Houston, Texas
Ya quisieran los políticos y candidatos presidenciales de cualquier otra parte del mundo tener los problemas que tienen Al Gore y George W. Bush. Mientras que el demócrata Gore y el republicano Bush discuten qué hacer con el dinero que le sobra a los Estados Unidos, el resto del planeta se debate en cómo sobrevivir y darle de comer a todos sus habitantes. Es decir, Estados Unidos está a punto de tener unas elecciones de país rico. Es el único que yo conozco al que le sobra el dinero.
¿Y cuánto le sobra? Un montón. Más bien, una montaña de dinero. Para ser más específicos, se calcula que en los próximos cuatro años van a sobrar 4,600,000,000,000 de dólares de su presupuesto. (4.6 trillion dollars, le dicen en inglés o 4 billones 600 mil millones de dólares, en español). O sea, que después que Estados Unidos se gaste todo lo que necesita para su gobierno, su ejército, sus programas sociales, su ayuda al exterior y los extras, aun le quedarían unos 16,727 dólares para cada uno de sus 275 millones de habitantes.
No los quiero marear con las cifras ni ponerlos rojo de la envidia, pero sólo piense lo que usted podría hacer con un chequecito al portador por 16,727 dólares. Y así están ambos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos; como niños en juguetería. No saben qué hacer con tanto dinero. Este es un problema que sólo tienen los candidatos ricos.
Ahora bien, los norteamericanos están en un dilema. No saben por quién votar en las elecciones de éste martes siete de noviembre. Han chocado las fuerzas que piden un cambio con las que prefieren el status quo. Y el equilibrio es de malabarista.
Los que quieren un cambio, desde luego, votarán por el gobernador de Texas, George W. Bush. El, siguiendo, la filosofía del Partido Republicano ha propuesto un enorme recorte de impuestos en los próximos cuatro años. Y al mismo tiempo -explotando el escándalo sexual que involucró al presidente Bill Clinton con Mónica Lewinsky- Bush está enviando el mensaje de que hay que regresar el honor a la Casa Blanca.
Los que prefieren las cosas tal y como están votarán por el vicepresidente Al Gore. Estados Unidos ha vivido el mayor período de expansión económica desde la segunda guerra mundial, su tasa de desempleo no llega al cuatro por ciento, sus multimillonarios se han reproducido como conejos y es, como si fuera poco, la única superpotencia militar. Pero a pesar de ésto, Gore no quiere recortar los impuestos. El propone utilizar el dinero que sobra del presupuesto (o surplus) en programas sociales, como el fondo de retiro para los estadounidenses (social security) y el de ayuda médica (medicare).
El dilema, como ven, está canijo. ¿Qué conviene más? ¿Recortar los impuestos o pagar la deuda gubernamental e invertir en programa para los más necesitados? ¿Cómo se beneficiará más la sociedad estadounidense?
Las encuestas no nos han servido para mucho. A veces ponen a Al Gore por arriba y otras hacen lo mismo con George W. Bush. El margen de error siempre los vuelve a emparejar. Así que habrá que esperar hasta que cierren las urnas para ver quién será el primer presidente estadounidense del siglo 21. Estados Unidos, para ser franco, no se encuentra en ninguna encrucijada histórica. Nada urgente tiene que resolver. La hegemonía política y económica de los Estados Unidos no está en juego. Está garantizada por ahora. Los estadounidenses sólo tienen que escoger entre dos estilos muy distintos de gobernar.
He tenido la oportunidad de entrevistar a los dos candidatos (a Bush y a Gore) y no podían ser mas diferentes. Temo reportar que ambos responden a los estereotipos que de ellos ha dibujado la prensa.
Al Gore fue frío, distante, casi aburrido. Todas sus frases fueron pensadas y calculadas. Tiene un estilo de gobernar hands on, es decir, conoce hasta los detalles más íntimos de la leyes federales y de los presupuestos de cada secretaría. Y, es cierto, parece que tiene propensión a exagerar. Ya es famosa la anécdota en que él dijo haber inventado la internet. Salir a cenar con el sería tan divertido como una cita con el contador. Pero no queda la menor duda que es capaz y sabe lo que hace. George W. Bush es cálido en su trato, se ríe fácilmente y no parece hacer cálculos políticos inmediatos de cada cosa que dice. Tiene un estilo de gobernar hands off; él delega el día a día a sus subalternos pero toma siempre las decisiones importantes y marca la dirección. Es verdad que no conoce a fondo muchos temas. Un reportero lo sorprendió sin saber los nombres de los primeros ministros de la India y Paquistán. Y aunque ya no toma ni una gota de alcohol, una cena con él sería como una invitación a confesarse ante un buen amigo. Pero muchos, hay que reconocerlo, no quisieran a su mejor amigo dirigiendo la Casa Blanca.
¿Cuál de éstos dos es mejor para los Estados Unidos? El país, en realidad, no está muy entusiasmado con sus opciones. En 1996 sólo 42 de cada 100 estadounidenses fueron a votar y es probable que el abstencionismo en éste año sea tan alto o más.
Por ésto, ya hay quienes han empezado a extrañar a Bill Clinton. Sí, ha sido uno de los presidentes más humanamente vulnerables que ha tenido Estados Unidos, pero siempre fue interesante; se levantó del suelo en inumerables ocasiones y nunca ha dejado de pelear por su lugar en la historia. Cualquiera que éste sea.
Y quién lo reemplace -Al Gore o George W. Bush- será escogido, no por su talla de estadista, sino por haber convencido al pueblo norteamericano de que él sí sabe qué hacer con tanto billete. Repito. En cualquier otra parte del mundo estarían babeando de la envidia por tener problemas como éste.