Ciudad de Mexico>/h2>
“Estas son las mañanitas, que cantaba el rey David…” Eran casi las 12 de la noche y miles de personas reunidas frente al edificio del Partido Acción Nacional (PAN) le estaban cantando las mañanitas a Vicente Fox. Ese domingo había cumplido 58 años. Pero la tradicional canción parecía más apropiada para el país; ese mismo día, Fox se había convertido en el primer candidato de la oposición en la historia de México en ganar unas elecciones presidenciales.
“Me siento a toda maquina”, le gritó Fox a sus simpatizantes. Así quedaron enterrados 71 años del ferreo y corrompido control del Partido Revolucionario Institucional (PRI) sobre la presidencia. Por fin llegaba la democracia a México.
Hasta el dos de julio, México tuvo una democracia a medias. La alternancia en el poder se había dado desde los municipios hasta las gubernaturas, pero nunca en la presidencia. Fox y millones de mexicanos lograron ese cambio.
El truco estuvo en quitarle al gobierno la posibilidad de organizar y de contar los votos. Con fraudes, mentiras y trampas, el PRI se amarró a la silla presidencial por siete décadas. Pero fueron los mexicanos a traves del Instituto Federal Electoral (IFE) quienes desamarraron el nudo de las constantes manipulaciones priistas.
El país que amaneció tras las elecciones del dos de julio es un México nuevo, un México plural, un México en que ya no se vale eternizarse en el poder. Esto no quiere decir que los problemas se resolverán de la noche a la mañana. El México después del dos de julio no es, tampoco, el paraíso. De hecho, las expectativas respecto a Vicente Fox son tan grandes que es inevitable que el primer presidente de oposición en la historia de México decepcione a muchos. Pero por fin los mexicanos nos deshicimos del embrujo del PRI. Lo menos que puede ocurrir es que el cambio de partido en la presidencia genere una transformació en el viciado estilo de la vida política de México. Y eso ya es bastante.
Irónicamente, esto fue posible gracias a un presidente priísta. Ernesto Zedillo se ha convertido en una especie de Gorbachev mexicano. Gorbachev ayudó a democratizar a la antigua Unión Sovietica pero, sin quererlo, acabó con su partido, el partido comunista. De la misma manera, la participación de Zedillo fue fundamental para que México diera el brinco a la verdadera democracia; se cortó el dedo y dejó que otros organizaran las elecciones. Y al hacerlo acabó con el poder de su propio partido que, aparentemente, no sabía ganar sin trampas. Sin querer queriendo, Zedillo desmoronó al PRI.
Otra de las lecciones para destacar del pasado dos de julio es que no se podía confiar en las encuestas en México. La mayoría de ellas, antes de las elecciones, daba como ganador al candidato priísta Francisco Labastida por un pequeño margen o lo situaba en un empate técnico con Fox. Pero cuando los mexicanos se dieron cuenta que podían confiar en el sistema electoral y se convencieron que su voto efectivamente iba a contar le dieron una patada el PRI.
Los mexicanos del 2000 fueron como los nicaragüenses de 1990; guardaron celosamente su voto y, al sacarlo, dieron la sorpresa. Así cayeron los sandinistas en Nicaragua y así cayó el PRI en México.
Al final, Octavio Paz tenía razón cuando describió el caracter de los mexicanos (en su libro El Laberinto de la Soledad”) así: “máscara el rostro, máscara la sonrisa”. Es decir, durante todo este proceso electoral, millones de mexicanos se dejaron la máscara puesta y escondieron sus verdaderas intenciones a los encuestadores. Y luego se volcaron a las urnas para decir: basta ya del PRI.
“!Estamos tan orgullosos de lo que hicimos éste domingo!”, me dijo ésta mañana una señora a quien no conocía pero que alegre, valientemente, votó por la oposición. Y esa es la actitud que demuestra una buena parte de la población: millones de mexicanos se sienten responsables del cambio. Sobre todo, desde luego, los que pudieron votar contra el PRI. Pero, sorprendentemente, muchos de los 18 millones de mexicanos que viven fuera de México –he hablado con varios en las últimas horas- se perciben también como partícipes de ese cambio: no los dejaron votar el domingo pero, después de todo, por décadas han enviado una señal de alarma de que las cosas no funcionaban bien en México.
Personalmente siento que el triunfo de la oposición –Fox a nivel nacional y el perredista Andrés Manuel Lopez Obrador en la ciudad de México- me quita un enorme peso de encima. Hace poco crucé los 40 y muchas veces dudé de que pudiera ser testigo de éste cambio. Como a muchos, el fantasma del PRI invencible me perseguía. Pero ese mito quedó hecho trizas el dos de julio.
Ahora puedo ver hacia el pasado con más calma y hacia el futuro de México con esperanza.