Miami, Florida.
La televisión tiene la posibilidad de distorsionar la realidad de tal manera que pudiera darnos la impresión de que la destrucción causada por los huracanes Rita y Katrina es mucho mayor de lo que es. No se trata, desde luego, de quitarle importancia a los enormes daños causados y a la gran pérdida de vidas. Pero de lo que quiero hablar aquí es de como la televisión no siempre es la mejor fuente para saber qué es lo que está ocurriendo.
Cuando los reporteros de televisión trabajan bien, dan información correcta a tiempo y salvan vidas; cuando lo hacen mal, crean pánico, abusan del momento de crisis para tratar de sobresalir y aumentar sus ratings.
Tanto Rita como Katrina pasaron muy cerca de donde vivo en Miami y era imposible escaparse de la cobertura ininterrumpida de los canales locales de televisión reportando sobre el paso de los huracanes. En ambos casos los daños en la Florida fueron mínimos comparados con los sufridos en Texas, Luisiana, Mississippi y Alabama. Sin embargo, había reporteros que casi sugerían que el mundo, tal y como lo conocemos, se iba a acabar.
El problema de la televisión es filmar algo que no se ve. En el caso de los huracanes se trata de captar la fuerza del viento y eso requiere un buen grado de creatividad. Pero algunos reporteros, sobre todo de los noticieros locales, llegan a extremos ridículos al pretender que los vientos los mueven del lugar donde están parados cuando a sus espaldas puede pasar tranquilamente una persona en bicicleta o leyendo una revista. No exagero, lo he visto varias veces.
Predecir huracanes es un arte muy inexacto. Incluso los meteorólogos mejor preparados se equivocan (pero luego ellos puede explicar cómo y por qué cometieron sus errores). Los peores son los que no han estudiado meteorología y se inventan amenazas climatológicas para mantener a su audiencia cautiva y evitar que con el click del control remoto le cambien de canal.
Lo más grave durante la cobertura periodística de un fenómeno natural como un huracán es la exageración, el sensacionalismo y la inexactitud. Un error en una situación así erosiona la credibilidad del periodista y pone a miles de personas en serio peligro. La próxima vez que ese mismo pronosticador de catástrofes o mago del clima diga algo, nadie le va a creer.
De la misma forma en que el mal periodismo por televisión puede medirse en pérdida de vidas humanas, el buen periodismo puede salvarlas. Fueron periodistas los primeros que denunciaron las terribles condiciones que existían en el estadio del Superdome y en el Centro de Convenciones de Nueva Orleans. Fueron periodistas los que denunciaron que la ayuda durante días no le estaba llegando a los damnificados por Katrina. Fueron los periodistas los que mostraron cuerpos flotando a la deriva y que, eventualmente, hizo reaccionar al gobierno. Sin la denuncia, el número de víctimas hubiera aumentado. Sin la crítica periodística, el incompetente de Michael Brown seguiría al frente de FEMA, la agencia federal encargada de casos de desastre.
Las durísimas y válidas críticas de la prensa al gobierno del presidente George W. Bush por su lenta e ineficiente respuesta ante el brutal huracán Katrina lograron que corrigiera el rumbo en el caso de Rita. Y ahora, en lugar de estar de vacaciones, Bush se fue a Texas a esperar la entrada del potente huracán Rita y así promover la imagen de que él, esta vez, sí estaba a cargo de las operaciones de prevención, rescate y recuperación.
A Bush le llegó una segunda oportunidad de demostrar que podía ser un líder confiable y que el puesto no le quedaba grande. Rita fue un pequeño trampolín para ponerle un parche a su malherida popularidad, en franco declive tras el paso de Katrina.
La naturaleza de las noticias por televisión es concentrarse en lo que es distinto y en presentar una parte de la realidad como si fuera su totalidad. Por eso mostramos a los ahogados, a los niños perdidos, las casas inundadas en Nueva Orleans y los daños causados por Rita pero no los edificios que quedaron en pié, la gente que va a trabajar en las regiones devastadas, la música que se rehúsa a morir en el French Quarter neorlandés y los funcionarios que hacen bien su trabajo. Inevitablemente en un noticiero saldrá lo que salió mal. Pero luego, con tiempo, estamos obligados a ponerlo todo en contexto, traiga o no ratings. Y eso ha faltado.
Poco se ha hablado en la televisión, por ejemplo, de la negativa de Estados Unidos a firmar el llamado Protocolo de Kyoto. Ese es el único acuerdo de protección al medio ambiente que existe a nivel mundial para reducir las emisiones tóxicas que pudieran causar el recalentamiento de la tierra, de los mares e incrementar indirectamente la frecuencia e intensidad de los huracanes. Rita y Katrina, dos de los huracanes más poderosos de las últimas décadas, no son ciencia ficción y quizás, en parte, fueron creación nuestra.
Asimismo, las estaciones de televisión transmitieron hasta la saciedad las enormes filas de vehículos huyendo de Houston y Galveston antes de la llegada de Rita. Pero hubo pocos análisis que resaltaban que la dependencia de Estados Unidos por el petróleo mundial es agravada por esas mismas camionetas que tienen un bajísimo millaje por galón de gasolina. Rita y Katrina afectaron la producción de petróleo y paralizaron muchas refinerías de gasolina en el golfo de México. Sin embargo, esta moda de autos traga-gasolina está poniendo en peligro el futuro energético del país.
Tampoco se ha hablado lo suficiente sobre el debate de usar a soldados norteamericanos en labores de rescate en caso de un desastre natural. Más de cien mil manifestantes protestaron el pasado fin de semana en Washington para exigir que se regrese lo antes posible a las tropas de Irak. Está claro que esos soldados hacen falta aquí.
Todos hemos aprendido de Katrina y de Rita, hasta los periodistas que trabajamos en la televisión. Y la primera lección es que los vientos huracanados que vemos por televisión no siempre son lo que parecen.