TLC, para seguir con el mismo ejemplo, no evitó que el expresidente priísta Ernesto Zedillo entregara el poder con más pobres de los que había recibido de la administración de Carlos Salinas de Gortari. Sí, es cierto, gracias al TLC el gobierno mexicano tiene más capacidad de maniobra ante una crisis y las finanzas públicas son más saludables. Pero ¿de qué le sirve eso a un campesino de oaxaca o a un trabajador michoacano o a un carpintero sinaloense que se está muriendo de hambre igual que sus padres y abuelos?

Hay tratados comerciales en todo el mundo –enumerarlos ocuparía, al menos, esta página completa- pero eso no ha hecho que el planeta sea un lugar más equitativo. El periodista Pico Iyer (basándose en datos de Naciones Unidas) acaba de descubrir lo que varios sospechaban; este es un mundo totalmente desequilibrado entre los que tienen mucho y los que no tienen nada. Iyer establece que las 358 personas más ricas del orbe tienen el mismo dinero que los 2,300,000,000 más pobres. Es decir, que estos 358 individuos tienen más (casas, dinero, recursos…) que una tercera parte de la humanidad. Cada uno de ellos podría mantener tranquilamente a 6,424,581 personas.

Por eso, si efectivamente se negocia un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que entraría en efecto dentro de cuatro años es preciso que se incluyan cláusulas que protejan 1) a los trabajadores que inevitablemente quedan desempleados en el proceso, 2) a los inmigrantes indocumentados o desplazados que ya viven en Estados Unidos, Argentina y Venezuela (para citar sólo a algunos) y que contribuyen con miles de millones de dólares a todas las economías del resto del continente, 3) al medio ambiente y 4) a los pobres, que son la mayoría de los 800 millones de habitantes del continente americano.

América Latina sigue siendo la zona con la peor distribución de ingresos del mundo, incluyendo Africa. Sabemos perfectamente que el TLC ha fracasado garrafalmente en enfrentar el tema de la migración indocumentada y en reducir los niveles de pobreza y contaminación ambiental. El ALCA no debe nacer torcido, como el tullido TLC.

Lo más grave de todo, me parece, no es que el énfasis del ALCA esté en el comercio y no en combatir la pobreza, el desempleo y proteger el medio ambiente; no, lo más grave de todo es que los líderes que lo están negociando y que participaron en la reunión cumbre de Quebec parece que no están escuchando las voces que disienten. Si las hubieran escuchado, se habrían ahorrado millones de devaluados dólares canadienses que se gastaron en el dispositivo de seguridad contra manifestantes.

Si la Cumbre de las Américas es una celebración de la democracia –por eso no invitaron al dictador Castro- es una absoluta incongruencia que los 34 mandatarios se encierren en una Quebec sitiada y tomen decisiones de corte autoritario. “Aquí está el Tratado y ahora háganse bolas”, parece ser su mensaje.

Pues no. Es de suma importancia que los trabajadores, los inmigrantes y los defensores del medio ambiente y de los derechos humanos tengan su silla en la mesa de negociaciones del ALCA. Y mientras no se las den, continuarán las protestas en cada reunión internacional de importancia y los manifestantes seguirán ganando la batalla de las relaciones públicas.

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