Campamentos Doha y Arefjan en Kuwait.
Mas de 30 mil soldados de origen latino están peleando en la guerra. Y en mis tareas como corresponsal encontré a muchos soldados hispanos tanto en el frente de batalla en el sur de Irak como en los campamentos militares de Estados Unidos en Doha y Arefjan. Ambos campamentos están en Kuwait cerca de la zona de combate.
Me ha llamado mucho la atención lo fácil que es encontrar a combatientes que hablen español en la guerra. Otra, tan sorprendente, que hay muchos soldados nacidos en América Latina que no son ciudadanos estadounidenses. Ellos, sin embargo, están dispuestos a dar su vida por Estados Unidos si fuera necesario. Recuerdo, en particualr, dos casos: el de Diana Gonzalez y el de Cindy Segovia.
Diana Gonzalez, de solo 19 años de edad, decidió meterse al ejército norteamericano -al igual que su hermana- tras los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. Conocí a Diana en el hospital del campamento del ejército norteamericano en Arefjan, muy cerca de la frontera con Arabia Saudita. Sus enormes y expresivos ojos le ayudan mucho en una labor que, a veces, parece imposible. A pesar de no ser sicologa, la responsabilidad de Diana es conversar con los soldados heridos que vienen del frente de batalla. Unos han perdido a un compañero en el frente de fuerra. Otros se han quedado sin un brazo o una pierna. Todos traen clavadas en su mente las esquirlas de la guerra.
Cuando conversé con Diana estaba aterrada de morir en un ataque químico o bacteriológico. Las amenazas de Saddam Hussein de que las madres de los soldados norteamericanos llorarían “lagrimas de sangre” la asustaron mucho. Desde luego que el régimen de Saddam ya terminó pero todavía no se separa de su uniforme protector ni de su máscara antigas.
“Yo soy criada en California desde que tenía dos años”, me dijo. “Soy mexicana pero soy americanizada; tengo mi residencia pero nada más.” Diana pudo haber nacido en Jalisco, Mexico, pero conoce como pocos el corazón de los soldados norteamericanos.
Cindy Segovia, de 26 años, nació en Monterrey, Mexico. Cindy había iniciado el proceso para convertirse en ciudadana norteamericana cuando la enviaron a pelear a Kosovo hace unos dos años. Al regresar de Kosovo reinició el papeleo para obtener la ciudadanía estadounidense pero tuvo que detenerlo todo, por una segunda ocasion, debido a que la mandaron a Kuwait. “¿Qué hace que una mujer mexicana luche por Estados Unidos?” le pregunté. “Yo pienso que soy americana porque he vivido en Estados Unidos toda mi vida”, me contestó antes que hiciera la siguiente aclaración: “Soy mexicana y me siento mexicana, pero tambien soy americana.” “¿Estás dispuesta a dar tu vida por (Estados Unidos)?” insistí. “Sí, claro”, respondió sin parpedear y sin dudarlo.
A pesar de casos como el de Diana y el de Cindy, la mayoría de los soldados latinos que luchan en Irak sí son ciudadanos norteamericanos. El sargento Rafael Fernandez, nacido y criado en Cuba, y está orgulloso de ser un infante de marina de Estados Unidos. Cuando hablé con él, se recuperaba en Kuwait de un accidente en el que una pesada ametralladora le cayó en el pie derecho y le partió en cuatro uno de sus dedos. Es irónico que esto lo hubiera sacado del frente de guerra en Irak después de haber peleado en por lo menos tres batallas dentro de Irak.
“¿Alguna vez pensaste en que estabas a punto de morir?” tuve que preguntarle al sargento Fernandez. “Siempre”, me dijo. “No sabes lo que va a pasar en la guerra”. Contrario a lo que pensaba antes de llegar a Irak, la mayoría de los soldados a quienes entrevisté me confesaron tener miedo a la guerra y a morir. La diferencia entre ellos y el resto de los mortales es que los soldados, en un momento dado, superan ese miedo y están entrenados para sobrevivir.
No es ningún secreto que muchos latinos deciden entrar al ejercito de Estados Unidos, no por el deseo de entrar en combate, sino por las oportunidades educativas y escolares que surgen al ingresar. Antes del once de septiembre del 2001, el riesgo de ir a una guerra con el ejército de Estados Unidos era relativamente pequeño. Pero ahora que el presidente Bush ha establecido como prioridad la guerra contra el terrorismo y la lucha contra las naciones del “eje del mal” -Irak, Iran y Corea del Norte- las posibilidades de ir al frente de batalla se han multiplicado.
El comandante Mario Reyna, nacido en Coahuila y nacionalizado estadounidense en 1987, ha visto un constante aumento de latinos ingresando a la armada, a la marina o a la fuerza aerea. “Hoy en día hay muchas oportunidades para los latinos para sobresalir en el ejército”, me dijo con un cierto sentido de orgullo. “Buscan mejorar sus vidas; muchos entran para obtener dinero para luego ir a la universidad a estudiar.”
Los padres del sargento José López nacieron en los estados mexicanos de Durango y Nuevo Laredo. “Nací americano pero mi corazón es de México” me comentó.
José López entró a las fuerzas armadas “primero para ir a la escuela, pero me he quedado por orgullo; me gusta mucho el ejército.” “¿Es difícil ser latino en el ejército?” le pregunté en Kuwait. “No”, me dijo, “la mayoría del ejército es latino como yo.” Bueno, no exactamente; solo un diez por ciento lo es. Pero es fácil comprender por qué
lo siente así. Si José no hubiera entrado al ejercito noteamericano nunca habría terminado sus estudios.
La alternativa para Manuel León, nacido en Los Angeles y de padres mexicanos, era mucho mas clara: el ejército o las pandillas. “Me crié en las calles de Los Angeles y no estaba bien”, me dijo en el campamento Doha, al noroeste de Kuwait. “Entré (al ejército) para cambiar mi vida y es mejor de lo que yo pensaba.”
Hay, sin embargo, latinos que tienen otro tipo de razones para ingresar al ejército. “Estados Unidos ha proveído mucho por nosotros”, me dijo José Fernandez, quien llegó de niño a Estados Unidos proveniente de México. Para el sargento Fernandez ingresar al ejército “es una forma de agradecer a Estados Unidos la forma en que nos ha ayudado.”
Los soldados hispanos no son distintos a otros hispanos que se identifican, primero, con su país de origen. “Tú qué te consideras”, le pregunté a Araceli Renderos, “¿salvadoreña o americana?” “Salvadoreña”, me dijo, “me hice ciudadana (norteamericana) ya, pero de todas maneras yo soy salvadoreña.” Lo mismo ocurre con Armando Urriola. “Desde pequeño tuve una gran admiración por el ejército de Estados Unidos”, me comentó. Pero al preguntarle qué se sentía, dijo “panameno” sin titubear.
Otros soldados tienen sus lealtades divididas. Mauricio Montalvo nació en Barranquilla, Colombia y pudo haber ingresado a dos ejécitos: al colombiano o al norteamericano. Decidió por éste último porque “los beneficios son mucho mejores.” Pero al pedirle que se definiera se quedó en la cuerda floja: “Me siento colombiano y estadounidense, las dos cosas.”
El chief Pedro Echeverría, de El Paso, Texas, y casado con una mexicana de Ciudad Juarez tiene el mismo dilema que el soldado Montalvo. Al preguntarle con qué país se identifica dijo: “Me siento de los dos”. De México y de Estados Unidos.
Está claro que en el ejército norteamericano hay miles de soldados nacidos en el exterior o de padres extranjeros que están arriesgando su vida por Estados Unidos. Basta mencionar el caso del soldado latino Edgar Hernández de Mission, Texas -quien estuvo como prisionero de guerra de los iraquíes por un par de semanas- y que fue rescatado recientemente junto a otros seis soldados estadounidenses. Ojalá que el mismo reconocimiento que estos soldados hispanos están obteniendo en tiempos de guerra se pueda extender, para ellos, sus familias y otros inmigrantes como ellos, en tiempos de paz. Inshala.
Ya es hora.