El gobierno del presidente George W. Bush tiene que resolver un grave problema de credibilidad. Dijo una cosa y ocurrió otra. Dijo que Irak tenía armas de destrucción masiva antes de la guerra pero su propio jefe de inspectores, David Kay, aseguró que eso no era cierto. Dijo que Saddam Hussein estaba buscando uranio para fabricar armas nucleares pero luego funcionarios de la administración Bush reconocieron que la información estaba equivocada. Dijo que había una posible vinculación de los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 con el gobierno de Saddam Hussein pero dicha vinculación nunca se ha podido probar. Dijo que Irak era una “amenaza inminente” para los norteamericanos pero nunca se pudo demostrar que Saddam Hussein pensaba atacar a Estados Unidos; el mismo director de la CIA, George Tenet, fue obligado a reconocer hace unos días que nunca existió esa “amenaza inminente” por parte de Irak.
El argumento central del gobierno de Bush para ir a la guerra era que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Pero ahora resulta que los servicios de inteligencia que recopilaron dicha información no eran tan inteligentes como muchos suponían. “Todos nos equivocamos”, concluyó David Kay antes de renunciar a su puesto. Y luego, en una entrevista con el diario The New York Times, dijo que “él personalmente estaba convencido que no había grandes cantidades de nuevas armas de destrucción masiva (en Irak); no encontramos ni a la gente ni los documentos ni las plantas donde supuestamente se estaban produciendo estas armas.” Hasta el momento, todo parece indicar que la guerra se inició con información incompleta y, quizás, falsa.
David Kay cree que a mediados de los años 90 Saddam Hussein fue deshaciéndose de las armas de destrucción masiva que había utilizado contra sus enemigos y contra la minoría kurda. Eso mismo es lo que dijeron los inspectores de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ANTES de la guerra. Por eso el consejo de seguridad de la ONU no apoyó la guerra. Por eso países como Alemania, Francia, Chile y México se opusieron a la invasión de Irak.
Aún no está muy claro por qué el gobierno norteamericano quiso atacar a Irak. La guerra contra los talibanes en Afganistán, en cambio, es muy fácil de entender. Ellos ayudaron y protegieron a la organización Al Kaeda, responsable de los actos terroristas del 9/11. De los 19 terroristas, 16 eran de Arabia Saudita. Pero ninguno era de Irak. Entonces ¿por qué se ataca a Irak?
Irak era, para Estados Unidos, el enemigo perfecto en el momento político en que más lo necesitaba. Había violado una multitud de resoluciones de la ONU, no aceptaba nuevas inspecciones de armas y era una verdadera amenaza para sus vecinos. Además –y esto es importante- había un factor personal que complicaba las cosas. ¿Pudo el actual presidente Bush haber tomado la decisión de atacar a Irak sin considerar que Saddam Hussein había tratado de matar a su propio padre durante una visita a Kuwait en 1993? Después del 9/11 Bush estaba muy presionado para hacer algo que demostrara su compromiso en la guerra contra el terrorismo y Saddam Hussein cayó perfectamente dentro de sus planes.
Entonces ¿la guerra contra Irak fue en vano? “Hicimos lo correcto”, ha insistido varias veces el presidente George W. Bush. Nadie le cuestiona que Irak y el mundo están mejor sin un brutal dictador como Saddam Hussein. También estaríamos mejor sin Fidel Castro, sin el norcoreano Kim Jong-Il y sin los clérigos fundamentalistas que gobiernan Irán. Pero el punto es que las razones por las que se comenzó la guerra contra Irak –las armas de destrucción masiva- no se han materializado. El mismo secretario de Estado, Colin Powell, le dijo al diario The Washington Post que él posiblemente no hubiera apoyado la guerra contra Irak si hubiera sabido que ahí no había armas de destrucción masiva. Las declaraciones de Powell, desde luego, han contrariado a la Casa Blanca.
Pero ¿cómo se le explica, entonces, a los padres de los 530 soldados norteamericanos que han muerto en Irak que su hijo o hija dieron la vida por algo que no existe? ¿Cómo se justifica la muerte de unos diez mil iraquíes que, según cálculos extraoficiales, perdieron la vida durante los bombardeos?
El presidente Bush ha pedido la creación de una comisión bipartidista que investigue por qué la información que recibió antes de la guerra no era correcta. La pregunta es si la información que recibió la administración Bush respecto a Irak era incompleta o si los reportes de inteligencia fueron manipulados por los políticos para justificar la guerra. La respuesta, desafortunadamente, no la tendremos hasta el 2005, mucho después de las elecciones presidenciales del 2 de noviembre.
La política, como el periodismo, es una cuestión de credibilidad. Si la gente no le cree a un presidente, a un reportero, a un columnista, a un funcionario público o a un candidato, de nada sirve su trabajo. El político (como el periodista) depende de que su palabra se crea. Y Bush lo sabe. Su gobierno –al igual que el de Tony Blair en Gran Bretaña- está ahora en la imposible posición de tener que demostrar que sí hay armas de destrucción masiva en Irak o de reconocer públicamente que la guerra contra Irak se inició por las razones equivocadas. Como lo sugirió la revista Newsweek, si no se resuelve este problema de credibilidad, la próxima vez que el presidente o sus funcionarios vayan ante la comunidad internacional para buscar apoyo en otra guerra ¿quién les va a creer?
En este asunto todos nos equivocamos. Se equivocó el gobierno norteamericano al irse a la guerra con información falsa, errónea o manipulada, se equivocó Saddam al pensar que nunca sería atacado y nos equivocamos los periodistas por no haber cuestionado más y exigido pruebas contundentes, irrefutables, a los líderes de Estados Unidos y Gran Bretaña antes de la guerra. Ahora ya es demasiado tarde.