Vieques, Puerto Rico
El sol acababa de salir y la mujer estaba llorando. Los anteojos no ocultaban su enorme frustación. “Cómo no voy a estar triste”, me dijo, “si se llevaron a los nuestros sólo por buscar la libertad de Vieques”.
Se refería a los más de 200 puertorriqueños que fueron detenidos la madrugada del viernes cinco de mayo por oponerse a la presencia de la marina norteamericana en la llamada isla Nena. En una acción caracterizada por el lujo de fuerza (mas no por su abuso), agentes del FBI, marines estadounidenses y distintos miembros de la policía local y estatal de Puerto Rico, sacaron a los manifestantes que pacíficamente habían acampado en distintas “zonas restringidas” de Vieques.
Esas “zonas restringidas” han sido utilizadas por más de seis décadas para realizar ejercicios militares. Pero tras la muerte del guardia David Sanes, el 19 de abril del 99, dichas zonas fueron ocupadas por puertorriqueños que no querían ni una bomba más en Vieques. Esas ocupaciones dieron lugar a uno de los movimientos más importantes de la historia moderna en la lucha por la soberanía de Puerto Rico. Nunca como ahora existe la conciencia de las grandes diferencias que separan a puertorriqueños de norteamericanos.
Mientras veía como manifestante tras manifestante era detenido y esposado frente a la puerta de Campo García, sin ofrecer resistencia, no podía dejar de preguntarme por qué la nación más poderosa del mundo –Estados Unidos- estaría interesada en una pequeña isla con menos de 10 mil habitantes. ¿No hay otros lugares para realizar prácticas de tiro y bombardeos? ¿Acaso la marina norteamericana estaba tratando a los puertorriqueños como ciudadanos de segunda categoría a pesar de tener pasaporte estadounidense? ¿Los residentes de Texas, Florida, California o Nueva York aceptarían una imposición como ésta en su propio territorio?
En Vieques no necesitaba el apoyo de las encuestas para darme cuenta que casi nadie quería a la marina norteamericana ahí. “Por más de 60 años nos han martirizado”, me dijo José Anibal, un pescador, recordándome que la incidencia del cancer en Vieques es aparentemente superior al de otras islas de Puerto Rico. “¡Que se vayan! ¡Que se vayan!”, me comentó Juán, un joven que apenas rascaba los 17 años y que se angustiaba ante el panorama de un casi seguro desempleo. “Vieques no se vende”, insistió Erik, un chofer. “Ni por 40 (millones de dólares) ni por 50”.
El chofer viequense se refería a una orden de la Casa Blanca –y corroborada por el titubeante y abucheado gobernador Pedro Roselló- que permite la continuación de los bombardeos (con municiones no explosivas) a cambio de un paquete de ayuda inicial de 40 millones de dólares y la realización de un plebiscito que defina si la marina norteamericana se va o se queda en Vieques.
Pero con acuerdo o sin acuerdo, lo que no acaban de entender los norteamericanos es que los puertorriqueños no los quieren en Vieques. Punto. Por esto, muchos viequenses con quienes conversé sienten que su isla fue invadida. Sus habitantes no pueden visitar, ni por tierra ni por mar, dos terceras partes de su territorio.
Antes de la operación armada, tuve la oportunidad de visitar las “zonas restringidas” y, en particular, el campamento donde se mantuvo como protesta por 361 días ininterrupidos el exsenador independentista Ruben Berríos. El recorrido de 45 minutos en lancha desde el puerto de la Esperanza hasta el campamento de Berríos fue una maravilla; sin duda, Vieques tiene que ser una de las islas mas bellas de todo el caribe. Hay millas y millas de playas vírgenes, sin turistas, discotecas, hoteles montruosos ni McDonald’s. Pero mas allá de sus playas se esconde la verdadera tragedia de Vieques.
“Cuidado por donde caminas”, me advirtió uno de los manifestantes con quien me topé en la zona. “Puede haber materiales explosivos”. Caminando, a menos de 10 minutos del mar, me sorprendió una especie de cementerio de aviones de guerra, vehículos de combate, bombas oxidadas sin explotar y corroídas baterías antiaereas. En lugar de encontrar conchas marinas, recogí restos metálicos de aviones y bombas. Los cientos, quizás miles de agujeros que había en cada uno de estos artefactos, los indentificaban claramente como blancos en las prácticas de tiro. El panorama era desolador. Los arbustos quemados alrededor, una laguna a medio llenar y los grandes hoyos que simulaban la superficie lunar, me hicieron pensar que estaba en una zona de guerra.
Bueno, en realidad Vieques se ha convertido en una zona de guerra para quienes desean que Puerto Rico se convierta en un país independiente. Aunque los manifestantes que se oponen a la presencia de la marina ya fueron desalojados, la lucha por liberar primero a Vieques y luego a Puerto Rico está muy lejos de terminar.
“Yo creo que en unos años veremos que Vieques es el catalizador para la soberanía de Puerto Rico, no tengo la menor duda de esto”, me dijo Ruben Berríos a menos de 24 horas de su detención. “La historia de Puerto Rico se va a escribir antes y después de Vieques.