San Antonio, Texas
Vi a Frida y me gustó. Mucho. Creo que la película dice tanto de la revolucionaria pintora mexicana como de la actriz que la interpreta. Y para que no haya malentendidos, antes de seguir, déjenme aclarar una cosa: no conozco a Salma Hayek, nunca la he visto, nunca he hablado por teléfono con ella y ni siquiera hemos intercambiado un e-mail. Pero su película me gustó.
A partir de ahora, aquí en Estados Unidos, será difícil hablar de Frida Kahlo sin pensar en Salma. Así son las cosas, aunque le duela a muchos. No únicamente porque Salma logró un extraordinario parecido físico con la artista nacida en 1907, sino también porque la actriz veracruzana le ganó la batalla a Madonna y a Jennifer Lopez para llevar a cabo el complicadísimo proyecto. Y eso no es cosa fácil.
Salma consiguió que Miramax, un división de la corporación Disney, produjera la película, convenció a su novio -Edward Norton- y a sus amigos -Antonio Banderas, Ashley Judd y Geoffrey Rush- a participar sin recibir un cheque millonario y escogió a la reconocida Julie Taymor para dirigir la cinta. Nadie pudo hacer lo que Salma hizo. Nadie.
Si los aplausos que escuché después de la película y las buenas críticas que, en general, ha recibido Frida en la prensa norteamericana son una señal, este film hizo lo que, para muchos, parecía imposible en Estados Unidos: es decir, atraer la atención a una pintora con ideas comunistas, experiencias bisexuales y un cuerpo destrozado por un accidente contra un tranvía. Y esto se obtuvo gracias al esfuerzo, dedicación y voluntad de Salma. Pero aquí termina el sueño de Hollywood.
Lo que nunca me imaginé fue la dureza con que la película sería recibida en México y la frialdad con que Salma ha sido tratada allá. Es cierto, Salma no parece ser una mujer fácil. Algunos periodistas que conozco se han quejado de su trato distante y, quizás, hasta arrogante. Otros dicen que se le ha subido la fama a la cabeza. Pocos le perdonan el protagonismo -compartido con Thalía- durante el sepelio de María Félix. Pero lo menos que se puede hacer es reconocer que esta artista, que dejó el cómodo mundo de las telenovelas en México, conquistó Hollywood en poco más de una década a punta de trabajo, ingenio y perseverancia.
La crítica principal que he escuchado y leído en México contra la película es que trivializa la vida de Frida Kahlo. Pero se equivocan quienes querían ver en la cinta un documental o un video biográfico. No lo es. Frida es, solo, una película y nada más. Y como tal cuenta, únicamente, con dos horas para mostrar una vida. ¿Que tiene imprecisiones históricas? Las tiene. ¿Que simplifica la riquísima vida cultural del México posrevolucionario? Tal vez. ¿Que es una película agringada? Bueno, fue hecha fundamentalmente para un público estadounidense. Sin embargo, el colmo es molestarse porque el personaje de Frida habla en inglés y come enchiladas de desayuno. Es como si a algunos les ardiera que Salma haya internacionalizado la figura de Frida.
Primero lo obvio: toda película es ficción. Jamás sabremos, por ejemplo, qué se decían Frida y Diego Rivera en la intimidad ni cómo se tejió el affair con Leon Trotsky. Pero la película nos da una buena idea, al igual que pinta con colorido una de las etapas más interesantes de la historia de México. Y lo más importante es que resalta la figura de Frida Kahlo, cuya obra es casi desconocida fuera de los círculos artísticos e intelectuales.
Gracias a la película, la casa de Frida en Coyoacán tiene muchos más visitantes. Y, de pronto, quien murió en 1954 está hoy de moda: una amiga estadounidense me acaba de regalar un libro con el diario de Frida, en inglés y repleto de sus dibujos, con un extraordinario prólogo de Carlos Fuentes. Esta es la mejor promoción que ha recibido la obra de la Kahlo luego, claro, del empujón que le diera el propio Diego Rivera.
El periódico The New York Times califico como “un espectáculo brillante” la obra de Salma. “Me encantó”, dijo el famoso crítico de cine Roger Ebert. Entonces ¿por qué la película ha sido tan bien recibida en Estados Unidos y tan mal en México? Para entender eso hay que rascar un poco en la sicología del mexicano. En México existe -y aquí sí hablo en primera persona- un cierto resentimiento hacia aquellos que alguna vez decidimos irnos a vivir a otro país. “¿Por qué te fuiste?” Nos preguntan con frecuencia a los más de 10 millones de mexicanos, nacidos en México, que vivimos en Estados Unidos. Y no faltan quienes nos consideren “traidores” por habernos ido a buscar mejores oportunidades -económicas, artísticas, profesionales- al norte.
Este resentimiento a la mexicana va más allá del lugar común de que nadie es profeta en su tierra. Lo verdaderamente imperdonable es tener éxito en el exterior. Dejar México, y que te haya ido bien en el extranjero, inevitablemente cuestiona a los que pronosticaron un fracaso o no se atrevieron a irse. Ese rechazo o sospecha por haberse ido del país -y no necesariamente los fallos o logros de su película- es lo que varios le echan en cara a Salma. Ella se fue de la ciudad de México a Los Angeles en 1991. No es ni será la primera mexicana en el exterior a quien la critiquen por irse.
Cuando leo los comentarios sobre Frida en las revistas y periódicos capitalinos y escucho los zarpazos en la radio y televisión mexicana, resaltan entre líneas otros factores que no tienen nada que ver con la película o con la protagonista. Por último, yo sé que Salma Hayek no necesita que la defiendan. Ella puede solita. Pero no me podía quedar callado después de ver a su Frida: Salma pudo hacer lo que otros ni siquiera intentaron.