Coral Gables, Florida.
Tony Saca no es un político convencional. Acaba de cumplir 39 años de edad, dejó el periodismo deportivo por la política, tiene 70 por ciento de aprobación en sus primeros seis meses como presidente de El Salvador, salió bailando en un programa de televisión, y le incomodan los desplantes de poder y los gestos de arrogancia que son tan frecuentes entre sus colegas latinoamericanos.
Cuando entró recientemente al restaurante francés Palm D’Or del señorial hotel Biltmore, muy pocos de los invitados a una comida con él se dieron cuenta. No es muy alto –apenas pasa del metro con 60 centímetros- y sus discretísimos guardaespaldas, en lugar de abrirle el paso, se quedado (por instrucciones de él) en la puerta.
“Cada rato estoy rompiendo el protocolo”, me dijo, envolviendo la frase con una franca sonrisa. El personalmente se fue presentando con la veintena de políticos, periodistas y empresarios que lo esperaban en el salón y en menos de 10 minutos ya dominaba la conversación.
Tony Saca es el presidente de 6 millones de salvadoreños que viven en El Salvador y de dos y medio millones de salvadoreños que viven en Estados Unidos. No es extraño, por lo tanto, que en medio año ya haya visitado Estados Unidos en cuatro ocasiones.
El Salvador vive, en buena parte, de los cerca de 3 mil millones de dólares que recibe en remesas desde norteamérica. Tony Saca, cuando era un niño, pudo seguir estudiando gracias al dinero que enviaba su hermano Ricardo desde Los Angeles. Pero ningún país puede depender de las remesas como motor de su desarrollo. Y eso lo sabe el presidente Saca.
Por eso está empujando fuerte por la aprobación del CAFTA, el tratado de libre comercio de Estados Unidos con El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y República Dominicana. El congreso salvadoreño lo pudiera ratificar antes de fin de año y los otros países, junto a Estados Unidos, a principios del 2005.
“Al final de cuentras esto se traduce en una sola palabra: empleo”, me comentó en un breve entrevista, al final de la comida. “A mediado plazo el tratado de libre comercio va a generar una buena cantidad de empleo para tener a una población medianamente satisfecha…algunos hablan de 250 mil empleos o hasta 500 mil empleos (solo en El Salvador).”
Al igual que el resto de América Latina, los principales problemas de El Salvador son la alta criminalidad (particularmente por las maras o pandillas), la falta de empleos y la pobreza. El presidente Saca me asegura que en los últimos cuatro gobiernos de Arena, su partido, se ha reducido en 20 por ciento la pobreza extrema y que su gobierno, bajo la política de “super mano dura”, ha capturado a más de tres mil pandilleros o “mareros.”
Pero aún así, la mayoría de los salvadoreños son pobres, no tienen empleos bien remunerados, le temen al crimen y, muchos de ellos, buscan emigrar al norte.
“¿Es realista la propuesta del presidente George W. Bush de crear un programa de trabajadores temporales (que más tarde tendrían que regresar a su país de origen)?” le pregunté a Saca. “Yo creo que es una buena iniciativa del presidente Bush”, me contestó. “(Hay que) ponerle atención a este o a cualquier otro programa migratorio que nos permita legalizar a la gente que están paradas por el TPS, que son casi 300 mil salvadoreños.” El TPS es un programa de residencia temporal en Estados Unidos que beneficia, fundamentalmente, a centroamericanos que huyeron de la guerra en su país.
El apoyo de Saca a Bush en asuntos migratorios se extiende también a cuestiones militares. El Salvador es el único país latinoamericano que ha mantenido a sus tropas en Irak; actualmente ahí se encuentras 380 soldados. República Dominicana, Honduras y Nicaragua ya retiraron de Irak a todos sus soldados.
“¿Cómo justifica la presencia de soldados salvadoreños en Irak cuando no se han encontrado ahí armas de destrucción masiva?”, lo cuestioné. “El Salvador sufrió de terrorismo y El Salvador fue apoyado por la comunidad internacional en momentos difíciles,” me dijo a manera de explicación, pero sin referirse a la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak. “Nosotros hemos sido muy consecuentes con nuestra política de apoyo a este tipo de misiones…¿Es conveniente retirarse de Irak cuando todavía no se ha terminado el objetivo, que era la pacificación? Yo creo que no. Tenemos que terminar. Y por supuesto que es un riesgo para nuestros soldados, sus familias y para todos.”
“¿Hay peligro de ataques terroristas en El Salvador?” insistí. “Ya sufrimos amenazas”, reconoció el presidente. “Estamos tomando todas las medidas con el consejo de seguridad nacional para evitar una sorpresa en ese sentido.”
La política exterior de El Salvador, más allá del tema de Irak, es única en el mundo, según me explicaron en una rápida lección sus dos principales protagonistas: el canciller Francisco Laines, de solo 43 años, y el embajador salvadoreño en Washington, René León. El Salvador no tiene relaciones diplomáticas con la dictadura de Cuba ni con la de China. En cambio, El Salvador es parte de una treintena de naciones que reconoce a Taiwan como país independiente y, junto a Costa Rica, son los únicos dos países que aceptan a Jerusalem como la capital oficial de Israel.
Si el candidato del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, Shafik Handa, le hubiera ganado las pasadas elecciones presidenciales –continuando con una serie de victorias de la izquierda en América Latina- la política exterior de El Salvador se habría dado un vuelco enorme.Pero Saca, de origen palestino,le ganó fácilmente a Shafik.
Saca se describe a sí mismo como un “político nuevo”. “¿Y que es eso?” le pregunté. “Si me hubieras entrevistado hace siete años, te hubiera dicho que no soy político”, me contestó. “Pero en el mundo actual de la política, Jorge, hay sorpresas…Los políticos nuevos somos aquellos que siempre hemos estado interesados en la política pero que nunca nos habíamos lanzado. Nos cansamos de dar vuelta alrededor de la piscina y nos tiramos a la piscina. Y todo lo que hemos criticado, hoy nos toca demostrar que podemos cambiar.”
Suena muy bien y aún tiene cuatro años y medio por delante para demostrarlo. Pero aquí hay una señal de advertencia. El último presidente latinoamericano que
bailó por televisión, y quien también venía del sector empresarial, fue Hipólito Mejía. Desafortunadmanete el expresidente de República Dominicana dejó el poder en desgracia y con su imagen pública muy golpeada, además de entregar un país endeudado y en crisis económica. Pocos lo recuerdan con cariño.
Eso es lo que Saca debe evitar a toda costa. Aunque ya tiene varias ventajas. Saca es más jóven que Hipólito, habla menos, baila mejor, trabaja mucho y quiere mantenerse en forma. ¿Cómo lo sé? Porque no quiso comerse el postre. Y eso sí me consta.