A menos que las cosas cambien de forma dramática en los próximos dos meses, el voto de los mexicanos en el extranjero corre el peligro de ser irrelevante y numéricamente insignificante. Lo que es, sin duda, un logro histórico –por primera vez los mexicanos en el exterior votarán en unas elecciones presidenciales- podría terminar como un experimento electoral mal parido.
Hasta el momento de escribir este artículo, de un total de cuatro millones de votantes potenciales solo 1,073 habían enviado su solicitud de voto al Instituto Federal Electoral (IFE). Tanto las autoridades electorales, como los promotores del voto en el congreso de México y las organizaciones de mexicanos en el exterior están frustrados y desconcertados por estos bajísimos porcentajes. La expectativa era que cientos de miles de mexicanos aprovecharan esta oportunidad de influir, desde lejos, en la elección para presidente en julio del 2006. Pero no ha sido así. ¿Por qué?
“Desconocemos la explicación del poco registro”, me dijo en una entrevista Luis Carlos Ugalde, el presidente del IFE, explicando que se trata de un proceso “inédito” para México. “Por eso tenemos que hacer el mayor esfuerzo”.
Parte del problema es que el congreso mexicano aprobó este tipo de voto muy tarde -el 30 de junio del 2005- y el IFE no tuvo más remedio que echarse a correr cuando le tiraron la pelotita. Aún así, la información no está llegando con la claridad y rapidez que requiere este proceso. Si no se hace algo verdaderamente efectivo antes del 15 de enero (fecha en que se cierra el período de solicitud del voto desde el exterior) se habrá desaprovechado una oportunidad única. La verdad es que nadie estaba preparado, ni organizativa ni económicamente, para un reto de esta magnitud. Y se nota. Vean las raquíticas cifras.
El IFE, apropiadamente, está enfatizando en sus mensajes la importancia del proceso y no la flacura de los números. Pero los bajos registros tienen preocupadas a las autoridades electorales y a quienes durante décadas buscaron que se materializara este derecho. Ya hay, desde luego, dedos acusadores y luego habrá mucho tiempo para deslindar culpas. Mientras tanto, es preciso hacer algo. Ya.
A nadie le conviene que esto fracase. Todos perdemos si el voto de los mexicanos en el exterior resulta ser un simple ejercicio simbólico, casi personal, sin influencia política. Por eso el IFE ha solicitado al congreso una partida extra de 7 millones y medio de dólares (que se suman a otro millón y medio ya asignado) para la promoción del voto en el exterior. En total, el IFE se gastará unos 120 millones de dólares para hacer del voto en el extranjero una realidad (según la cifra que me proporcionó Pilar Alvarez Laso, quien es la vocera para la promoción del voto de los mexicanos en el extranjero y quien tiene uno de los trabajos más difíciles en todo este proceso). Será, sin duda, uno de los votos más caros de la historia.
Veamos. Las experiencias de otros países sugieren que los porcentajes de votación de ciudadanos que viven en el extranjero varían del uno al cinco por ciento. En el caso de los mexicanos que viven en el exterior, si solo el uno por ciento de los cuatro millones de votantes potenciales ejerciera ese derecho, estamos hablando de 40,000 electores (aunque incluso esto suene hoy muy optimista). Es decir, cada voto de un mexicano en el exterior costaría tres mil dólares. Y este es un costo exageradamente alto.
Sería más barato pagarle el boleto de avión en primera clase a México a cada uno de esos votantes, ponerlos en un hotel de lujo, pagarles todas sus comidas, llevarlos en limosina con chofer a votar el domingo 2 de julio y regresarlos bien descansaditos a Estados Unidos. Esto, desde luego, es absurdo, impráctico e imposible en el caso de los indocumentados. Pero ilustra perfectamente lo cara que es la democracia. Es, al final de cuentas, un gasto necesario.
No me extraña, por ejemplo, que una lectora me haya sugerido que sería mejor usar ese dinero para las víctimas de los huracanes en Chiapas y la península de Yucatán. Y me aterra que en el congreso mexicano hubiera llamados a revertir ese derecho luego de las elecciones si el números de votantes en el exterior se mantiene tan bajo. Peor todavía, una pobre participación electoral separaría aún más a los mexicanos que viven en México de los que viven fuera. Y escucho desde ahora las posibles recriminaciones: “a ustedes por allá no les importa su país”, “solo piensan en dólares” o “ya ni son mexicanos”.
La realidad es mucho más compleja. Además de que este proceso se autorizó demasiado tarde, tiene muchas fechas límite, no existe una campaña informativa por radio y televisión en Estados Unidos (donde está la mayoría de los electores), los candidatos tienen prohibido viajar al exterior para darse a conocer, si no se puede bajar la solicitud por internet -¿cuántos inmigrantes mexicanos tienen computadora?- se pierde mucho tiempo yendo al consulado por una solicitud de voto y, como si esto fuera poco, cada votante tiene que pagar 9 dólares para enviar su solicitud al IFE en correo certificado (que es el equivalente a casi dos horas de trabajo). Por esto hay poca participación. Para los mexicanos en el exterior es mucho más difícil votar que para los mexicanos en México. A pesar de las buenas intenciones, las leyes electorales dividieron políticamente a los mexicanos.
Las cosas se complican aún más para quienes no tenemos credencial de elector. Yo tuve que viajar a la ciudad de México para sacar una. Y, por cierto, la experiencia en un modulo de la colonia Condesa fue impresionantemente rápida, efectiva y amable. Dentro de unos días tendré que volar de nuevo de Miami a la capital mexicana para recoger mi credencial y luego, ya de regreso, enviar mi solicitud de voto al IFE. Mi voto me va a costar caro. Pero ¿saben una cosa? Vale la pena.
A mis 47 años nunca he votado. Nunca. No lo he hecho en Estados Unidos, porque no soy ciudadano norteamericano, ni en México donde siempre me resistí a votar en un sistema donde el único voto que importaba era el del presidente en turno. Desde el 2000, sin embargo, México ya es una verdadera democracia representativa y ahora me alegra la posibilidad de votar desde el exterior. Para mi va a ser una fiesta.
Por eso veo con enorme tristeza y preocupación lo que está pasando con el voto de los mexicanos en el exterior. Yo, por mi parte, creo que estoy haciendo lo que me corresponde al registrarme para votar por correo y hablando del tema en televisión, radio, periódicos y donde me dejen. Otros, desde luego, han hecho mucho más. Pero todos estos esfuerzos parecen improvisados, tardíos, insuficientes e incompletos. Falta aún mucha coordinación y dirección para que este voto no sea un fracaso.
Los mexicanos en el exterior, por fin, tenemos voz y voto. Pero nuestra voz apenas se escucha y el impacto de nuestro voto está en peligro.